La lluvia lo ha sorprendido.
No solo por su aparición súbita, sino por su intensidad.
Es un poco más que una simple llovizna. Es una de esas tormentas de primavera que no le dan tiempo a uno a prepararse. De las que simplemente rompen las nubes y caen con violencia. Sin miramientos. Sin interés en las vidas de las personas que siguen transcurriendo como si nada, sin saber que serán víctimas de un diluvio.
Las gotas son pesadas, persistentes; golpean el parabrisas de la camioneta que se desplaza a través de la avenida a una velocidad más rápida de la debida.
Va tarde.
Lo sabe.
Todavía puede escuchar la voz de la mujer en el teléfono, repitiendo con insistencia que necesita contar con los vidrios para la exposición antes de las tres de la tarde.
Ya son las dos.
Va tarde. Irremediablemente tarde.
Pero la lluvia ha atascado el tráfico y Rick no debería haberse quedado en casa almorzando con su esposa tanto tiempo.
El agua cae como una cortina sobre el cristal. Es como si el limpiaparabrisas no estuviera funcionando a su máxima potencia. Peor aún, como si estuviera apagado.
El semáforo cambia a verde y Rick pisa el acelerador, sin ver que a la derecha una bicicleta se precipita por la calle con la mera intención de cruzar antes que él.
Solo percibe el fugaz movimiento de un cuerpo aproximándose y el sonido de bocinazos a su alrededor que lo obligan a dar un volantazo y clavar los frenos antes de que sea demasiado tarde.
Todo sucede tan rápido que, si tuviera que determinar el orden de los acontecimientos, Rick no sabría por dónde empezar. Siente que su corazón se acelera, la sangre hirviendo en su interior, el chirrido de las gomas sobre el pavimento empapado y el latigazo causado por el impacto del vehículo.
Sus huesos truenan, acompañados del golpe en la frente.
Ruidos del exterior se filtran a través de la ventanilla, sonidos ininteligibles que lo desconciertan.
Deja escapar un gruñido. Siente una pulsación en la cabeza y la leve quemadura del cinturón de seguridad sobre el cuello.
Maldice entre dientes y logra salir de la camioneta.
Ignora la sangre que brota de su nariz y llega a sus labios, y gira en busca de heridos, temiendo lo peor.
Lo primero que escucha son los vidrios que crujen bajo el peso de sus pies. No comprende por qué hay tantos hasta que la realidad lo golpea directo en la cara.
Sus ojos se posan en una joven tumbada en el asfalto. Por fortuna (y por desgracia también), solo es una persona, pero podría haber sido una catástrofe.
Inmóvil, yace sobre su lado izquierdo.
La imagen lo aterra. Es una composición de elementos que no sabe cómo interpretar ni lo que significan. Solo ve señales de lo que pudo haber ocurrido.
La bicicleta está tirada a unos metros de ella, una de las ruedas aún gira sobre su eje torcido. Echa una fugaz mirada a la caja de la camioneta en búsqueda del punto de impacto: hay un pequeño abollón justo encima del neumático trasero.
«Mierda».
Ella parece brillar bajo los destellos de las luces de los autos que siguen pasando. Pero Rick sabe que no son brillos. Son las astillas de cristal que cubren su anatomía. La mitad del cargamento que llevaba está destrozado. Se rompió sobre ella. El carmesí salpica su piel pálida y brota sin pausa de su brazo derecho.
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Amalgama © (Disponible en físico)
RomanceUna limonada derramada en su blusa. Así es como Irina conoce a Louisa: con un pequeño accidente. Un encuentro fortuito que deja de serlo cuando Irina descubre que la camarera que arruinó su atuendo es nada más y nada menos que una de sus nuevas al...