Justo recuerdo el día en el que cumplí 7 años. Papá trabajaba a turno partido, por lo que sólo lo vi unas horas al almuerzo. Trajo comida rápida del restaurante de la calle de atrás, y se fue, dejándome una vez, más, sola en casa. Mamá llegó de trabajar en la oficina de nuestro tío un par de horas más tarde. Pero cuando llegó, yo ya no estaba sola, Alicia, mi mejor amiga estaba conmigo. Recuerdo que, aunque no pudiera costear un gran regalo, se buscó la vida para regalarme aquel diario que sabía que me encantaría. Ella siempre me había entendido, sabíamos por lo que pasábamos juntas, pero siempre le había tenido miedo a mamá. No la culpo. Nunca tuvo el mejor de los comportamientos con nadie. Ni siquiera con su propia hija. Aquel día fue uno de los peores de mi vida. Al verla entrar por la puerta con su aire de diva, Alicia inventó una excusa para irse. Mamá la miró con desprecio y cuando se había ido, empezó a criticarla como acostumbraba a hacer. Solamente éramos unas niñas, pero eso a ella no le importó jamás.
Unos minutos más tarde empezó lo que más claro recuerdo. Escuché gritos, como de sorpresa. Decidí ir a ver qué pasaba. Junto al marco de la puerta estaba Bri, mi tía. Gritaban como adolescentes. Son como mejores amigas desde siempre. Solo se llevan 1 año, así que crecieron juntas. Bri y Allane. Allane y Bri. Esta última corrió hacia mí con un enorme oso de peluche el cual sabía que ni siquiera quería regalármelo, simplemente lo buscó de su trastero, lo limpió un poco y me lo trajo.
Justo una semana después de todo esto, mamá decidió abandonarnos para dar rienda suelta a su aventura con el tío John. Según lo que escuché aquella noche, entre gritos de traición y dolor, mamá llevaba dos años acostándose con el hermano de papá.
Sin pensar en nada, bajé las escaleras llorando. Papá me abrazó y me prometió que todo saldría bien. Mamá dejó la casa 4 días después. Recuerdo perfectamente la tensión que había en casa. Oí también a papá llorar por primera vez en la vida. Los sollozos de dolor que escuchaba durante la noche eran los mismos que durante el día aguantaba.
El último día de mamá en casa fue un espectáculo. Salió blasfemando con John a su lado. Él tenía esa sonrisita de superioridad que dan ganas de arrancar sin ningún tipo de resentimiento. Aun sabiendo todo lo que dejaba en aquella casa, se marchó sin mirar atrás.
Estuvimos semanas, meses, y años viviendo nosotros dos solos, por nuestra cuenta. Papá se buscó otro trabajo para cubrir las deudas que nos enteramos que mamá nos dejó. Aprendimos a vivir él y yo.
Hablábamos todos los días, aprendimos a confiar el uno en el otro y nos contábamos todo lo que pasaba en nuestras vidas. Él sabía leer mi cara y actuar en las diversas ocasiones que nos acontecieron durante los 5 años que estuvimos solos.
Varias mujeres trataron de conquistar a papá, pero él se entregaba en cuerpo y alma a su pequeña. Incluso, a pesar de su mente cerrada hacia los tatuajes, se tatuó mi nombre junto a un ave fénix.
Pero como todo puede cambiar en cuestión de segundos, una noche sufrió el accidente en cuestión, y es que, aunque físicamente estuvo hasta el fin de mis días, jamás volví a verlo tal y como fue en su momento. Recuerdo escucharle preguntar sobre su tatuaje y su significado. Pero, por más que intentásemos explicárselo, él se negaba rotundamente a la posibilidad de tener una hija. Solía hacer como si no me realmente no me importase, pero siempre se me quedaban grabadas en la mente las palabras de repudio y asco que me dirigía.