Todo lo que nunca fuimos |taejin|

ℒℴ 𝓆𝓋ℯ 𝓅𝓋𝒹𝒾𝓂ℴ𝓈 𝓈ℯ𝓇

El camino se extiende frente a mis ojos, la carretera estaría prácticamente vacía de no ser por mi auto y un pequeño camión de carga que va unos metros delante de mí, el característico olor a estiércol inunda mis fosas nasales y mi cara se arruga en un gesto de disgusto que pronto es reemplazado por una sonrisa al recordar todos los buenos momentos que pasé en este lugar.

Miro a mi alrededor y noto cómo los años han pasado por este pequeño pueblo, luciendo ahora mucho más urbanizado que cuando me fui, ya no queda casi ninguno de los lotes baldíos que alguna vez utilicé como escondite para escapar de mis responsabilidades cuando era un adolescente, ahora hay una tienda de autoservicio en cada esquina y varios de esos modernos cafés tan característicos de la gran ciudad adornando la acera. De pronto me siento nostálgico y sentimental al pensar en cómo todo cambia tan rápido y me encuentro experimentando una sensación bastante similar a la que tenía cuando recién llegué a este pueblo hace ya casi diez años atrás. Estaba molesto con mis padres, lo recuerdo, porque de un día para otro decidieron que sería una buena idea irnos lejos de todo el ajetreo de la gran ciudad, lejos de esa vida llena de trabajo y ambiciones, y ahora, creo que los entiendo. Una modesta pero acogedora casa en el campo a la cual regresar cada tarde después de una jornada laboral de ocho horas, no doce, comida casera en vez de una insípida pizza de microondas y un buen libro antes de dormir en vez de estar detrás de una pantalla adelantando trabajo para el día siguiente.

Sin duda, una vida bastante simple, pero bella.

Estaciono el vehículo junto al auto de mis padres. Veo la fachada, le han dado una buena mano de pintura, me doy cuenta, esta casa se ve como nueva. Subo los pocos escalones que me separan de la puerta de entrada con mi maleta en mano, creo que mamá me ha escuchado porque antes de hacer siquiera el intento de tocar la puerta, ella ya la está abriendo con una sonrisa radiante en su rostro y una taza humeante entre sus dedos.

–Jinnie–dice mientras rodea mi cuello con el brazo que no tiene ocupado–¿cómo estás cariño? ¿Llegaste bien? Pasa, pasa, que está helando afuera.

Obedezco después de corresponder su abrazo con una caricia en su espalda y un beso en su mejilla. Cierro la puerta, bajo mi equipaje para dejarlo en el suelo y junto a éste mis zapatos. Camino hasta la sala de estar en donde encuentro a papá vistiendo una camisa vieja, su cabello desordenado, sus lentes a medio camino de su nariz y una pequeña lámpara sujetada entre sus sus dientes mientras sus manos batallan con un par de cables.

–¡Seokjin, hijo! Ven, ven, ayúdame con esto ¿quieres?–me apura moviendo una de sus manos repetidamente–La cafetera de tu madre se ha averiado y estoy intentando arreglarla, ya sabes que esa mujer no puede vivir sin cafeína en su sistema.

Esto último lo dice susurrando y con una sonrisilla bailando en sus labios.

Lo ayudo sin problemas, el tiempo que nos toma volver a armar el aparato lo aprovechamos para hablar un poco, me pregunta acerca de mi empleo y de si he estado durmiendo bien, yo le pregunto cómo lo ha pasado estos primeros meses como jubilado y si ya ha empezado a redactar su testamento.

–Todavía no soy tan viejo, muchacho insolente. Y en todo caso, lo único que dejaré para ti será el libro de chistes del abuelo.

–La mejor parte de la herencia–aseguro divertido.

Él golpea mi cabeza suavemente cuando pasa a mi lado para dirigirse a la cocina, lo sigo de cerca y me siento a la mesa, mi estómago ruge al ver la cena y recuerdo que no he comido desde medio día así que sin demorarme más, tomo un par de palillos y lleno mi plato con rapidez.

Unos minutos más tarde me encuentro desparramado sobre la silla, con mi estómago lleno y abultado.

Todos conversamos animadamente hasta que el silencio se hace presente cuando nos percatamos que el reloj marca las ocho en punto de la noche. Mamá apura a papá para que suba a alistarse, pues nos iremos en pocos minutos, el la atiende de inmediato y nos quedamos sólo ella y yo.