36. Happy Ending / epílogo.

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Un mes después

Tal como lo había dicho, Phineas se encontraba frente al altar de la catedral de St. Paul, al lado de su padrino de bodas Andrew Scott, marqués de Wellingham. No podía creer que durante treinta días su esposa no había escrito ni siquiera una nota de agradecimiento por todas las flores y presentes que estuvo enviando a casa de los Wellingham, lugar en el que había decidido quedarse durante su separación. Ahora mismo estaba arrepentido de haberle dado un mes completo para pensar sobre la situación. Mentiría como un bellaco si dijera que no estaba nervioso, se suponía que en cinco minutos exactamente ella caminaría por el pasillo de la iglesia y lo vería con ojos de amor prometiéndole una noche y una vida entera llena de placeres inimaginables.

Debería alejar esos pensamientos de su mente antes de empezar a parecerse a un adolescente inexperto y mostrar a todo el mundo su excitación solo por estar pensando en su esposa.

—Su excelencia —llamó el párroco—. ¿Está seguro de que su prometida vendrá? Las campanas han anunciado las 10:00 AM me temo que es hora de empezar.

—¿Como se supone que quiera empezar sí mi esposa aún no ha venido? —respondió Phineas un tanto malhumorado remarcando la palabra esposa en su contestación—. Tal vez algo sucedió, enviaré a un par de lacayos a ver del por qué de su retraso.

El párroco solo meneo la cabeza en negación, a lo que Phineas agregó: —Si mi esposa no viene ahora estoy dispuesto a pagar por todos los oficios del día hasta que ella aparezca. Porque no lo dude, ella vendrá.

Andrew tomo su brazo y lo alejó del párroco antes de que su amigo saltara a la yugular del pobre hombre.

—¿Qué estará haciendo tardar tanto a tu esposa? Eugenia me dijo que ella estaba muy feliz esperando que su doncella diera los últimos toques a su arreglo —dijo Andrew tratando de calmarlo.

—Sé que ella vendrá, ella me ama. Ella no me dejaría así. Me niego a pensar que Megan no dará la cara, así sea para decirme que no quiere volver a verme jamás.

—Iré a hablar con los lacayos, para que vayan en su búsqueda.

—Realmente agradecería el gesto.

—El tráfico de Londres es una pesadilla, posiblemente por eso no ha llegado.

En algún lugar de Londres...

Megan estaba histérica, tenían media hora de retraso y el tráfico a pesar de no ser la hora de moda estaba estancado debido a un accidente que había tenido lugar diez minutos antes de que ellos transitaran por allí.
Un dolor de cabeza empezaba a surgir y ella se sentía la mayor de las tontas por no haber hablado con su esposo durante todo el tiempo que pasaron separados. Lo había extrañado con toda su alma y estaba dispuesta a cerrar este capítulo de su vida y empezar uno nuevo al lado de su marido el día de hoy, y no era solamente porque su ciclo no había llegado ese mes y suponía que ya cargaba en su vientre al futuro heredero de St. James. Renovaría sus votos ante toda la nobleza para reafirmar el amor que surgió entre ella y Phineas unos meses atrás. El día que ella tan desesperadamente necesitaba ayuda y él se presentó ante ella como el héroe de los libros de las historias góticas que tanto amaba leer.

Ella no podía continuar aquí, bajaría del carruaje y llegaría a esa iglesia así tuviera que hacerlo caminando.

—Susi, quítame las joyas y colócalas en mi bolso de mano. Vamos a caminar, posiblemente un poco más adelante el tráfico esté más libre y podamos tomar un carruaje de alquiler.

—Está segura, su gracia —respondió la muchacha no muy segura de los planes de su ama.

—Sí, estoy segura. Tengo a un hombre que me ama esperándome en esa iglesia y no quiero que vaya a pensar que no tengo intención de renovar nuestros votos ante Dios.

La Verdad de un DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora