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El Smile Flower estuvo en aquella colina desde siempre. Fue fundado por el primer Choi que llegó a la ciudad, y al ser el único circo de la zona, ganó mucha popularidad. Sus payasos y malabaristas divertían a niños, adultos y ancianos, y no había persona que no conociera sobre su existencia. Cada viernes por las noches, las luces se encendían, y el escenario se llenaba con un espectáculo que asombraba a quienes lo veían. Graciosos payasos repartiendo globos a los pequeños en la galería; malabaristas montados sobre monopatines, con pelotas en sus manos que hacían volar por los aires; acróbatas saltando entre aros de fuego y danzando en el cielo, y magos que sacaban cualquier cosa de sus sombreros. Era maravilloso. Pero con la llegada de los centros comerciales y el cine, su popularidad decayó. El público que antes asistía todos los fines de semana para ver el espectáculo, ahora prefería comprar ropa, accesorios o ver una película. Para cuando el Sr. Choi heredó el circo, estaba en quiebra. Los niños ya no reían con los payasos, no se asombraban con los malabaristas, y la magia de los magos ya no era real.

—No sé qué hacer para atraer más público —se lamentó el Sr. Choi un día después de una fallida noche de función en la que sólo se vendieron veinte boletos. 

—Tal vez debería venderlo y abrir una tienda.

—¡Este circo es todo lo que nos dejó el abuelo! —protestó Seungcheol, inmediatamente. 

—Lo sé, hijo —respondió el señor Choi —. Pero no hay dinero para pagar, y un circo no puede funcionar sin payasos ni malabaristas.

Seungcheol resopló. Todavía recordaba cuando su abuelo le enseñó a hacer su primer acto de magia y lo feliz que se sintió. Tenía cinco años. En ese instante supo que quería ser mago. Así que practicó más y más, hasta que su padre le permitió actuar en Smile Flower ¡Ese fue el mejor día de su vida! Le brillaban los ojos y se le erizó la piel al escuchar los vítores de la galería. Habían pasado diez años desde entonces y seguía sintiendo la misma felicidad cuando subía al escenario. Aún usaba el mismo sombrero que había usado su abuelo los últimos quince años antes de morir. Por supuesto, Seungcheol sabía que Smile Flower y su familia estaban en problemas, y cada noche pensaba en alguna forma de salvar el circo, incluso aquella noche lluviosa. 

—No te preocupes —le dijo su madre —, encontraremos la forma. Todo saldrá bien. Ahora, ve a buscar a Shiro. La tormenta se acerca y él tendrá miedo de los truenos. 

Seungcheol asintió. Cogió el paraguas que estaba junto a la puerta y salió de la casa. Fuera llovía torrencialmente. 

—¡Shiro! —llamó, sin obtener respuesta. 

Un relámpago atravesó el cielo, y oyó algunos gemidos. Shiro, su perro akita, estaba agazapado bajo el camión de las palomitas.

—¡Shiro, ven aquí! —dijo —¡Vamos!

Shiro obedeció. La tormenta se desató y los relámpagos rugieron en cielo uno tras otro. Shiro estaba aterrado. Cuando volvieron a la casa, Seungcheol cogió una toalla y acunó al animal en sus brazos para calmarlo.

—No te preocupes —susurró —. Esta noche puedes dormir conmigo.

Aquella fue la peor tormenta que azotó la ciudad en mucho tiempo. La lluvia cayó toda la noche, y también al día siguiente. Por la tarde se vio el sol durante unas horas, pero las nubes regresaron y la lluvia comenzó de nuevo. Al tercer día, al amanecer, dejó de llover y por fin el sol volvió a brillar en la colina. Sin embargo, y aunque los granjeros agradecieron el agua que cayó sobre el sembradío, para la familia Choi no fue un evento positivo. Apenas se levantó el señor Choi, descubrió que parte de la tienda del Smile Flower estaba bajo el agua. Limpiar y secar tomaría al menos un par de días, retrasando las funciones de aquel fin de semana, lo que significaba mayor pérdida económica.

—Nos llueve sobre mojado —se lamentó.

Afortunadamente, el daño era menor del que parecía, y con la ayuda de quienes trabajaban en el circo, terminaron en menos tiempo de lo que pensaban. Incluso la mejor amiga de Seungcheol, Jicheol, y su hermano mayor Mingyu, fueron a ayudar. Seungcheol los conocía desde siempre. Habían ido juntos a la escuela, y ahora asistían a la misma preparatoria. Por supuesto, Jicheol estaba enamorada de su mejor amigo, y era algo que todo el mundo sabía, incluyendo a Seungcheol. Ella misma se lo había dicho unas semanas antes. Seungcheol por su parte, no estaba seguro de lo que sentía por su amiga. La quería muchísimo, de eso no había duda, más no lograba dilucidar si sus sentimientos hacia Jicheol tenían un origen romántico, o si sólo se trataba de una gran amistad. De todas formas, y con el desastre provocado por la tormenta, no tenía tiempo para pensar en esas cosas. Además, estaba preocupado por Shiro. El perro no había salido de su habitación desde que comenzaron los truenos. Así que apenas terminó su trabajo con la carpa del Smile Flower, decidió llevarlo a caminar.

—Mamá —dijo Seungcheol esa tarde —, voy a dar un paseo con Shiro. Estuvo encerrado casi tres días.

—Está bien, cariño —respondió la Sra. Choi —. Vuelve antes de la cena.

Al principio, Shiro se negó a dejar su puesto junto a la cama de su dueño, hasta que Seungcheol lo atrajo con un par de galletas para perro. Apenas puso un pie fuera de la casa, corrió feliz. Seungcheol y Shiro bajaron de la colina y caminaron hasta la playa para tomar un poco de aire fresco y disfrutar de la brisa marina. Más cuando llegaron hasta allí, descubrieron que la bahía era un desastre. La tormenta no sólo llevó lluvia y truenos, sino también basura, algas, peces muertos y (como Seungcheol descubriría más tarde) algo mucho más extraño. Seungcheol estaba jugando con Shiro cerca de las cuevas de arrecifes cuando el perro alzó las orejas y empezó a ladrar. Al segundo, salió corriendo hacia una de las cavernas de la bahía. 

—¡Shiro!

Seungcheol corrió tras él, intentando detenerlo, pues sabía lo fácil que era perderse dentro del laberinto de las cuevas que rodeaban el pueblo. Pero por más que corrió, no logró darle alcance. El perro se metió por un agujero entre las rocas y desapareció. 

—¡Shiro! —gritó Seungcheol —¡Regresa! 

Lo único que obtuvo por respuesta, fueron los ecos de los ladridos del perro. 

—¡Mierda! —gruñó.

Debía alcanzarlo antes de que se perdiera en la caverna. Así que finalmente, se metió en el agujero también. Este era bastante pequeño, y Seungcheol apenas se podía mover a través de él. Debía medir no más de setenta y cinco centímetros cuadrados, y el suelo estaba húmedo. Era obvio que el agua había ingresado por él durante la tormenta. 

—¡Maldito perro! —rugió.

Sin embargo, cuando salió del otro lado, se encontró con una enorme caverna que medía al menos tres veces su propia altura. El techo era de roca, salvo un punto en el que había un agujero por el que se colaba la luz del sol e iluminaba lo suficiente para que Seungcheol viera la composición de la cueva. El suelo estaba cubierto de arena y había un charco de agua de mar. Shiro estaba ladrando, de pie sobre una roca cuya mitad estaba sumergida en el agua. Sus ladridos hacían eco en todo el lugar.

—¡Shiro! —lo llamó Seungcheol —¡Ven aquí!

El perro no se movió. Seungcheol se acercó a él, y notó que algo de color rojo brillante sobresalía del agua, reflejando la luz del sol que entraba por el agujero en el techo. Le recordó la piel de un gran atún que vio una vez en el puerto, cuando él y su padre fueron a comprar pescado fresco. 

—¡Todo este drama por un pez muerto! —dijo, enojado —¡Shiro! ¡Ya basta! Es sólo un...

Seungcheol se detuvo. Lo que vio tras la roca le dejó sin palabras y sin aliento. Allí, durmiendo sobre la arena, estaba la criatura más extraña y hermosa que había visto en su corta vida.

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THE LITTLE MERMAN [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora