CAPÍTULO 1 -Lo que el amor nos dejó.

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[Josué]

El silencio era incomodo, sofocante. Pero, ¿Qué más había que decir que no se hubiera dicho ya?

Se había deshecho de su orgullo y, en un acto fuera de su comportamiento habitual y racional, le había rogado por una segunda oportunidad—¿o sería la quinta, en realidad? —. Disculpas, promesas y suplicas, pero nada de eso había sido suficiente, al menos no para Gustavo.

Aun así, Gustavo tenía algo que decir, tal vez algo que al decirlo en voz alta lo haría ver menos como el malo—o como, coloquialmente, Josué le diría; el maldito hijo de perra más egoísta—. Pero ambos sabían que eso era imposible. Y no porque lo fuera, sino que, en una relación, al menos para Josué, ambos tenían la culpa.

No podía culparlo por huir, ¡Sí! Huir, porque no había otra forma de llamar a lo que estaba haciendo. Es decir, ¿Cuándo había sido la última vez que habían cenado juntos, al menos sin tener que pedirle una cita al asistente de Gustavo? ¿Qué tal salir a pasear, comer un helado, tal vez ir al cine? Incluso la serie que habían comenzado el año pasado seguía en el capítulo dos. ¡Diablos! Ni siquiera podía recordar la última vez que habían hecho el amor o que Gustavo le diera, voluntariamente, una mamada de aquellas que te dejan espasmódico y con los ojos en blanco.

Apretó la mano en un puño, tensando todo su cuerpo, sintiéndose asqueado de sí mismo por haber caído tan bajo.

Aun así, se obligó a sí mismo a levantar la mirada y buscar a Gustavo en la habitación. Seguía justo donde lo había visto la última vez, solo que ahora no le miraba, mantenía la cabeza gacha, obviamente incomodo de estar aquí. ¡Que no debería! Esta era su casa, de ellos.

No. Ahora era la casa de Josué.

— Lo siento, Josué. —fue todo lo que alcanzó a decir cuando sus miradas se encontraron, finalmente. Josué quería arremeter contra todas las cosas en la habitación, lanzarlas fuera de la habitación, destruirlas, partirse las manos liberando su frustración. Pero se contuvo y se limitó a escucharlo. —Esto es demasiado para mí. —claro que lo era, el compromiso siempre había sido algo difícil para Gustavo. Era un milagro que el chico no se hubiera escapado a Rusia en la primera oportunidad. Continuó. —Creo que podemos seguir siendo amigos, a mí me gustaría. —casi podía soltar una carcajada ante aquello. Suspiró con cansancio y apretó los labios. —Pero no podemos ser algo más. Mi carrera lo es todo para mí, lo sabes, ¿verdad?

¿Cómo no iba a saberlo? Él había estado tanto tiempo apoyándolo, tragándose el coraje por ser desplazado, siempre siendo todo consideración y sonrisas cuando se trataba del trabajo de Gustavo.

Y este era el resultado final. Apretó la mandíbula y tragó en seco.

— Sí. Creo que lo hago. —dijo Josué, aspirando profundamente.

Una sonrisa apareció en el rostro de Gustavo y, casi como si fuera un alivio, se acercó hacia él, sosteniendo la maleta, listo para marcharse.

— Eres un lindo. Te deseo lo mejor.

Gustavo le dio un beso en la mejilla, al igual que lo había hecho Judas—algo gracioso considerando que Josué era el menos indicado para hablar de Dios y esas cosas—, y se giró sobre sus talones, saliendo fuera de la habitación y de la vida de Josué.

Tan pronto la puerta se cerró, Josué cogió lo primero que alcanzó y lo arrojó contra la pared. Yendo de un lado hacia el otro, levantando cosas, pateándolas, aplastándolas con ambas manos, mientras gritaba toda su frustración.

ACTIVO SOLTERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora