El grillo del hogar (1845)

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Belgravia (Londres), 24 de diciembre de 1845.

Astrid estaba tan nerviosa que no podía dejar de moverse sobre el sofá.

Rachel puso los ojos en blanco, irritada por la actitud de su amiga.

—En serio, Astrid, eres la persona con la cabeza más fría que conozco, ¿por qué te pones así por un hombre cualquiera?

—Cállate, Rachel —le pidió la joven Hofferson molesta.

Rachel Thorston suspiró aburrida. Iba hacer casi un año desde que había conocido a Astrid Hofferson en el baile de Año Nuevo y no terminaba de acostumbrarse a la actitud nerviosa de la pequeña de los Hofferson cada vez que veía Henry Haddock. No obstante, Rachel ya había oído hablar de Astrid Hofferson de antes de conocerla. En realidad, ¿quién no había oído hablar de la arrogante hija de los Hofferson? Había rechazado la propuesta de matrimonio a Richard Jorgerson dos veces y a otros tres pretendientes más en el último año. No era popular entre las damas de clase alta y eso había captado la atención de Rachel al instante. Sin embargo, cuando fueron presentadas, Astrid no lanzó ningún tipo de comentario despectivo ni parecía soberbia en ningún sentido, sencillamente dibujaba un gesto aburrido cada vez que se juntaba con las damas para hablar del tiempo o de cualquier superficialidad. La noche que se conocieron, mientras las otras damas empezaron a hablar sobre lo último en los sombreros de París, Rachel las interrumpió preguntando:

—¿Qué opinais de la deplorable gestión de nuestro gobierno respecto a la situación en Irlanda?

Las damas se quedaron mudas ante la pregunta de Rachel, evidenciando su ignorancia por la crisis de la patata en dicho país. Pero, de repente, los hombros de Astrid dejaron de estar caídos y Rachel reconoció el brillo inteligente de una mujer intelectual en sus ojos. Sonrió y pasaron el resto de la velada hablando. Para el final de la fiesta se habían declarado oficialmente como amigas y empezaron a verse con frecuencia.

Tanto los padres de Astrid como de Rachel estaban encantados de que sus hijas se hubieran hecho amigas, convencidos de que ambas ejercerían la una sobre la otra la influencia necesaria para ser las damas que debían ser. Sin embargo, el desengaño vino pronto, puesto que ambas eran mujeres deseosas de libertad, aspiraciones y mostraban más bien poco interés en casarse. Astrid, para desesperación de su madre, cada vez se desinteresaba más por los eventos sociales y aún más por el asunto del matrimonio que cada vez obsesionaba más a sus progenitores. Astrid estaba en la edad ideal para casarse, pero sus constantes rechazos a sus pretendientes estaba empezando a generar una polémica que no agradaba a los Hofferson en absoluto. Sin embargo, su tío Finn sospechó que si Astrid se había negado a casarse no era únicamente por su creciente rebeldía, sino por algo más.

—Ella es un alma libre, Lily y tú deberíais concienciaros de una vez que Astrid no se casará con nadie al que ella no ame —le aseguró Finn a su hermano días antes de Navidad, tras otro fatídico encuentro de Astrid con uno de sus pretendientes.

—Esto no es Orgullo y Prejuicio, Finn —replicó Thomas Hofferson—. Adoro a mi hija, pero no puede seguir así. A este paso, Astrid será la joven más despreciada de todo Londres. ¿Quién querrá casarse con una mujer con tal fama y un carácter tan rebelde?

—Puede que te sorprendan, hermano —le aseguró Finn antes de dar un sorbo a su whisky.

Ninguno de los Hofferson sospechaba que hubiera ningún hombre en la vida de Astrid. Sin embargo, también desconocían la existencia de una correspondencia asidua entre su hija y Lord Henry Haddock. Astrid se había asegurado de que no se enteraran quedando con Heather de que toda correspondencia dirigida a Astrid solo pasaría por sus manos. No es que Astrid se avergonzara de su amistad con Henry Haddock, más bien lo contrario; pero no quería que nadie manchara aquella relación con expectativas e ilusiones innecesarias.

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