El Consejo Familiar de los Ardley hubo sido llamado y citado en la sala de juntas de la principal sucursal bancaria en Chicago para comentar lo suscitado recientemente.
Alrededor de sus ancianos y jóvenes miembros, Albert encabezaba la reunión; sin embargo, era la escrupulosa Señora Elroy quien decía:
— No podemos permitir que el escándalo se esparza más. Debe haber un modo para hacer detener a la prensa, o si no, la reputación de nuestra familia quedará mayormente dañada, sin mencionar lo perjudicada que ya ha quedado económicamente. Lo bueno, es que nuestras reservas foráneas podrán cubrir el monto de lo robado y a nuestros clientes recuperarles su dinero antes de que vengan a exigirlo.
— Así se ha hecho ya, señora Elroy — informó George Johnson, sentado a la izquierda de William quien le agradecía su astucia y habilidad en los negocios.
Reconocidos también, la interlocutora lo felicitaba:
— Bien. Entonces, ¿qué es lo siguiente por hacer?
La dama tomó su correspondiente asiento ubicado a la diestra de un elegante, pero algo fastidioso rubio el cual diría:
— Doblar la seguridad, por supuesto.
— Y el sueldo también para garantizar que entre ellos, los empleados, no esté quién pueda robarnos futuramente.
— Archie —, lo nombraron y todos miraron con ceños fruncidos, — ¿dudas que alguno de ellos haya sido? —, al haber entre esos, trabajadores de larga antigüedad.
— ¿O quién más, tía abuela? El trabajo que hicieron fue limpio. Nada se forzó. Las cajas fuertes cedieron a sus accesos ante la perfecta combinación que emplearon.
— Pero, esas sólo los de gran confianza las tienen.
— Y sin embargo... no hay huellas.
— Alguna debe de haber. Sólo hay que ser pacientes y esperar por la policía.
— ¿Por cuánto más debemos hacerlo?
— Desafortunadamente el que sea necesario —, debido a los tiempos bélicos.
— Mientras tanto —, el moreno Johnson levantó la mano para apoyar: — la idea del joven Cornwell, que no es tan mala, sería bueno implementar. Además de asalariarlos, hay que conseguirles armas, dárselas y preparar a los empleados que tenemos por qué contratar más. La guerra europea se ha estado llevando a los hombres y muy pocos se están quedando en el país.
Lo dicho por George, consiguió un profundo silencio al acordarse de que ellos habían perdido a uno de sus miembros precisamente por irse a la guerra en busca de la protección de sus seres amados.
— Siendo así —, Albert quebró el silencio, — no tengo objeción. Y si ya no hay nada más que discutir —, él se puso de pie, — doy por levantada la sesión.
Sin oír reclamos o impedimentos, el rubio esquivó su asiento para ir en busca de un poco de agua, escuchando detrás los murmullos de sus familiares que, por supuesto, no estaban del todo de acuerdo con las decisiones tomadas, ya que aquello implicaba: colaborar con sus bolsillos. Pero al darles la oportunidad de hablar y no hacerlo, Albert, luego de refrescarse, salió de la sala para ir a su oficina.
Días tenía que no había podido visitar a la rubia adoptada y pasar con ella un rato en el lugar que también era muy querido por él por estar lleno de reminiscencias de su niñez.
— Candy, no sabes lo que daría por ser libre y volar para estar contigo — lo hubo dicho nostálgico cuando se hubo sentado en su mullido sillón.
Ahí, con la cabeza apoyada en el respaldo y los ojos cerrados, lo encontró George quien a pesar de saber justamente lo que pasaba con aquél, le preguntaba:
— ¿Está todo bien, William?
Un profundo suspiro lanzado se oyó como respuesta. No obstante, se inquiría:
— ¿Qué dijeron al final?
— Por supuesto reclamaron lo que se les quitará para cubrir las pérdidas.
— Era de esperarse —, Albert se enderezó en su lugar.
— ¿Sin embargo...? —, lo instó el que tenía enfrente.
— Sólo espero que a los ladrones no se les vaya a hacer costumbre estarnos asaltando con frecuencia.
— ¿Lo crees posible?
— Quizá ya no aquí, pero sí en otras sucursales. La policía está escasa en todas partes, y tú mismo lo dijiste: los hombres también. Y los que se quedan... o tienen hambre o lo hacen para estar cometiendo este tipo de fechorías.
— Aprovechémonos entonces de los que tenemos; y planeemos cómo compensarlos para que nos ayuden.
Con el asentamiento positivo de cabeza que recibió, George se dispuso ir a su escritorio para seguir trabajando en números. Empero, la mirada azul y estática consiguió la siguiente sentencia:
— Últimamente te he notado muy pensativo.
— ¿Será porque lo estoy?
— ¿Referente a qué?
— A esto que pasó. A mi antigua vida. A Candy.
— Y precisamente hablando de ella... ¿cuándo vas a ir a decirle que el hospital ya la espera?
— No es porque yo no quiera. Se ha mantenido firme en tomar las riendas del orfanato.
— Sin embargo, no sería justo que se quedara en las montañas, principalmente con lo bella que se ha puesto.
Con la observación un tanto indirecta, azul y negro se encontraron; y al cabo de unos segundos transcurridos se decía:
— Pero al parecer ella no se ha dado cuenta.
— En cambio, tú sí, y no sé cuándo te animarás a...
— George, lo que pretendes insinuarme... es imposible.
— ¿Por qué? Ella es libre. Tú también. Sólo necesitas repudiarla y...
— No —, el rubio se puso de pie, — el asunto no es así de fácil.
— ¿Te detiene el hecho de que Terruce Granchester es tu amigo? Sin embargo, él ya está comprometido, y Candy...
— No me aceptará. Para ella... yo soy el amigo que ha sabido reconfortarla, que le ha dado buenos consejos, que ha estado siempre a su lado cuando más me ha necesitado, pero lo primordial... su hermano mayor.
— Pero no lo eres.
— No, sino su padre; y eso es peor. Además...
— ¿Vas a decirme que no sientes nada por ella?
Detrás de una puerta, un oído se había pegado para escuchar el silencio en el que se habían quedado; y no pudo oír la respuesta debido a las personas que se acercaban y seguían comentando lo afectadas que sus chequeras habían quedado. Y porque iban en dirección de la oficina del líder del clan, el curioso se anunció.
— Adelante — se escuchó la voz de George desde el interior.
Abierta una puerta, uno a uno, fueron entrando para llenar el lugar con sus personas y sus quejas.
Resignándose a que esa era su nueva vida, Albert los escucharía, sin preocuparse alguno de las inquietudes que él padecía.
El único que sí, ¿qué no daría por ayudarlo? No obstante, para eso había nacido: para ser el sucesor. Para ser el cabeza de su clan y él, George, su guardián y consejero.
ESTÁS LEYENDO
¡YO NO SOY ÉL!
FanficSe dice que todos tenemos un doble; ese que representa el bien y el mal, siendo en esta historia ¿ quién el bueno y quién el malo? O en su caso, una mera representación de un final. * * * * * * * * * Historia primera vez escrita a partir del 3 de J...