3. Confesiones

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Dos días después

La voz de Anakin se escuchaba debajo del speeder incluso antes de cruzar la puerta de los talleres.

—¡Eso es lo que tú opinas!

El silbido de R2 comenzó a un volumen bajo y fue subiendo de nivel hasta convertirse en algo hiriente para los oídos. El droide estaba muy enfadado y no estaba programado para ocultar ese tipo de cosas. Tampoco para sentirlas... pero esa era otra cuestión. Hubo una pequeña explosión y el padawan salió de debajo del vehículo con la cara negra de grasa.

—¡Has tocado los cables!

El droide usó los propulsores para saltar de la cabina y encararse con su dueño, vibrando en el suelo y emitiendo pedorretas insultantes.

—¡No, yo no he tocado ahí! ¿Cómo te atreves? ¡Solo hay un idiota aquí y tiene la cabeza redonda!

R2 giró sobre sí mismo con una salva de pitidos.

—¡Mi cabeza no es redonda! ¡Tenías que hacer el contacto después de que yo lo desconectara! ¡No antes!

Una nueva pedorreta despreciativa.

—¡No necesito ser un droide astromecánico para saberlo!

Obi Wan solo tuvo que seguir el estruendo de la discusión entre el pequeño droide y Anakin para dar con ellos. Deslizando las manos en el interior de sus mangas, se detuvo junto al speeder y observó el rostro sucio de grasa de su pupilo. Se alegró de ver a Anakin enfrascado en las reparaciones. No parecía que su nueva mano biónica le estuviera dando grandes problemas de adaptación. En los días que siguieron al anuncio de la guerra se habían dedicado a recuperarse y entrenar de manera que el padawan pudiera adaptarse cuanto antes a su nueva condición. La obstinación de Anakin se convertía en una virtud en situaciones como esa. Obi Wan se sentía orgulloso de la resiliencia de su aprendiz, algo que no solo era evidente para él desde que regresaron de Lah'mu.

—Parece muy enfadado, ¿qué has hecho esta vez? —preguntó apoyando el trasero en el capó del vehículo.

—Estoy trucando los motores para aumentar la potencia y hacer que puedan alcanzar una velocidad mayor. Pero este droide idiota sabotea mi trabajo.

R2 apuntó su visor hacia el maestro jedi e inició una retahíla de explicaciones cargada de ironía y exabruptos. Según sus cálculos, su compañero estaba convirtiendo los vehículos en granadas de mano gigantes.

—Parece que más que saboteándolo esté evitando que montarse en eso se convierta en un suicidio —apuntó Obi Wan, recibiendo una salva de pitidos aprobatorios por parte de R2. El maestro asintió y sacó una chocolatina de entre los pliegues de sus mangas para tendérsela a Anakin—. Tómate un descanso y así os calmáis. Se os oye gritar desde fuera del taller.

—Sí, bueno, solo falta arreglar esa parte: evitar que exploten. Me pregunto quién podría pilotar en las comprobaciones...

El aprendiz echó un vistazo valorativo a R2, que respondió con una obscenidad acerca de aceites y pistones antes de alejarse a la otra punta del taller con deslizadora dignidad. Anakin tomó el dulce y se inclinó sobre Obi Wan, arrinconándolo contra el capó.

—Mmmmm, ¿me he ganado una chocolatina? ¿Es un gesto desinteresado o lo haces para poder saborearla de mis labios?

Obi Wan arqueó una ceja y le observó con los brazos cruzados y una media sonrisa curvando sus labios.

—Era absolutamente desinteresado hasta hace tres segundos exactos —respondió, sacando las manos de las mangas. Le tendió el pañuelo que tenía entre los dedos—. Pero no creo que la grasa le aporte un gran sabor al chocolate.

El miedo más profundo (Obikin 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora