Prólogo

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Escucho molestos estruendos resonar en mi cabeza. Una ventana de cristal destrozarse, un imponente mazo golpear una superficie de metal, un choque automovimistico; no lo sé. Mi única certeza es que cada cinco o diez segundos vuelven los estruendos y me taladran con la intención de reventar mis oídos.

-¡Despejen!

"¡¡AHHH!!, DUELE MUCHO". Nadie escucha mi grito de auxilio, pero igual me siguen lastimando. Una dolorosa succión, como si trataran de arrancarme la piel y mostrar la carne viva de mis músculos hasta que parezca la figura de una grotesca película gore.

-¡Vamos! ¡Otra vez, despejen!- y de nuevo el dolor le sacude de electricidad.

"!Ya basta!"

Hay blanco, mucho blanco. Estoy en una habitación vacía y visto una camisa y pantalones blancos. Me siento ligero y pesado al mismo tiempo. Vaya forma de vestir considerando que estoy agonizando en cada intervalo de segundos. Voy descalzo y aunque camine, no parece que llegaré a ninguna parte. ¿Estoy muerto?

No lo entiendo. Iba de regreso a mi taller (creo que entregué un pedido) y luego... nada. No puedo recordar lo que pasó, pero tratar de hacerlo me retuerce los sesos. En el archivero hay un carpeta vacía de ese momento del tiempo, datos no registrados, no encuentro nada que me indique porqué estoy aquí y si al menos tengo la posibilidad de regresar.

Mi opción es seguir caminando.

-¡De nuevo! ¡Despejen!

"¡AHHH! ¡Dios, ayúdame!". Las arcadas de dolor me hacen caer de rodillas en el piso pulido y mis manos se sujetan del pecho, tengo espasmos y mi rostro se estira por las muecas de agonía. Si esto va seguir así, prefiero estar muerto de una vez por todas.

Jadeo mientras me recupero del dolor, pero sé que regresará y cada vez es más fuerte. Suelto todo el aire de mis pulmones y cierro los ojos con la esperanza de ir ¿al cielo? ¿El más allá? ¿Un segundo plano? Como sea que se le llame o a donde van a parar las almas cuando el cuerpo muere, pero quiero que ya suceda. Nunca fui una mala persona, debería irme con dignidad y en paz, no de esta forma tan grotesca y desalentadora. O quizás siempre es así y todos los males que hiciste los pagas con dolor antes de irte, como una forma de limpiar tu alma y se te permita ir al lugar para la gente buena.

Abro los ojos lentamente y cuando mi visión se hace nítida, encuentro algo frente a mí; una mano extendida. Dudo un momento, pero no tiene caso que me resista. Es mi hora de partir. Tomo la mano que me ofrece ayuda y cuando me reincorporo, un hombre me está mirando con una sonrisa amable, pero lo desconcertante es un brillo malicioso... No, travieso en los ojos. Tiene el pelo corto y canoso, barba desaliñada, unos profundos ojos como el ámbar y lleva puesto un traje azul marino, como los que usan los empresarios.

 Inesperado, pero supongo que no debería hacerle preguntas a Dios.

Resoplo resignado.

-Bien, estoy listo- declaro y espero que se habra alguna puerta al cielo, pero todo lo que recibo a cambio es una ceja enarcada del Todo Poderoso.

-¿Listo para qué?- pregunta con una sonrisa, tirándome de a loco.

¿Cómo, perdón?

-Irnos al más allá.

-Ah, ese no es mi trabajo, lo siento, hijo.

-¿No eres Dios?- junto las cejas con incredulidad y desconcierto.

El hombre ladea la cabeza en negativa y presiona los labios en señal de disculpa.

-Pero me permitió estar justo en el lugar correcto contigo y proponerte un trato- ¿Un trato? Ok, seguramente estoy alucinando, pero lo extraño es que no tomo narcóticos y el alcohol solo lo consumo una o dos veces al mes -. Puedes escuchar lo que quiero proponerte o si quieres ya te puedes ir. Solo te advierto que conmigo tienes una oportunidad de regresar a la tierra y si decides irte... - mueve la muñeca a la altura de su cuello, como que a alguien le van a cortar la cabeza.

Por siempre te cuidaréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora