La condenación del ser.

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1

Leonard había abierto el sobre, esperó horas nerviosamente hasta que dieron las ocho y treinta de la noche. Hubiera preferido mantener el sobre intacto, sin abrir, pero sus vómitos y mareos, además de los insoportables dolores debían de tener una respuesta y la respuesta se hallaba dentro del folder. Le temblaban las manos, sus dedos flacos buscaban en el interior el documento, el resultado de sus análisis. Una gota fría de sudor bajaba por su sien a gran velocidad mientras sus ojos se hallaban abiertos de par en par.

"Hospital de Oncología y tratamiento quimioterapéutico" Rezaba el sobre.

Leonard sacó el documento y dejó de lado el sobre, jaló una de las sillas del comedor y tomó asiento. El foco incandescente encima de él resaltaba la tinta negra impregnada en el blanco papel, sus ojos comenzaron recorrer cada uno de los párrafos, cada uno lleno de tecnicismos y jerga médica tan compleja como indescifrable, al menos para su débil cerebro. Y no es que fuese un estúpido, sino más bien las jaquecas y los insoportables mareos le tenían cansado mentalmente, llegó hasta el final de la página, giró el documento por si había más información detrás, pero tan solo una de las caras contenía lo suficiente para condenarle de por vida. Arrugó la hoja hasta formar una bola con ella, la dejo caer sobre sus pies y se llevó las manos al rostro.

—Maldita sea—Dijo mientras las lágrimas escurrían encima de sus mejillas.

Se levantó y fue hasta su refrigerador, al abrirlo una docena de jugos bajos en azúcar y demás alimentos dietéticos inundaban el interior. Tomó una lata de bebida descafeinada y la miró detenidamente, pensó en lo desagradable que era tener una dieta estricta, pensar en que escoger bien sus alimentos era vital para mantenerlo con vida. Sacó un plato con soja y trozos de tofu. Apagó la luz del comedor y encendió el televisor de la sala. La luz de éste iluminaba tenuemente los alrededores, empezó a navegar por los canales disponibles mientras tomaba trozos de soja y bebía sorbos de la bebida. Miró hacia su izquierda sin ánimos solo para encontrarse con la fotografía de su esposa. Llevaba ocho años sin vida y Leonard no se molestó siquiera en encontrar pareja alguna, estaba estrechamente vinculado a su fallecida mujer. Todos los días antes de dormir sacaba uno de los vestidos del ropero y lo tiraba hacia un lado de la cama, lo colocaba a manera de simular el cuerpo recostado de su amada, él se tiraba al otro lado y podía permanecer horas hablando a solas, simulando que ella le prestaba atención, no tuvo hijos, por lo que era su único remedio para ser "escuchado" por alguien. Leonard se encontraba inmerso en un mar de pensamientos negativos y depresivos mientras el televisor iluminaba la fotografía enmarcada. Su rostro desanimado cambió repentinamente y se desfiguró, todo producto del llanto que se desató en él. Apartó la mirada de la fotografía y se echó para atrás en el sofá, desplomó los brazos y lloró desconsoladamente un largo rato.

—Me he cuidado demasiado—Dijo sollozando.

El televisor de Leonard seguía encendido y transmitía una serie de infomerciales, los típicos que te encuentras en un canal común, la única programación disponible en la madrugada aparte de las películas pornográficas de medio presupuesto. Él se encontraba dormido, en el sofá. Para muchos la mejor forma de escapar del maremoto de desgracias era dormir, y era justo lo que él había conseguido en ese momento.

2

El despertador de su recámara resonaba por toda la casa, marcaba las siete de la mañana en punto, Leonard al escucharla abrió los ojos lentamente, se sorprendió al ver que se había quedado dormido, sería la primera vez que el vestido de su difunta mujer no se descolgaba del perchero.

—¡El trabajo, joder!—Dijo al darse cuenta de que se había retrasado.

Se levantó estrepitosamente del sillón mientras se desvestía en el camino. Parecía que lo había olvidado, parecía que en su atormentada mente la apertura del sobre y el cáncer del que se había enterado eran meramente un sueño, pero poco duro su tranquilidad hasta que llego a la cocina. Vio el sobre en la mesa y la embolada hoja de papel en el suelo. El desespero llegó otra vez a su realidad, soltó su camiseta y el torso desnudo con un par de costillas exhibidas se mostraron sin vergüenza. Subió hasta su recámara y se dirigió al ropero, sacó inmediatamente el vestido color crema con rosas en los bordes. Se quitó el pantalón mezclilla azul y se introdujo en el vestido, le llegaba por encima de las rodillas y le ajustaba en la cadera.

Caminó hasta un largo espejo junto a su cama y se miró detalladamente, él creía, como siempre, que verse a él con el último atuendo de ella, le hacía sentir su presencia en sí. Era una forma enfermiza pero desentendida el poder consolarse de esa manera durante los ocho años de su la ausencia de su esposa. Tenía un par de ojeras que para nada hacían juego con el colorido vestido, las mejillas sumidas formaban un bache que atrapada la oscuridad y resaltaba una profundidad demacrada, cada vez que usaba el florado atuendo era como si sintiera la presencia de su esposa en sí, ¡claro!, porque no había diferencia alguna, fuera él o ella quien lo usara, siempre se vería lo mismo, un cadáver dentro del vestido.

Luego de observarse unos segundos, cayó de rodillas y le costó reincorporarse de nuevo, se mantuvo en el suelo unos minutos. Y escucho el tocar de la puerta con insistencia. Leonard no prestó atención y solo se limitó a ignorar el ruido. La puerta se abrió, el chillido de las viejas bisagras le advirtieron, pero no se sobresaltó, casi podía adivinar quien había entrado. Sabía perfectamente que solo había una persona en el mundo que podía ver por él...

—¡Leo! ¿Estás en casa?—Dijo Isaac, su hermano menor. Entró con la copia de llaves que el mismo se encargó de pedir a un cerrajero amigo suyo. Isaac se preocupaba de más por él, y no era para menos, Leonard era un saco de enfermedades y calamidades, cuidar de él era lo más cercano a prologar un poco la vida del imán de desastres que tenía por hermano. Desde el abandono de su padre y la desenfrenada locura en la que se sumergió su madre, Isaac y Leonard a temprana edad se dedicaron a cuidar el uno del otro, aunque fuese Isaac quien más representativo tuviera el papel de "buen hermano".

Los escalones chirriaban con cada paso que Isaac daba, podía presentir y sabía perfectamente tal como las anteriores veces que Leonard estaba atrincherado en su habitación.

—¿Estás bien? ¿Otra crisis?—Preguntó Isaac subiendo los últimos peldaños hasta llegar al pasillo que daba con la habitación de Leonard.

Tocó a su puerta dos veces, pero no recibió respuesta. Detrás del madero solo se escuchaban los sollozos y chillidos de alguien que para nada se encontraba bien. Isaac sacó de nuevo el racimo de llaves de su bolsillo y buscó una plateada que tenía escrito en una plaquita "Habitación". Tenía una llave para cada rincón de la casa de Leonard, para prevenir...

Quitó el seguro de la perilla y entró sigilosamente asomando medio rostro. Lo primero que vio fue al desequilibrado Leonard en su lecho de demencia y un vestido de medio día sin lavar en meses.

—Leonard, vamos, levántate hermano-Dijo Isaac.

Lo tomó del brazo e intento levantar por la fuerza Leonard quien para nada cooperaba, tan solo se escatimó en pedirle a Isaac se largara.

—Leonard, quítate eso, ve a tomar una ducha.

—No me separes de ella, Isaac.

—Es solo el vestido fúnebre de tu esposa, ya es suficiente, déjame ayudarte.

Isaac tomó el vestido por el cuello y comenzó a jalarlo con la intención de despojar a Leonard de su simbólica atadura. Su hermano se negó y se aferró al atuendo con una fuerza de voluntad que no cuadraba con su desfallecido cuerpo.

—¡NO!—Vocifero Leonard.

—¡Ya es suficiente!

—¡Por favor, NO!

Ninguno de los dos cedió. Y el vestido no iba a esperar que alguno lo hiciera. Una pequeña rasgadura se convirtió en un deshilado camino que termino por partir en dos el vestido.

Leonard irrumpió el llanto y con un empujón logró derribar a Isaac para pasar encima de él intentando huir, presa de la consternación camino sin cuidado y sin atención.

—¡Espera! ¡Leo!

Isaac se levantó velozmente e intentó detenerle jalando de un trozo colgante del vestido haciendo tambalear al frágil Leonard. Con pasos torpes cayó y rodó escalones abajo hasta que su cabeza encontró reposo en la orilla de un escalón.

—¡Joder! ¡Leonard!—Gritó Isaac, quien sacó rápidamente su teléfono móvil para llamar a emergencias. Intentó auxiliar a Leonard quien aún se hallaba consiente y con una hilera de sangre brotando de la parte trasera de su cabeza, pero en cuestión de segundos se hundió en un sueño profundo y perdió la razón.

Euthanasian Coaster.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora