El orden divino

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«Cuando en la altura los cielos aún no estaban nombrados y en lo bajo la tierra no tenía aún nombre...». Según el mito, en los tiempos en que tanto los cielos como la tierra estaban aún sin formar, tan sólo existían las aguas dulces: el dios Apsu; y las aguas saladas primigenias: la diosa Tiamat. Con el paso del tiempo, ambas se unieron y Tiamat dio a luz a Lahmu y Lahamu. El mundo fue poco a poco cobrando forma y de la unión de estos últimos nacieron Anshar y Kishar, los límites del cielo y la tierra que se encuentran en el horizonte. Anshar dio a luz a Anu, el cielo ("An" es el "cielo" en sumerio) y Anu a su vez engendró a Ea (o Enki entre los sumerios), el astuto dios que con el tiempo destronaría a Apsu para convertirse en el dios de las aguas dulces.

A medida que el mundo fue haciéndose más y más complejo, todos estos seres fueron adoptando una actitud mucho más activa, hasta que empezaron a aflorar tensiones y conflictos entre los dioses de la primera generación y el resto de las divinidades posteriores, mucho más emprendedoras y las cuales encarnaban, precisamente, las facetas humanas. Así, cuando estas últimas empezaron a jugar y gritar, perturbando la tranquilidad de Apsu y Tiamat, Apsu propuso exterminarlas para restablecer el silencio, a lo que Tiamat respondió airada e incrédula: «¿Cómo vamos a acabar con lo que nosotros mismos hemos creado?». No obstante, a pesar de las protestas, Apsu tramó en secreto la muerte de los dioses jóvenes. Pero Ea, haciendo honor a su condición de divinidad más astuta, logró vencer a su padre ante la estupefacción de los otros dioses recitando un conjuro que lo sumió en un profundo sueño, tras lo cual le quitó la corona y su manto de terribles rayos, y lo mató.

Después de vencer a Apsu, Ea se quedó con el poder del reino profundo océano de agua dulce, también llamado "apsu", y construyó en lo más alto del mismo su propio templo, donde se fue a vivir con su esposa Damkina. Allí engendraron a su hijo, el bello y poderoso Marduk, mucho más agraciado que cualquiera de sus predecesores, pues dado que tenía cuatro ojos y cuatro orejas, poseía una vista y un oído excepcionales.

Anu, el abuelo de Marduk, creó a los cuatro vientos para que el jovencísimo dios pudiera jugar con ellos, pero sus juegos acabaron dando lugar a tormentas en la superficie de la Tiamat, el mar, que perturbaron la tranquilidad de los otros dioses. Estos, molestos, empezaron a acusar a Tiamat por no haber vengado la muerte de su esposo Apsu, hasta que al final, harta ya de tanta crítica, la diosa decidió acabar con el joven Marduk. Para ello creó once dragones y otros tantos terribles monstruos y los encomendó al dios Qingu, a quien también entregó la "tablilla de los destinos" para que ostentase el poder supremo en su nombre.

Cuando los dioses supieron las intenciones de Tiamat, fueron presa una vez más de un intenso pánico. Como en la ocasión anterior, Ea intentó interceder ante Tiamat, pero no tuvo éxito. Entonces llegó el turno de Anu, quien retrocedió nada más viendo a la airada diosa, mucho más temible aun que el propio Apsu. Al final, los dioses suplicaron a Marduk, el poderoso hijo de Ea, que los salvase.

ENÛMA ELISHEl:  Mito mesopotámico de la creaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora