ℒℴ 𝓆𝓋ℯ 𝓈ℴ𝓂ℴ𝓈

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Quema.

La bebida que baja por mi esófago quema, pero se siente bien. Cuando termino el trago me tomo unos minutos para recorrer el lugar con la mirada. Llego a la conclusión de que nisiquiera quiero estar en esta fiesta, pero es una buena manera de llenar mis horas sin sentido y poder dejar de pensar.

Siento un cosquilleo ascender desde mis hombros hasta mi nuca, la chica con la que he estado intercambiando miradas toda la noche ha decidido tomar la iniciativa y se ha acercado para empezar una charla que no dura mucho, sus dedos acarician el cabello de la parte trasera de mi cabeza. Intento no parecer tan incomodo, tan falso.

Me concentro en aspirar su aroma, en recorrer la curva de su cintura, en sacar provecho de la abertura en la parte trasera de su vestido para acariciar la piel de su espalda, pero nada da resultado, fracaso al tratar de convencerme a mí mismo de que ella me gusta, la decepción me inunda cuando descubro que ni siquiera la encuentro atractiva y me odio más al caer en cuenta de que la única razón por la que he mantenido este coqueteo es porque quiero olvidar, pero no puedo.

Los labios rosados y generosos de la muchacha se burlan de mí, restregándome en el rostro la cruda verdad: ningunos serán tan dulces como los suyos.

Ella me besa y al cerrar los ojos, no puedo evitar imaginar que es su boca la que me acaricia, que son sus manos las que me sostienen.

Me aparto jadeando. La pelirroja frente a mí me observa ¿confundida? No puedo decirlo bien, las luces intermitentes del lugar distorsionan su figura y sus movimientos, parece que va en cámara lenta. Me encuentro de repente mareado. La suelto y cuando doy un paso lejos de ella siento que me caigo. Me toma de la muñeca e intenta recuperar la cercanía entre nuestros cuerpos, pero yo no quiero esto.

No lo quiero, no.

Lo quiero a él, porque no hay nadie mejor.

—Déjame—digo, pero no puedo escuchar mi voz a causa de la intensa música que llena el lugar—. Me voy.

Deshago su agarre de mi muñeca con un movimiento algo torpe pero lo suficientemente firme para poder liberarme. No la miro, no me importa. Sólo quiero irme de aquí.

Escucho mis zapatos golpeando el asfalto, ya no estoy dentro de esa casa abarrotada de gente desconocida, sin embargo, no recuerdo hace cuánto me fui ni qué tan lejos he llegado. Hace frío, lo sé por el vaho que sale de mi boca cuando respiro, pero no lo siento, mi cuerpo está adormecido, mi mente también, al menos por ahora. Veo la calle tambalearse frente a mí, a cada paso que doy, el suelo se siente menos como cemento sólido y más como gelatina. Decido detenerme porque la sensación de estar sobre un bote se hace más intensa mientras avanzo y me veo incapaz de seguir caminando.

Un bote.

Pienso, y no puedo evitar recordarlo, todas esas tardes junto a él en ese lago, horas y horas a la espera de que algún pececillo picara el anzuelo para regresar al muelle con nada más que el cubo lleno de carnada intacta. Otro lo enocontrarían tedioso, pero nunca me pareció molesto, porque su simple presencia era suficiente para mí.

Una solitaria lágrima rueda por mi mejilla, dejo que escurra por mi mandíbula y luego por mi cuello. La veo caer sobre el dorso de mi mano.

Lágrimas, más y más lágrimas mojan mi rostro, mi ropa, el suelo.

¿Dónde estoy?

Me duele la cabeza, un líquido cálido baja por mi sien, mi mejilla arde al rozar contra el piso. Me he caído.

Ruedo sobre mí mismo para quedar boca arriba, la luz amarillenta de una farola perfora mis pupilas, aprieto los párpados a la vez que pongo mi mano derecha frente a mí para proteger mis ojos.

Todo lo que nunca fuimos |taejin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora