Capítulo 2 parte A

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Porque tenía que mirar hacia adelante, y al estar de vuelta en Chicago, Candy, —con la firme intención de olvidar a Terry y lo sucedido con él—, retomó arduamente su trabajo en el Hospital Santa Juana. S

Sin embargo, la profunda tristeza que la embargaba, plus la manera tan devota en que ejercía su profesión, fue observada y consultada por el doctor Lenard, el cual a su despacho la llamó para recomendarla al hospital móvil instalado en Greytown con sus obreros en la construcción del ferrocarril.

Luego de reflexionar sobre su penosa situación, y engañándose a que un cambio le haría bien, además, de que el lugar sería perfecto para no relacionarlo con el pasado, la pecosa aceptó ir.

Albert, quien adivinara que lo hacía para huir, la instó a no hacerlo.

Reconociendo la rubia que él tenía razón ante una sabia observación, corrigió que iría por el deseo de cumplir su misión como enfermera: de cuidar a los pacientes.

Sí, por eso iría. "Porque la gente que trabaja ahí la necesitan y la esperan" hubo dicho la señorita Pony a los chicos, —que la persuadían de no ir a ese lugar que era peor que el infierno y que estaba entre las montañas y los obreros eran todos asesinos y ladrones—, en la breve visita que les hizo al Hogar de Pony gracias a Tom quien supuso que a su hermana de crianza le pasaba algo.

Por lo tanto, ya compartido el motivo de unas lágrimas, sintiendo más calmado su corazón y consolados otros, la joven enfermera retomó su camino hacia Greytown donde una feliz bienvenida no le dieron, sino un ejemplo de lo mal que la pasaría.

Empero, la joven rubia no se dejaría amedrentar; y a esos hombretones, principalmente al enérgico señor Nelson, les demostraría su carácter.

Así lo fue consiguiendo conforme pasaba el tiempo, dentro del cual, también conoció a los hermanos Kelly y Arthur Kerry, siendo éste último fugitivo de la justicia por asesinar a un hombre; igual delito que cometiera Margo la cocinera; y que gracias a la intromisión de la infeliz persona de Eliza en las misivas que Candy le enviaba a sus amigos, la pobre mujer fue detenida y llevada a comparecer, dejando a su pequeña Belle quien sería consolada por la amorosa enfermera, la cual sus funciones en aquel lugar iban en aumento hasta que una grata visita recibió.

Annie y Archie llegaron en el justo momento.

Cocinar para cien trabajadores era un trabajo muy pesado; pero en conjunto pudieron lograr el cometido que el Jefe de la cuadrilla por instantes dudó.

Sin embargo, la alegría de tener a sus amigos haciéndole compañía y ofreciéndole su ayuda, llegó a su fin así como su colaboración en el hospital móvil.

Alertada por Neil quien dudaba que su primo y novia estuvieran esquiando como excusaron su ausencia, la mañosa de Eliza nuevamente hizo de las suyas.

Para evitarse problemas, Candy fue despedida; o de lo contrario, debería acatar la orden de parte del hospital que la empleaba y ser transferida a Alaska.

El propio Nelson quien reconocía aquel lugar al cual se le calificaba de "terrible" y que percibía que se trataba de alguien que tenía algo en contra de la rubia pecosa, le recomendaba aceptar la renuncia.

Sin entenderlo mucho, Candy se montó en el vagón donde iban Annie y Archie quienes regresaban a Chicago para arreglar el joven Cornwell el problema de su amiga.

Pero, la orden de llevar también a Belle a la ciudad debido a que su madre no regresaría pronto, no pudo ser ejecutada precisamente porque Margo ya estaba de vuelta.

Decidida a no renunciar ni tampoco a ser transferida, Candy volvió a ocupar su puesto de enfermera, en el cual esperaría noticias.

Éstas llegarían pronto, pero antes de primavera...

En lo que la pecosa tendía vendas ayudada por Belle, Ben, un trabajador que hubo sido herido y curado por la doctora Kelly y Candy, apareció llamándola con urgencia.

Enterada de que el señor Nelson demandaba su presencia, la chica corrió detrás del obrero.

Éste informaba de la molestia del jefe para con ella.

Ignorando la razón por la que fuera reprendida ésta vez, Candy se perdió por el túnel; y a cierta distancia...

— ¿Por qué están todos aquí? — se preguntó un tanto consternada.

— Candy, ven aquí, ¿quieres? — el mismo señor Nelson hubo indicado.

Desconfiada, la jovencita diría:

— Bien, señor, pero...

— Candy, el señor Nelson quiere que vayas más cerca

A la orden de Ben, la rubia temerosa avanzó sus pasos, los cuales fueron detenidos:

— Está bien, Candy —. Y señalando, se ordenaría: — Empuja la palanca en la caja tan fuerte como puedas.

— ¿Esta palanca? —, la chica la miró frente a ella.

— Apúrate, Candy; no tengas miedo.

— Vamos ya, Candy.

Instada por el mismo señor Nelson, la enfermera acató la orden; y en cuestión de segundos, una fuerte explosión se escuchó.

Luego de padecidos los estragos del estallido, hacia el hueco producido, todos corrieron, yéndose a encontrar la gente de Nelson con los obreros que estaban del otro lado de la mina.

Del éxito obtenido felices los trabajadores se abrazaron diciéndose:

— El señor Nelson dejó que empujaras la palanca de la última dinamita.

— ¿Es cierto eso?

— El que trabaja más duro siempre la empuja ¿sabes?

— El que trabaja más duro... y el señor Nelson me dejó hacerlo.

Con lágrimas en los ojos, Candy miraba al enérgico jefe que decía:

— ¡Felicitaciones! Están invitados a la fiesta de inauguración de esta noche.

Y en efecto, una gran fiesta más tarde se celebraba, acercándose Nelson para entregar:

— Candy, aquí tienes una carta de Chicago.

Tomada la misiva y enterada, la rubia compartía:

— Voy a ser transferida al Hospital de Chicago y me otorgan una semana de vacaciones.

— Estoy seguro de que Archie habló en la oficina principal del hospital.

— Estarás muy contenta, Candy — observó Mario, un hombre mayor de grueso bigote. — ¿Por qué no organizas una cita con un buen amigo?

— ¡¿Amigo dices?! — exclamó ella azorada; y su gesto cambiaría a uno fingidamente molesto al oír:

— Pero ¡qué tonto! Cuando con esa personalidad tan atolondrada dudo que tengas uno.

— ¡Mario, tú siempre de bromista! Pero, te equivocas...

Ella dibujó en su rostro pecoso una sonrisa coqueta y diría:

— Sí los tengo.

Y burlándose de la cara del obrero, Candy se despidió de ellos para dirigirse a la clínica y preparar su viaje que se realizaría al día siguiente.

Pero mientras ella se concentraba en empacar sus pertenencias...

DETRÁS DE LA MONTAÑA, ¿ESTÁ EL PARAÍSO?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora