La princesa

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La princesa.

No tiene palabras amables para Rodolphus, pero ser grosera y descortés con él no hará otra cosa que ganarle problemas con su padre. Y ella no quiere tener más discusiones con el rey, pero tampoco quiere casarse con el apuesto joven que la pasea por el brazo. ¿Qué puede hacer? Por el momento, solo fingir que está genuinamente interesada en la riqueza de Rodolphus y en lo beneficioso que sería unir ambas familias, aunque en su interior solo desea estar de vuelta en casa.

No es como si las cosas estuvieran mucho mejor allí, pero al menos puede encerrarse en su habitación y pedir no ser molestada. Eso debería funcionar, al menos por algunas horas...

O solo hasta que la paciencia de su padre se agotase y le ordenara salir para que le cuente, con todo detalle, los resultados del paseo.

Si las cosas se hicieran de la manera tradicional, Bellatrix simplemente debería casarse con el hombre que sus padres juzgaran adecuado, pero ellos, en su infinita misericordia, al menos le permiten conocer a sus pretendientes. No es que la princesa crea que las cosas sean muy diferentes haciéndose de esa forma. Después de todo, al final tendrá que casarse con alguien a quién no ama, el cambio —supuestamente positivo— es que ahora puede elegir con quién.

Rodolphus se detiene junto a la hermosa fuente de piedra. Bellatrix mira la escultura fijamente, intentando evitar cualquier contacto visual con el joven que ahora masajea su brazo. El toque es desagradable, casi repugnante, pero no puede decir nada. Debe callar y obedecer, callar y obedecer, al menos por el momento...

—Su padre parece muy emocionado por unir a nuestras familias. —Él no está mintiendo, Bellatrix sabe que Cygnus anhela convertir a Rodolphus en su yerno. De hecho, lo último que le dijo su padre antes de abandonar el castillo para pasear con él fue que no lo arruinara—. Y tengo que admitir que comparto el sentimiento de su padre, estoy muy... impresionado por usted.

Se las arregla para sonreír y fingir que le agradan los planes de vida que salen de los gruesos labios de Rodolphus. Solo tiene que actuar —algo que se le da muy bien últimamente— hasta que le llegue el momento de volver a su habitación.

Sin embargo, Rodolphus pretende entrometerse en su libertad. Cuando caminan de regreso al castillo, con el sol desapareciendo por el horizonte, él la detiene para decirle con mucha seriedad:

—Podríamos hacerlo mañana mismo.

—¿Qué cosa? —pregunta Bellatrix, fingiendo que no sabe de lo que habla.

—Casarnos —responde él y el estómago de Bellatrix se retuerce dolorosamente de solo pensarlo, pero se las arregla para que sus pensamientos no arruinen la expresión serena que está en su rostro—. Casarnos mañana a primera hora. Estoy preparado y muy dispuesto. ¿Tú...?

—Me temo que no puedes preparar una boda en unas horas.

Se da cuenta que no debió decir eso cuando las palabras han abandonado su boca por completo: hay una sonrisa extendiéndose por el rostro de Rodolphus, una sonrisa que encandilaría a incontables señoritas, pero que a Bellatrix le pone la piel de gallina. Da un paso al costado, intentando mantener una prudente distancia de él.

—¿Eso es un «sí»?

—Fue solo una observación, una respuesta apresurada —dice la princesa, intentando enmendar su error.

Pero la sonrisa del joven no flaquea, él está convencido de que ha sido elegido.

—Tres días deberían ser suficientes para organizar una ceremonia digna de una mujer como tú —continúa con seguridad—. ¿Qué te gustaría? Puedes pedirme lo que quieres y yo cumpliré con todas tus solicitudes. Todas. Nada me haría más feliz que complacer a la futura madre de mis hijos.

La princesa, la bruja y el gato | BELLAMIONE AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora