27 de julio del 2021
Las primeras luces del amanecer comenzaron a asomar por el horizonte, reflejándose abstractamente en el agua del inmenso océano que tenía frente a mí. Todos habían decidido irse a sus casa después del revuelo que se había formado en la fiesta, y no les culpo, yo tampoco sabía la razón por la que seguía despierta y no metida en mi cama durmiendo la mona. Mentira, por su puesto que sabía la razón, y para vuestra información esa razón tenía nombre y apellido.
Era por esto, por lo que me encontraba en medio de una playa desierta o casi desierta, con un cubata ya caliente a medio tomar entre mis manos, mirando como el agua del mar se balanceaba de un lado a otro formando pequeñas olas. Un bostezo salió de mi boca sin previo aviso, volviéndome a recordar lo bien que estaría yo en mi casa.
- Deberías irte a tu casa, tienes una cara horrible. - Espetó, la rubia de rizos, al tiempo que se tiraba en la arena junto a mí. - Enserio, ¿qué haces aquí? - ¿Qué hacia allí? Lo cierto es que era una buena pregunta, pero yo no estaba preparada para responderla, porque hacerlo traería consecuencias y a veces por el bien propio es mejor agachar la cabeza y huir. Así que me dediqué a contemplarla en silencio. Sus manos se encontraban enrollando la papela número doce desde el comienzo de la noche.
- ¿Por qué? - Miriam me miró, su cara reflejaba cansancio y confusión ante mi pregunta - ¿por qué te alimentas de esas mierdas? - Pregunté finalmente, haciéndole un gesto con la cabeza hacia el pitillo que tenía entre el índice y el corazón.
Quizá, porque estaba colocada a no poder más o simplemente porque una de las características que mejor definían a Miriam era la brutal sinceridad, su respuesta impactó en mí dejando demasiadas dudas, que quería resolver.
- Esto - alzó el piti ya prendido - es mi seguro de vida. - Mantuvo unos segundos el piti en su boca, y finalmente soltó una calada inclinando la cabeza hacia atrás al tiempo que cerraba sus ojos.
- ¿Tú seguro de vida? - Pregunté con una ceja levantada. - Eso que tienes entre las manos mata, lo sabes ¿verdad?
- Claro que lo sé, la gente no deja de repetirlo una y otra, y otra vez. Y por si fuese poco jamás se cansan de repetirlo, es como si les cobrasen por cada vez que lo dicen, ¿te lo puedes creer? - Sus pupilas dilatadas me miraban, y no era cualquier mirada, era una mirada intensa y perdida al mismo tiempo.
- Me lo creo - apartó la mirada para continuar con el piti - entonces, ¿por qué? - ¿Por qué la gente se droga? Claro que sabía porqué la gente se droga. Puede ser por presión social, empezar y no saber parar, por traumas, problemas familiares, malas temporadas y un sin fin de cosas, pero la conclusión sigue siendo la misma, un escape, un momento de paz, o de placer.
Miriam suspiró y miró hacia los primeros rayos del Sol que comenzaban a aparecer sobre el mar. Y cuando ya creía que no iba a responderme me sorprendió con su respuesta. - Las drogas matan, cierto, a largo plazo matan. - Hizo una pausa, pensando qué decir o cómo - pero a corto - volvió a alzar el piti sobre nuestras cabezas - a corto plazo, está cosa que ves aquí salva vidas, igual que salvó la mía, por eso tomo estas mierdas.
- ¿Cómo que eso salvó tú vida? - No había que ser muy inteligente para darse cuenta de que Miriam tenía secretos, problemas y que estos no eran del tipo, me llevo mal con mis padres por qué son muy estrictos o cosas por el estilo típico de un adolescente. La conocía desde hace casi un mes, y al estar en su entorno cercano de amigos me había dado cuenta que Miriam no era tan extrovertida, alegre y risueña como aparentaba ser, como casi todos creían que era, como yo creí que era cuando la conocí.
- Sí, pero es una historia muy larga - acompañó con un suspiro, exhalando todo el humo. Humo, que debido a la brisa que había acabó en mi cara, haciéndome toser.
- Hay otras formas. - Sentencié, sin apartar mi mirada de ella.
- ¿Así? Ilumíname por favor. - Me dijo con un tono de burla al tiempo que rodaba los ojos.
- Existen terapias, gente que puede ayudarte, uno a dejar eso - volví a señalar el piti que ya estaba casi terminado - y dos a superar aquello que te haya pasado.
- Vamos a ver cómo te lo explico para que lo entiendas. - Por lo visto no era la primera vez que Miriam tenía esta conversación y al parecer no le gustaba ni lo más mínimo. - La gente tiene problemas, unos escriben para olvidarse de ellos, otros escuchan música, otros cantan, se inventan realidades imaginarias, y otros pintan y colorean. Y luego estamos nosotros, los que nos drogamos para conseguir una paz mental. Y ¿quieres saber que tienen en común todas las personas con problemas personales o internos que se drogan? - Me limité a asentir esperando su respuesta. - Ninguna de esas personas tiene la mínima intención de ir a terapia a contar su vida, sus problemas como si a alguien le realmente le importase. Ninguna de ellas quiere que le miren con cara de lástima, de pena y que les digan que deberían hacer y cómo dejar las drogas, porque no es algo que puedas hacer en un abrir y cerrar de ojos.
- Hay gente que sí va, y les va bien ahí, les ayudan. Lo que has dicho tú es lo normal, lo general, lo habitual, pero hay excepciones¿por qué tú no eres una de esas excepciones? - Sabía que debía callarme, sin embargo no podía.
- Tú no te cruzas con el primer desconocido que ves por la calle y le empiezas a relatar tu vida, tus problemas e inseguridades. ¿Porque iba a hacerlo yo? - Y con está respuesta me di cuenta de cuánto la había cargado, pero ya había empezado y no podía parar.
- ¿Por qué no lo ibas a hacer si lo necesitas? - En mi cabeza se repetían una y otra vez las imágenes de aquella noche ya lejana, y a su vez estaba reviviendo aquella conversación de hace ya tres años, aquella conversación que acabó en una discusión sin solucionar.
- ¡Porque no confío en los psicólogos, terapeutas o como quieras llamarlos! - Y lo bomba estalló.
- ¡Pues deberías, son los únicos que pueden realmente ayudarte! - Mis ojos comenzaron a aguarse, parpadeé varias veces con la esperanza de que cesaran.
- La confianza es algo que se gana. No puedes regalarle tú confianza al primero que pasa porque diga vaya a ayudarte.
Suspiré y una sonrisa de boca cerrada cargada de tristeza asomó en mi rostro. - ¿Déjame adivinar? Eres de esas personas que cree que confiar en la gente es una debilidad.
- No, soy de esas personas que sabe que confiar significa darle a la otra persona el poder de destruirte, humillarte y joderte a niveles inimaginables. Y lo siento, pero yo no estoy dispuesta a volver a pasar por esa mierda.
Su mirada era intensa y desafiante, pero su voz tembló. En el sabía que en el fondo tenía razón, sin embargo ella no se creía lo suficientemente fuerte para romper aquella coraza que la protegía, y yo no lo era para volver a las acontecimientos de hace tres años, para volver a vivir la misma historia.
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Pues aquí tenéis el comienzo de la novela!
Disfrutadla! Y contadme por aquí abajo lo que os va pareciendo! Sigo?