Prólogo.

83 3 3
                                    

Hyunjin podía hacer muchas cosas bien, y aun así estaba acostumbrado a que su madre le dedicara miradas cargadas de decepción, a que no hubiese abrazos o palabras de aliento; estos siempre se veían remplazados por regaños con su típico tono de desprecio y postura superior. Tenía la certeza de que la señora Hwang era menos infeliz recordando aquellos tiempos en los que tenia su edad y no lo arruinaba. Con el tiempo, aprendió a ignorarla, Hyunjin era lo bastante inteligente para saber que sin importar que hiciera, su madre nunca estaría conforme. Y aunque le gustaba pasar ese hecho por alto, en ese momento no era capaz. Esos últimos días estaba perdiendo el control, y lo odiaba. No podía detener la voz de su madre en su cabeza. Hyunjin, compórtate. Hyunjin, no hagas eso. Hyunjin, no debes pensar así. Hyunjin, madura. Hyunjin, tu obligación es ser perfecto. Hyunjin. Hyunjin. Hyunjin. Quería gritar. Parecía una de esas canciones pegajosas que escuchas por casualidad, y se atasca en tu cerebro hasta que te fastidia.

Estaba exhausto y con el remolino de pensamientos que cruzaban su mente, tuvo la sensación de que iba a vomitar. Opto por recargarse en la puerta, evitando mirar hacia el suelo, porque presentía que en algún punto se abriría un hoyo y lo tragaría por completo. En el fondo deseo que así fuera. Cualquier cosa era mejor que pretender que nada ocurría mientras la gente seguía llegando.

Por suerte, había algo en lo que Hyunjin era bueno. Podía fingir demasiado bien, y era esta la única cosa que su madre jamás podría reprocharle. Después de todo, había aprendido de la mejor. Le parecía impresionante que siempre y cuando el tuviera una sonrisa en su rostro, nadie se daría cuenta de los lugares oscuros a los que su mente lo arrastraba. ¿Qué tipo de problema podía tener el hijo del pastor? Nadie se lo imaginaba, y si así fuera, ¿de qué le servirá que personas en un pueblo con ideas tan retrogradas como aquel tratase de entenderlo o ayudarlo?  Aunque le gustara negarlo, estaba mejor así y atesoraba esos momentos donde caía en su propia mentira. Hyunjin y su madre cargaban con mascaras tan realistas que en ocasiones llegaban a olvidar que las tenían puestas. Era una línea en la que sentía que se ahogaba pero que podía tocar la superficie con la punta de sus dedos. Un tipo de alivio doloroso. 

―Pon atención o la volverás loca ―Jisung advirtió en un tono bajito y temeroso.

Era lamentable que incluso su mejor amigo estuviera asustado de su madre. Hyunjin sonrió y asintió con su cabeza en un patético intento de proporcionarle seguridad. Lo ultimo que quería era que Jisung se viera involucrado en el caos que se desataba en su interior. Trato de apaciguarlo. No pudo. Mientras mas gente llegaba, mas atrapado se sentía. Era tan agobiante tratar de entender porque no podía dejarlo pasar. Él era bueno manteniéndose en una pieza cuando se trataba de su madre. De su madre. Su madre. Las letras hicieron eco y ahí entendió la razón. Ella no era el problema real, solo representaba un catalizador en esa extraña ecuación que creía no tener respuesta.

Hyunjin estaba esperando a Felix. Ni siquiera lo conocía del todo, y tampoco estaba seguro de que fuera a asistir, y sin embargo ansiaba verlo de nuevo. Sus ojos lo buscaban entre la multitud, y no se abstenía de sentirse decepcionado por cada persona que aparecía y no era él. Aun y cuando estaba al tanto de que no debía ser así. No era correcto. Tenia que alejarlo.

Pobre Hyunjin. Felix no se lo dejaba fácil.

Porque cuando alzo la mirada, ahí estaba. Y otra vez tuvo esa sensación abrumadora que se extendió por su pecho y se estancó en sus pulmones. Cada vez que sus ojos se cruzaban, sentía que podía ver hasta la parte mas oscura y dañada de su alma, esa que nunca le mostro a nadie más. De alguna forma, Felix era la excepción. Y le resulto tan irónico que algo que lo arrastraba a la locura, parecía ser su única liberación.  

AMÉNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora