Capítulo 3 parte A

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Puntualidad no era parte de las virtudes de Candy. Y pasaba del mediodía cuando llegó a la ciudad.

La recordaba de aquel día que el Doctor Lenard la empleara por su ayudante mientras su esposa había salido de viaje en una visita a sus padres. Sin embargo, a la casa que llegaba...

— También la conozco — se dijo. ¡Claro! era la de aquel ricachón diagnosticado con: — "Riqueza aguda" lo llamó el Doctor Lenard —; y Candy sonrió de memorizar toda aquella aventura; no obstante... — no recuerdo a ninguna mujer. ¿Será que él...? –.

Sus ojos color esmeralda se vieron empañados de tristeza al pensar en una pérdida humana, sobre todo, porque el médico le había dicho:

Los ricos se enferman, porque tienen demasiado. Y los pobres también se enferman, porque tienen demasiado poco

... yendo la vista de la pecosa más allá, hasta aquel vecindario pobre donde repartiera el pan "robado" y todo por una buena causa.

Con los sentimientos a flor de piel, ya que aquel pasado noble gesto del doctor Lenard y su historia referente a Florence Nightingale, le hubieron hecho recordar los motivos que la hicieron abandonar el Colegio San Pablo, pero en sí, lo que hubo conocido en la academia inglesa.

— Terry, ¿cuándo dejaré de pensar en ti? No es justo ni para ella ni para mí.

Candy se limpió las lágrimas que traicioneras le corrieron por sus mejillas.

Ya mejorada de ánimos, la rubia se dispuso a entrar a la residencia todavía pintada de verde.

La fuente que en aquel ayer sus aguas estaban congeladas, ese día, veraniegas y saltarinas, brincaban y le daban vida al lugar.

Mirándolas chapoteando, Candy llegó a la puerta; y detrás de ella...

— ¿Estás enfermo? — preguntó una esposa que había ayudado a su esposo a bajar a la sala después de haberlo visitado en su recámara y al no salir como solía hacerlo todas las mañanas.

— No, ¿por qué lo... —, ¿de tú o de usted tenía que hablarle? En fin, — preguntas?

— No sé. Te percibo lastimada la garganta.

— Sí, creo... —, Terry carraspeó la garganta y enronqueció la voz para enterar: — me enfermaré.

— Entonces, deberías volver la cama, bomboncito.

Puesta una palma de mano en la mejilla de él, la atrajo hacia ella para darle un besito.

De principio, Terry se mostró renuente, pero un carraspeo detrás de ellos lo hizo ceder; además, el timbre en la puerta estaba sonando, y... alguien respiró aliviado y vio a la senil mujer ir en dirección a la entrada, y enseguida se giraron a Hércules quien le diría enojado:

— ¡Te va a descubrir si no accedes!

— Pero...

— Buenas tardes —, oyó detrás de su persona; y el castaño girarse veloz quería, sin embargo...

— Buenas tardes, señorita —, esa voz saludando se lo hubo impedido.

— Soy Candice White; del Hogar de Pony.

— Oh — exclamó la mujer mirándola de pies a cabeza. Y debido a la hermosura de la joven, la reprendía: — ¿Y por qué llegó tan tarde?

— Me perdí.

Candy hizo aquel gesto tan característico de ella: el de sacar la lengua en cada situación que la ponía a la vergüenza.

— Casi no visito la ciudad y...

¡YO NO SOY ÉL!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora