09 - Nail Kingahan

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"...si tan solo supieras lo mucho que me gustabas.

Ella te mantiene hipnotizado, mientras yo muero"

Apenas llegué a mi casa, me quité la chaqueta y la arrojé sobre la silla. No tenía ánimos de cenar ni de ver televisión. Solo quería ducharme, acostarme y que este maldito día terminara de una vez. Saqué mi teléfono del bolsillo y lo conecté a cargar. Lo había apagado hace horas, incapaz de soportar la tentación de revisarlo cada cinco minutos, preguntándome si Anghelo enviaría un mensaje o si me llamaría para cualquier tontería, como hacía a veces. Pero, por supuesto, no lo había hecho.

Entré al baño y abrí la llave de la ducha, dejando que el vapor se apoderara del pequeño espacio. Me desvestí lentamente, con movimientos pesados, como si mi cuerpo cargara toneladas de peso invisible. El agua caliente cayó sobre mis hombros, aflojando un poco la tensión acumulada, pero no lo suficiente. Sabía que, aunque lavara mi piel con fuerza, no podría arrancarme la sensación de este día, la maldita punzada en el pecho que llevaba horas torturándome.

Era el aniversario de Anghelo y Galilea. Tres años juntos. Tres años en los que lo vi sonreírle con ternura, abrazarla en público sin miedo ni vergüenza, mirarla como si fuera el centro de su universo. ¿Cuántas veces había deseado que me mirara así? ¿Cuántas veces había fingido que no me dolía cuando hablaba de ella con tanto amor? Durante años me repetí a mí mismo que estaba bien, que podía soportarlo, que su felicidad era más importante que mi sufrimiento.

Pero hoy... hoy fue peor. Hoy ayudé a organizar la noche más perfecta de su vida. Hoy fui el idiota que lo ayudó a preparar el lugar donde le pediría que fuera su Luna.

Recordé cada detalle del sitio: las luces colgadas entre los árboles, la mesa elegantemente decorada, el vino que escogió con tanto cuidado. Todo era perfecto. Me dolía admitirlo, pero realmente lo era. Cuando vi su expresión al admirar el resultado final, supe que estaba genuinamente feliz. Su sonrisa era amplia, iluminada por las pequeñas luces que colgamos juntos. Cuando me giró a ver, con esa mirada llena de ilusión, sentí que me desplomaba por dentro.

-Es que esta vez es diferente. Cumplimos tres años -me dijo con un tono risueño, sin notar cómo mi corazón se hacía trizas en el proceso-. Además, pedirle que sea mi Luna no es algo que haré todos los días... -Hizo una pausa, contemplando el sitio con orgullo, y luego me miró-. Gracias por ayudarme en esto, amigo.

"Amigo". Esa palabra sonó como una condena.

Tuve que forzar una sonrisa y tragarme el nudo en la garganta.

-Cla-claro que sí... es magnífico -murmuré, sintiéndome un completo hipócrita.

Ahora, mientras el agua caliente recorría mi cuerpo, esos recuerdos pesaban más que nunca. Esta última semana había sido una tortura, viéndolo emocionado por la noche de hoy, escuchándolo hablar sin parar sobre lo especial que sería. Y yo, como un maldito masoquista, me quedé ahí, apoyándolo, ayudándolo, fingiendo que no me importaba.

Quería dormir. Quería que este día terminara. Quería que mi corazón dejara de doler cada vez que pensaba en él. Pero como si el universo se empeñara en castigarme, una canción comenzó a resonar en mi cabeza:

"Pero veo tus ojos cuando ella va pasando Qué gran alegría para esos ojos heridos Más brillante que el cielo azul Ella te hipnotiza Mientras yo muero...

Dime, ¿por qué razón llegarías a besarme? No soy siquiera la mitad de lindo... Le diste tu suéter Es solo poliéster Pero te gusta más ella que yo..."

Cada verso era un puñal directo al alma. ¿Cuántas veces había deseado que fuera yo? ¿Cuántas veces me pregunté si alguna vez me vería de la misma manera en que veía a Galilea? Pero sabía la respuesta. Siempre la supe.

Después de un rato, salí del baño con una toalla enrollada en la cintura. Me pasé otra toalla por el cabello mientras caminaba hacia la cama. Mi teléfono vibró sobre la mesita de noche, llamando mi atención. Lo tomé sin mucho ánimo y lo desbloqueé.

Anghelo
Ayúdame.
(10:12 p. m.)

Mi cuerpo se tensó de inmediato. Algo no estaba bien. Anghelo jamás enviaba un mensaje así a menos que algo realmente grave hubiera sucedido. Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras mis dedos volaban sobre la pantalla.


¿Qué mierda pasó, Anghelo?
(10:12 p. m.)


¿Dónde estás?
(10:12 p. m.)


¿Y Galilea?
(10:12 p. m.)

Cada segundo que pasaba sin respuesta era una tortura. Me levanté de la cama y empecé a buscar ropa a toda prisa. Justo entonces, mi teléfono vibró de nuevo.

Anghelo
mw wngañi
(10:13 p. m.)

Fruncí el ceño. ¿Qué carajos significaba eso? Tecleé con rapidez.


¿Qué mierda?
(10:13 p. m.)


No te entiendo nada.
(10:13 p. m.)


¿Estás borracho?
(10:14 p. m.)


Te llamaré. Dale tu teléfono a alguien para que me diga dónde estás. Ahora mismo voy por ti.
(10:14 p. m.)

Apenas envié el mensaje, marqué su número mientras intentaba meterme en los pantalones. El teléfono sonó varias veces hasta que alguien contestó, pero la voz al otro lado no era la suya.

-¿Halo? -preguntó alguien, con un tono serio.

-¿Dónde está Anghelo? -pregunté sin rodeos, mi paciencia colgando de un hilo.

-Está en el bar Estrella Fugaz. Lleva aquí unas tres horas... -respondió la voz al otro lado de la línea.

Sentí una mezcla de alivio y furia. Al menos estaba vivo, pero ¿tres horas en un bar? ¿Qué demonios había pasado en esa cita perfecta?

-Voy para allá. Yo pagaré su cuenta. Y más le vale, por su maldita vida, que cuando llegue siga ahí quieto. No le den más alcohol y si le ocurre la más mínima cosa en los minutos que me tomará llegar, lo mato. -Escupí las palabras con veneno.

-Aquí estará -respondió el otro sin inmutarse.

Colgué y lancé el teléfono sobre la cama, terminando de vestirme apresurado. Me puse los primeros zapatos que encontré, agarré mi billetera y salí corriendo de la casa.

No importaba lo que sintiera por él. No importaba si me dolía verlo con otra persona. Anghelo me necesitaba. Y yo... nunca le fallaría.

Un Inesperado Mate (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora