Dolores Martínez.

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-Y bueno Marta, te llamabas Marta verdad? si, si.. exacto.
Los días empezaban a oscurecerse cada vez más y más. El sol salía cada vez que Miguel salía por la puerta a trabajar y se hacían grises cada vez que volvía por las tardes.
Era asqueroso, repugnante, triste pero desde luego no decepcionante.
Desde el momento en el que lo conocí supe dónde me estaba metiendo.
Lleva siendo un alcohólico sin tapujos desde los 20. Pero, ¿Qué iba a hacer en ese momento Marta? El tenía dinero, una buena familia y muchas tierras que explotar en el pueblo. Me casé joven, ya te lo he contado, pero no fue por gusto no, el hombre fue listo y me ato a él con un chiquillo de piel morena. Si, Tomás, mi hijo.
El chaval tiene 12 años y lleva escuchando barbaridades sobre su madre la furcia desde que tiene uso de razón, y lo peor es que todas esas barbaridades siempre venían de la boca de su padre. ¿Intolerable verdad?
En fin, me voy por las ramas. Una lleva dos horas de reloj hablando y ya se pierde.
Me voy directamente al día del eclipse, pero primero un trago de agua por favor. Ah si, gracias, que bien sienta.
Bien, por dónde iba. Me acosté el 29 de mayo bien preocupada, con un nudo en el estómago de hecho. A Miguel le habían dado malas noticias en el trabajo y había desaparecido por la tarde. Me hacía una idea del bar en el que podría estar, pero no quería imaginarme lo que haría cuando llegase a casa y me mirase a los ojos, ojos que al parecer odiaba.
El caso es que no conseguí dormir casi nada Marta. Estuve toda la noche dando vueltas y a las siete de la mañana me levanté a preparar el desayuno para Tomás, porque Miguel aún no aparecía y yo tenía el estómago cerrado. Tomás se levantó , desayunó y después de despedirse de mí se fue a la escuela con un brillo de preocupación visible en los ojos, no había visto a su padre gritarme o golpearme con el rodillo de cocina que usaba para amasar el hojaldre de las tartas, supongo que estaba confundido al ver su rutina rota.
Me apañé con un camisón cualquiera y me puse una faja por debajo. No sabía cuando Miguel iba a aparecer, y solo en camisón... bueno digamos que me sentía desprotegida.
Me senté en el sillón del salón y encendí la radio. Empecé un trabajo de bordado que llevaba tiempo aparcando y la cabeza me empezó a dar más vueltas que la lavadora que se escuchaba desde el salón.
Había eclipse lunar esa tarde, supongo que lo sabrás. La idea era cenar los tres juntos, intentar aparentar normalidad por una tarde y a las ocho salir a mirar el cielo como haría todo el mundo en el pueblo.
Por muy estupido que suene, estaba emocionada de verdad Marta, siempre me ha gustado mirar al cielo, y más aún cuando ocurren esta clase de fenómenos... no sé, de alguna forma me consuela.
Sobre las doce de la mañana escuché como la puerta de la casa se abría seguida de los torpes pasos a trompicones de un borracho con más de 100 kilos sobre los pies. No se que me pasó al mirarlo a la cara, pero algo hizo clic en mi cabeza,como cuando enciendes la luz del cuarto por las mañanas.
Dejé el bordado en la mesa y Miguel se quedó parado mirándome, miró hacia la mesa segundos después y su expresión cambió. Empezó a gritar no se que cosa de lo vergonzoso que era que una mujer no esperase a su marido en casa con las mesa llena. ¿Te lo puedes creer? resulta que tenía que esperarlo con comida caliente después de la juerga Marta, increíble!
Se acercó amenazante a mi y me incorporé de prisa, nos quedamos a escasos centímetros de distancia. El gritaba y gritaba, echándome el olor a ron en la boca y escupiendo aquí y allá. Al ver que mi semblante no cambiaba se enfureció más y levantó la mano. Aquella mano callosa y grande... que bien la conozco. Me propinó un tortazo en la mejilla que hizo que escuchase un pitido intenso en el oido derecho, pero aun asi no me moví. El siguio y siguio, cruzandandome la cara y haciéndome mirar de un lado a otro como en un partido de tenis. La rabia empezó a consumirme... y escuché el clic del que te hablé antes una vez más. Aguanté y aguanté quieta hasta que me desplomé en el sofa, bastante aturdida. Se rió, escupió y se fue a la cama.
Pasaron dos horas Marta.
Dos horas estuve en el sillón con la cara y el cuello doloridos, una vez más, mientras escuchaba sus ronquidos a lo lejos. Mire el reloj, en una hora escasa mi hijo estaría entrando por la puerta, y no podía permitir que me volviese a ver así. Me levanté, y una fuerza que nunca había experimentado me llenó el cuerpo. No podía permitir que mi hijo me viese así, pero tampoco podía permitir que mi hijo siguiese creciendo en ese ambiente. Una voz impulsiva llenó mi cabeza, fue algo increíble en serio. Sin pensar, movida por una fuerza que no controlaba fui al trastero en un silencio que se me hizo incómodo hasta a mi. Sabía donde Miguel guardaba la escopeta de caza de los domingos.
Me subí a una banqueta y la cogí con cuidado del altillo. Bajé las escaleras hasta mi cuarto y lo miré dormir, estaba dándome la espalda. Me di cuenta de lo que tenía entre las manos y de lo que se me estaba pasando por la cabeza. Lo mire a él, e intente encontrar un ápice de empatía dentro de mí, por supuesto, fallando en el intento.
Escucha bien Marta, ese hombre hizo de todo en su tiempo en vida, robo, estafó, violó, bebió, mató y huyó. Pero lo que más retumbaba en mi cabeza no eran esas cosas no, ni las palizas que me había dado, ni las noches que me había forzado en esa misma cama durante los pasados años. Se me vinieron a la cabeza las lágrimas rodando por los pómulos morados de mi hijo. Los llantos silenciosos en la cocina mientras le limpiaba la sangre de las mejillas, olvidándome de la mía propia.
Escuché un sonido sordo de golpe, miré a Miguel y vi como una mancha roja se extendía por toda su espalda.
Lo había hecho.
No recuerdo el momento en el que presione el gatillo, ojalá lo hiciese. En ese momento no era yo Marta, no soy una asesina, pero no me arrepiento en absoluto de haber dejado que aquella fuerza invisible se apoderase de mi cuerpo.
Así que si puedes decirle al juez que yo maté a mi marido y sí, probablemente fuese premeditado, inconscientemente.
Y antes de que pulses el stop de esa grabadora que lleva escuchándome dos horas quiero decir algo. Yo se quien soy, soy Dolores Martinez, una ama de casa que había aguantado demasiado, y es que a veces hay que elegir entre cazar o ser cazado. Y mi madre no me crió para ser cazada.

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