𝑇𝑎𝑙 𝑣𝑒𝑧 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑎 𝑢𝑛𝑎 𝑔𝑢𝑖𝑡𝑎𝑟𝑟𝑎.

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Expectantes, excitados, están, estamos, aquellos que hemos sido cautivados por la melodía de las notas regadas por todo el valle abandonado. Las notas dejadas sobre las hojas verdes y las hojas oxidadas de los árboles, en el suelo por donde las hormigas se abren paso transportando su comida, garabateadas sobre las paredes blancas de esas casas y la maleza que les acompaña. Una vez te adentras en el valle, por sus calles rotas, por sus caminos de tierra o lodo, las puedes sentir entrar a ti, como una larva, como un gusano entrando por tu oído hasta que llega a tu cerebro y puedes sentir las vibraciones, que te llevan al gozo, que te llevan a la locura, la cúspide de la felicidad. 

Ha habido quienes han usado distintas fórmulas para traer de forma tangible aquellas notas regadas por el valle, su fracaso ahora es parte del mismo, atontados bajo las ramas, hundidos en el lago, aventados desde el techo de esas casa. Los olores de aquí te hacen cuestionar sobre la vida, sobre el amor, sobre ti, y lo que nadie llega a pensar es en su nombre. ¿Conoces el nombre de la persona que nos ha traído a este valle? Han dicho que esa es la clave para que las notas, sus notas, se hagan tangibles, sean lo que debieron ser; una canción. Por eso están, estamos, expectantes, excitados, todos sus pedazos a medio pudrirse a la espera de que alguien, que una persona, recree la obra, la canción, del cadáver que somos desde que nos separamos tras el desgarro de una garganta.


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Cuentos de un MapacheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora