Por su parte, el original, guapote y de buen suculento estado castaño, no se acercó a la puerta, sino hasta que estuvo sola e inclusive el pasillo al revisarlo.
La rendija rectangular que tenía enfrente abarcaba lo suficiente. Desde el paciente que estaba sentado en el suelo, recargado su cuerpo en una reja de celda y mirando clavadamente al suelo, hasta sus padres los cuales estaban de pie y le hablaban con ternura al que creían su hijo.
El verdadero que los oía, no se dio tiempo a llenarse de resentimientos por aquellas palabras amorosas que él hacía tiempo dejara de escuchar, al contrario, se compadeció de aquel pobre infeliz que engañado tenía a sus padres y los hacía sufrir. ¿Quizá se lo merecían un poco?
— ¡No! — dijo tajantemente Terry; y estaba a punto de llamarles, de gritarles que ese no era él, que él estaba bien, cuando...
— ¿Todo bien, doctor? — otro colega le había puesto la mano en el hombro.
Su cuerpo vibraba y la voz también al decir:
— Sí; sólo que...
El castaño agachó la cabeza para limpiarse escondidamente las lágrimas que querían rodar por sus mejillas.
El galeno que posara la mirada en donde la tuviera anteriormente Terry, decía:
— Sí, es un cuadro bastante conmovedor. Todos los días, los verá así. Ella leyéndole a Shakespeare; y él amarrándole las agujetas de sus zapatos ya que perdió los dedos de su mano. Nunca habíamos visto tanto amor profesado. ¡Lo adoran a pesar de su triste y horrible condición!
Acobardado y sin decir con permiso, el intruso se echó a correr.
La escena no había sido suficiente para él, sino que el entrometido llegó a empeorarle la situación. Una que por supuesto Terry le pondría fin, porque... por mucho daño que le causaran siendo niño, aquellos seres no eran acreedores a tan cruel castigo.
Y como tampoco podía presentarse así como así, entonces el castaño, ideó retirarse del instituto mental y dirigirse a su apartamento donde sí, lloraría por la desgracia presenciada, por su esposa a quien extrañaba, e hijo al cual esa ocasión quiso tener cerca para abrazarlo, llenarlo de besos, caricias y decirle incansablemente ¡cuánto lo amaba y le cuidaría!
Roderick no sería el único que lo oiría, sino él, el mismo Terry, cuando al sentirse un poco más sereno, regresó a la casa de su madre para vigilar a su padre.
Eleanor no era recomendable que lo viera para evitarle sobresaltos; Richard sí que encontraría la manera de enterarla. Y por ende...
Eran exactamente las siete de la noche, cuando el Duque pasó a dejar a la hermosa, pero llorosa actriz.
En una vereda donde seguro estaba pasaría un auto, Terry aguardaba en otro de alquiler. Sólo un par de minutos se agregaron a los que ya llevaba esperando cuando apareció el vehículo.
— Sígale, por favor — se le ordenó al chofer.
Éste obedeció yendo muy de cerca del otro conductor que cansado se veía.
En las mejillas de éste corrían lágrimas; y es que en la última hora de estar con "su hijo", el enfermo tuvo una crisis y los atacó, hiriendo a Eleanor y mordiéndolo a él al querer tranquilizarlo por su cuenta. Pero, lo que más le dolía hubo sido lo dicho por una voz afectada:
— ¡Yo no tengo padres! ¡Éstos están muertos para mí, además los odio, los odio! ¡Váyanse! ¡Largo de aquí! ¡Fuera!
Por supuesto, los dos le creyeron al creer que se trataba de Terry, al que se le decía:
— Hijo, ¡cuánto daño te hemos hecho! ¡Perdónanos, por favor, perdónanos!
El peligroso zigzagueo en el carro de enfrente consiguió que se gritara con alarme:
— ¡Cuidado!
— ¿Quiere que le dé alcance? — se preguntó al ver nervioso al copiloto.
— N-no... espero que no sea necesario.
Y en efecto ya no lo fue, porque Richard se repuso con el susto de haber visto muy de cerca el vehículo de enfrente; además, hubo bajado la velocidad y así manejaron hasta la residencia que llevaba tiempo ocupando. Una propiedad algo retirada de la ciudad, pero cercana a la casa de Eleanor.
Al detenerse el auto, el taxi también lo hizo, pagando Terry rápidamente por el servicio y corriendo veloz a ayudarle a su padre que...
Su cuerpo lo sentía adolorido. Haber forcejeado con el joven, le hubo lastimado la espalda. Ésta la irguió, encorvándose inmediatamente al sentir el dolor. No obstante, debía salir de ahí para ir a recostarse un rato ya que al siguiente día... bueno, era impredecible lo que pasaría. Así que volviendo al actual momento...
Terry ya estaba muy de cerca cuando la portezuela del vehículo se abrió. Él llegó a sostenerla creyéndose que era...
— Gracias, Paul —, su empleado que respondía:
— De nada... señor.
Con el sonido de su voz, unos ojos en lentísima cámara se fueron posando en la humanidad que tenía en frente. Y al toparse con un rostro perfectamente conocido...
— ¡Terry!
El Duque de Granchester se levantó rápidamente de su asiento; pero el dolor, aunado el impacto de la sorpresa lo mandaron al suelo. Ahí se agacharían para proporcionarle ayuda.
— ¡Papá, ¿estás bien?!
— Tu... —, una temblorosa mano se extendería para tocarle la cara; — ¿c-cómo es que...?
— ¿... no tengo quemaduras?
Richard no pudo articular palabras, pero sí dejó escapar sus lágrimas. Éstas fueron quitadas como el peso que se cargaba.
— Ya no tienes por qué sufrir más. Aquí estoy, papá. He vuelto y estoy bien, diciéndote con esta oportunidad, que te quiero y que ya no te haré padecer.
De niño quizá lo envolvieron y sostuvieron sus brazos; empero, esos recuerdos habían quedado tan atrás que no los recordaba.
En cuanto Terry fue abrigado de ellos nuevamente, los reconoció rápidamente, también como el calor que emanaba el convulsionado cuerpo de su padre que lágrimas derramaba, mil perdones solicitaba y las gracias daba por ver a su hijo... bien.
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DETRÁS DE LA MONTAÑA, ¿ESTÁ EL PARAÍSO?
Fanfic¿Qué más le podía faltar para completar su desgracia? Caer en prisión por un crimen que no cometiera. * * * * * * * * * * Historia primera vez escrita a partir del 2 de Agosto de 2014. Historia compartida para mi audiencia del Fandom de Candy Candy.