PRÓLOGO

32 12 0
                                    


    Era un poco tarde para regresar a casa, pero había valido la pena la demora. Kama había disfrutado bailando en los estanques que confluían en los límites del mercado, acompañado de niños de su edad y su amiga Namara, aunque llamarlos niños ya estaba de más, el mismo Kama ya contaba con 14 años, al igual que la mayoría de sus amigos y Namara solo era dos años menor que él.
   Después que terminaron de jugar, en medio de la algarabía Kama recordó que debía de comprar unas frutas para su hogar, se despidió de sus amigos y Namara, ella siempre era muy responsable para su edad. Namara regresó a la aldea y Kama se dirigió al mercado.
   Ya el atardecer amenazaba con darle paso a la noche. Apenas quedaban algunos puestos de ventas abiertas, el mercado era bastante grande, de aproximadamente un kilómetro de largo, las carpas de ventas se cubrían con cortinas de múltiples colores y el aroma dulce y fresco de las frutas se compenetraba con el vaho que escapaba de las carnes de venta que se encontraban ya en plena descomposición por haber estado demasiado expuestas al calor. Siempre hacía mucho calor en Delhi, y por supuesto mucho más en verano.
  
   Kama corría por los pasillos del mercado en busca de frutas y alimentos para su familia. Ahora él era el hombre de la casa y debía de proteger a su madre y a sus 2 hermanas pequeñas; le resultaba difícil en ocasiones entender esto, ya no podía permitirse ser un niño, su padre ya no estaba, había muerto hace ya 2 meses debido a una incursión en su aldea de extrañas bestias que acechaban por la noche, murieron un total de 34 personas ese día, asesinadas y cortadas en pedazos. Una lágrima le corrió por su ojo derecho, pero ahora no era tiempo de pensar en eso, debía de garantizar el sustento para su familia.
 
   Después de recorrer casi todo el mercado y no haber encontrado nada que comprar con solo las dos rupias con las que contaba se apresuró al ver que el viejo Mahema aún no había cerrado su carpa, el señor era un poco tacaño pero siempre llegaba a buenos entendimientos con Kama, y aunque en su puesto de venta las frutas estaban casi al punto de comenzar a descomponerse era mejor algo que nada.

   -Señor Mahema. ¿Cómo está?
Kama se acercó a todo trote hacia la carpa del comerciante.

    -Hola chico, algo tarde para venir a hacer compras. ¿No crees?-preguntaba el viejo mientras comenzaba a doblar las sábanas que cubrían su carpa.

    -Señor, no pude venir antes, mi aldea está teniendo problemas con una manada de simios que se encuentran a los alrededores y han atacado a algunos de nuestros vecinos, así que tuve que coger el camino de la montaña para poder llegar, por favor, véndame algo para alimentar a mi familia, aquí tengo dos rupias, dígame que puedo comprar con esto.

   Lo cierto era que la historia de los simios fue un poco exagerada, si bien es cierto que se habían establecido en el bosque próximo a la aldea y que en 2 ocasiones asustaron a un par de adultos de su aldea, no habían hecho daño a nadie; pero no podía admitirle al vendedor que se le había hecho tarde jugando en los estanques.

  -  Lo siento chico, no tengo nada para ti hoy, mi último producto se lo vendí a ese extranjero que ves allí.
Kama alzó la vista y vio a un hombre encapuchado, alto y con una cicatriz en el rostro, arrodillado en la fuente del mercado mientras saciaba su sed.

   Sin más dilación Kama se despidió del viejo Mahema y fue en busca del extranjero. Se le acercó corriendo y cuando estuvo a punto de tocarlo alzando su mano, ya se encontraba en el suelo; no tenía idea de que había sucedido. Todo parecía indicar que de un solo giro de su brazo el extranjero lo había desplegado contra el suelo.

    -¿Qué se te ofrece chico?
Pregunta el encapuchado mientras desvela su rostro y Kama puede ver sus ojos, grises como las nubes en plena tormenta y su mejilla derecha marcada por una cicatriz en forma de lanza, la misma llegaba hasta la altura de la sien.

 EvangeliumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora