7. El hogar

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El sol entrando a raudales por la ventana semicircular despertó a Obi Wan. A pesar de la tormenta, su descanso había sido apacible y reparador. Recordaba haber soñado con praderas de hierba alta y verde mecida por la brisa y un cielo azul infinito, los ecos cristalinos de risas infantiles aún resonaban en sus oídos. Fuera lo que fuera aquel sueño le trajo una extraña paz al despertar, en su mente solo existieron esas praderas durante unos instantes, hasta que abrió los ojos y empezó a ser consciente de nuevo de su entorno.

Obi Wan se vistió y usó el pequeño baño de la habitación para asearse, peinándose y lavándose la cara. Cuando salió al salón vio a Cliegg preparando la mesa del desayuno. Le dio los buenos días y fue con él a la cocina, ayudándole entre conversaciones ligeras a preparar la mesa para el resto. Tanto el granjero como su hijo llevaban despiertos desde poco antes del amanecer. Obi Wan solía despertar con el sol, pero debía necesitar el descanso porque ese día los dos soles de Tatooine llevaban un par de horas alzándose sobre el horizonte cuando abrió los ojos. Y parecía que Anakin estaba en una situación similar.

A Shmi no se le habían pegado las sábanas, pero aprovechaba el tiempo en algo que le alimentaba más que el desayuno: escuchar la respiración sosegada de su hijo mientras dormía. Había logrado incorporarse un poco sin despertarlo y llevaba un rato acariciándole la cara. Agradecía que no tuviera vello en el rostro, ni roncara, ni tuviera aún ninguna característica que le hiciera parecer más mayor de lo que era. Así todavía podía apreciar sin problema los rasgos infantiles del niño que dejó marchar. Se recriminó a sí misma los inevitables deseos que la asaltaban: quedarse con él, ya fuera en la granja o en Coruscant, poder verlo cada día, abrazarle y recibir también su cariño. Apartarlo del peligro, de la guerra, incluso de la adultez. Era duro pensar que ni siquiera tenía derecho a darle nietos.

Shmi suspiró. Ella no había buscado un niño, ni en sus pensamientos ni de la forma habitual. Las estrellas le habían dado ese milagro y tenía que asumir su camino. Anakin se movió un poco y abrió los ojos despacio, regalándole una sonrisa que atesoraría para siempre. Antes de levantarse, le apretó contra ella con todas sus fuerzas.

R2D2 entró en la cocina pitando de excitación, de forma tan atropellada que Obi Wan no pudo entenderle. Tras él iba un androide dorado con las articulaciones crujientes a causa de la arena.

—¡Que me arranquen los circuitos, era verdad! Un jedi... es un honor y un placer, señor. Soy C3P-O, relaciones cibernéticas humanas. Estoy a su servicio para lo que pueda necesitar.

Obi Wan dejó los vasos de leche azul en la bandeja que estaba preparando y se volvió para prestar atención a los droides. Le hizo un gesto a R2 con la mano pidiéndole calma, pero pronto entendió el motivo de su excitación.

—Vaya, así que tú eres el famoso C3PO. Yo soy Obi Wan Kenobi. Anakin me ha hablado de ti, es cierto que eres educado. Gracias por tu ofrecimiento.

—Estás lleno de arena. Owen olvidó resguardarte anoche, ¿eh? —dijo Cliegg mientras terminaba de freír unas tiras de tocino y vigilaba el pan—. Habrá que limpiarte y echarte aceite.

—Oh, es mi trabajo, no tiene que agradecerlo. Su droide ya me ha contado que el Hacedor está visitándonos. —C3P-O volvió sus andares anquilosados hacia Cliegg—. Será necesario para que pueda cumplir con todos mis quehaceres, señor.

R2 emitió una pedorreta divertida mirando a Obi Wan, comentándole que era cierto: él y el droide eran igual de redichos hablando.

—¿Redichos? Mi pequeño amigo, lamento que tu vocabulario sea limitado, pero utilizo palabras perfectamente comprensibles del básico y...

—Hola, 3PO —le interrumpió Anakin, entrando con una sonrisa de sorna pintada en la cara.

El maestro se cruzó de brazos, sonriendo con una ceja enarcada ante la observación de R2. Al desviar la mirada a su antiguo pupilo, su sonrisa se volvió cálida, dándole la bienvenida sin palabras. C3P-O se dio la vuelta con un movimiento ortopédico, dando un respingo que hizo caer arena desde sus articulaciones al suelo.

El miedo más profundo (Obikin 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora