1. casetes rotos.

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—Nos veremos en otra vida.

Fue lo último que le prometí antes de soltar su mano y dejarlo caer.

Siempre era el mismo escenario, ese rostro de desesperación que me desgarraba el corazón y luego...

La alarma despertándolo de golpe.

Se reincorporó de un salto ante el berrear del teléfono, poco menos como si le hubiese advertido de un inminente peligro. Tanteó el edredón con agitación, en búsqueda del maldito teléfono que lo empezaba a poner de los nervios con su constante pitido. No lo encontró, y solo entonces se dio cuenta de que el sonido provenía del buró.

Bufó, enojado, y apagó la alarma. El silencio que lo envolvió inmediatamente después fue glorioso, mas fue roto de un solo espadazo al recordar por qué había puesto la alarma tan temprano ese día.

Su primer día de clases... en otra escuela, y en otra ciudad.

Claramente, fue un cambio que iba en total falta de su control. Sus padres fueron ascendidos en su trabajo, y ahora dirigían un bufete de abogados en donde la paga era considerablemente mayor, por lo que tuvieron que mudarse a Seúl casi de un día para otro.

Fue un cambio drástico, del cual todavía se está recuperando. No es como que tuviese mucho que dejar en el antiguo lugar que vivía, una ciudad más pequeña y cercana al mar. No tenía amigos allá ni tampoco acá, así que de lo único que se despidió fue del mar y de la señora a la que siempre le compraba bunggeopan, un pan en forma de pescado relleno con crema que quedaba ideal para cualquier ocasión, sobre todo en esos días lluviosos que allí, en Busan, abundaban. Pero más allá de esos pequeños detalles, no hubo más que dejar atrás, además, Jaemin no era mucho de aferrarse a las cosas.

En el fondo le temía a este nuevo comienzo, pero fingía que no, de esa manera, los nervios serían menores. Aun así, el estómago se le retorcía de la ansiedad, o del hambre, no estaba seguro.

Se levantó antes de que el miedo lo asaltase y se escondiese bajo las sábanas para rehuir de su realidad. Se aseó, y colgada de la puerta de su habitación, encontró su nuevo uniforme, planchado y limpio, impecable. Era parecido al que usaba en su otra ciudad, los únicos detalles que cambiaban eran las franjas en los bordes de la camisa de mangas cortas, las cuales, en vez de ser color rojo, eran verdes y, obviamente, la insignia de su nueva escuela.

Se vistió, dejándose la camisa abierta y utilizando bajo ella una camiseta blanca, y bajó las escaleras sin muchas ganas... Prefería no ahondar en detalles, la historia se cuenta sola cuando se veía su relación con sus padres. 

Al bajar las escaleras, los encontró tal y como se imaginó. Su padre comiendo su taza de arroz, siempre con prisa, y su madre bebiéndose un café mientras revisaba las noticias en su teléfono.

Y él, como siempre, tenía que servirse el desayuno solo.

Un plato de cereales y leche bastaría. Y un par de reproches también. En eso se basaba su desayuno cada mañana.

—Anoche te oí moverte hasta tarde, ¿qué estabas haciendo? —comenzó su madre—. Sabes que tu hora de dormir comienza a las diez.

Jaemin suspiró para suavizar el nudo en el pecho que ese comentario le provocó. Muchas veces su prudencia ha sido su salvadora en situaciones como estas.

—No podía dormir... —mintió. Sus padres no sabían que pasaba las noches escribiendo letras sin sentido. 

—Si te la pasas perdiendo el tiempo es evidente que a la noche no estarás lo suficientemente cansado para dormir —le criticó, sin dejar de mirar su teléfono.

tornerai (volverás) ー nominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora