El conjunto de todas las cosas / Actualización cada semana

1.1 El día del sol carmesí

Había un destello gourmet en la apariencia de las manos de Odalis, tanto así que cada mañana su perrita Nacha la despertaba lamiendo sus dedos colgantes fuera del marco de la cama. Entonces Odalis se ponía de pie y caminaba hacia el lavabo para reemplazar el enjuague salival por uno savital. Pero ese día, la ventana al costado del cuarto de baño le recordó que debía mantenerse pulcra y admirable en todo momento. Su imponente rostro, condecorado por una tiara británica, se había convertido en la nueva imagen del país luego de ganar el certamen de Señorita Universo. Odalis desvió la mirada de la publicidad que retorcía la figura de sus labios, y se fijó en el espejo, donde notó un quiste de grasa sobre su pómulo derecho. ¡Qué difícil es ocultar los indicios de la fisiología humana!

Sabía que su agenda era apretada y que tenía que romper con ciertos hábitos alimenticios, aunque siempre tuvo un metabolismo rápido que la dotó de un talle exquisito. Su manager Niamh, en contrapunto, le exigía seguir una dieta específica y ejercitar los músculos, la lengua incluida. Esa mañana, su entrenador de turno tocó a la puerta de su suite y, en lugar de usar el ascensor, bajaron quince pisos por las escaleras. Angelus hablaba inglés con muletillas griegas, pero Odalis no se aventuró a despedirlo, pues ver a alguien más entrar en desesperación la divertía vitalmente. Corrieron durante media hora antes de tumbarse en el tibio césped de un parque guayaquileño y posar para las selfies de otros usuarios de la ciudad. Uno de ellos, que formaba parte del círculo de un jam de dibujo, se tomó un instante para retratarla y entregarle una hoja enrollada.

Cuando volvió al hotel, Odalis desplegó lo que había supuesto una pieza de arte, pero solo encontró una cara triste de registro parvulario. Sin saber por qué exactamente, escribió a un número que leyó en el papel.

— ¿Es así como luzco?

— Sus labios, siempre caídos.