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—Eres increíble

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—Eres increíble. ¿En serio tú pagarás?

—¿Acaso parece que estoy bromeando? —Mirando a Paul con toda la seriedad que pude reunir, extendí la servilleta en mi regazo—. Si te hace sentir más tranquilo, no le diré a tu querida esposa que te saqué a pasear. Aunque no tienes que poner esa cara, tampoco es tan espantoso salir con tu mejor amiga, ¿o sí?

Paul dejó escapar una risa nerviosa y se frotó la nuca.

—No seas tonta, Iri, claro que no.

Negué con la cabeza, divertida por su reacción. Aun después de tantos años, Paul seguía siendo aquel muchacho correcto que había conocido en la universidad

—A veces creo que te haces el tonto solo para que me sienta culpable.

Él me dedicó una sonrisa de medialuna desde el otro lado de la mesa.

—No sabes cuánto te agradezco que hayas aceptado reemplazarme en las clases.

—Paul... Si alguien tiene que agradecer algo, soy yo. De veras me viene muy bien el trabajo —le recordé.

—Primero que nada, yo solo te referí. El mérito es tuyo. Y escucha, sé que te alejaste de la docencia, pero eres buena profesora, Iri. El seminario es optativo para alumnos avanzados, no creo que sean muchos. Lo harás bien.

Era consciente de mis habilidades pedagógicas. Sin embargo, con el tiempo y luego de enseñar a algunos cursos en Seattle, terminé por aceptar que era más blanda de lo que pensaba: me hacía cargo de problemas que no eran míos, trabajaba de más y justificaba a quienes no estaban dispuestos a poner su parte.

No eran las mejores cualidades para ser profesora. Al menos en un contexto de enseñanza formal.

Por eso en los últimos años había decidido dedicarme a desarrollar actividades de extensión con la Universidad, galerías de arte y museos, y comenzar el arduo trabajo que implicaba doctorarme en restauración de obras.

Sin embargo, las circunstancias extraordinarias requieren medidas extraordinarias.

—De todas formas, lo agradezco. En serio.

—¿Cómo está Lana? —tanteó mi amigo luego de unos segundos.

—Lo mejor que puede, dada la situación, te imaginas.

No me sentía con ánimos de entrar en detalles. El diagnóstico de Lana había sido un golpe duro para la familia y aún no sabíamos qué sucedería. 

—¿Te quedarás aquí en Portland hasta que mejore?

—Sí. —Agradecí su optimismo implícito con una sonrisa y, sintiéndome algo más relajada, me permití bromear al respecto—. Iba a quedarme con mis padres, pero preferí alquilar un apartamento y preservar mi salud mental. Ya sabes cómo son.  

Amalgama © (Disponible en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora