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05 de noviembre / 1929

Te he visto en el mercado hoy, con tu overol enorme y el sombrero lleno de flores. Capturé tu sonrisa en solo un instante y la guardé en el enorme álbum de mis recuerdos.

Hay una alta probabilidad de que al envejecer olvide muchas cosas, como las fechas, la dirección de mi casa o incluso mi propio nombre. Pero te aseguro que jamás podría olvidarte.

Tomé fuerzas para acercarme a ti, saludándote con mi mano levantada.

Y creí ver tus ojos brillar.

Me siento terriblemente celoso y acongojado, porque quiero ser el único que presencie las estrellas nacer en tus pupilas y morir en tu risa.

Preguntaste por mí madre. La pobre anciana ha estado desvariando desde el invierno pasado. Me han dicho que debo enviarla a algún lugar para que pasé sus días contados con tranquilidad, pero no puedo dejarla sola. Soy lo único que le queda.

¿Acaso no es la labor de un hijo?

Los pájaros cantan afuera de mi ventana mientras escribo esto ¿Los puedes escuchar?

En ocasiones pienso que eres tu quien se sienta en el alfeizar y me acompaña. Te escucho hablar por horas hasta que tu voz se va y te ofrezco una taza de té.

Pero no eres tú.

Porque estas lejos y no te gusta el té.

Quisiera que realmente fueses un ave. Serías hermoso, sin duda, con plumas coloreadas por el sol y la hierba. Te mantendría en una jaula limpia y siempre alimentado.

Pero me odiarías, porque eres un alma libre. Y yo alguien demasiado cobarde.


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Una despedida silenciosa  ➽ VMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora