Capítulo Cuatro

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Elana

Les mentí a todos.
Siempre lo hago.
Y claro que no quiero hacerlo, desde pequeñas nos enceñan que el mentir es algo malo, algo imperdonable pero conforme crecemos nos damos cuenta de que todos mentimos, incluso a nosotros mismos.

Con tal de no sentirme tan mal conmigo misma he llegado a la conclusión de que mentir es la forma de los humanos para completar nuestros objetivos, incluso una "mentirita piadosa". Y tal vez esté mal pensar eso pero ayuda a contra restar la culpa.

Y es que aunque no debamos mentir es un vicio, desde pequeña comencé a mentir, a perfecciónar el hábito. Desde el decirle a mi padre que su comida sabía rica a irlo a abrazar después de coger con un alemán.

Y poco a poco fui mintiendo aún más hasta que ni siquiera yo me reconocía. Formé una persona completamente diferente a lo que soy realmente. La niña buena y religiosa realmente no existe y ninguna de esas señoras que me felicitan por recitar el padre nuestro saben que con la misma boca peco cada vez que siento la necesidad. Y antes me sentía asfixiada por tantas mentiras, a veces tan solo quería explotar y gritarles "¿verdad que los engañé, idiotas?"

Pasó el tiempo y esa necesidad se fué, esa Elana ya era parte de mi y era fácil fingir, con el tiempo dejé de hacerlo, o eso creía.

Y aquí estoy enviando mensajes a mi papá, iré a ver al que me envió las rosas, iré y le preguntaré que necesita y no puedo decirle a Lyssa y mucho menos a mi padre. Por eso les diré que pasaré la tarde en casa de Jack Daniels. A él le diré que necesito ir a comprar unos materiales que necesito para recrear una manualidad y que en unas horas llego.
También le envío la ubicación del sitio por si hay algún inconveniente, y le doy una excusa para no explicarle que hago ahí.

Me ato los cordones antes de salir de casa y comienzo a caminar hacia mi destino. Subo al autobus y también debo caminar un poco hasta que el camino se va despejando de casas y edificios. Un lugar abandonado, hay árboles y calles sin asfalto. Estoy alerta y tranquila hasta que encuentro una cabaña.

Es bonita, tiene sus rasgos lujosos pero eso no le quita el hecho de que sea una cabaña. El lugar está limpio y al acercarme notó una montaña de hojas en el fondo. Me acerco a la puerta y tocó tres veces con los pelos de punta. Veo una ranura que se abre y me deja ver unos ojos cafés rodeadas de unas cuantas arrugas que me ponen aun más nerviosa.

»¿y este que?«

—contraseña—dice mientras me ve por la ranura.

—ehhh—no me la sé, en ningún momento me dieron una maldita contraseña.

—esa no es, y no soy mago para darte tres intentos. —cuando iba a hablar me cerró la ranura dejándome sola en medio de todo, sin poder moverme siquiera.

Al darme la vuelta escuché un quejido y la puerta se abrió, los ojos cafés son de un hombre que jamás había visto. Doy un paso hacia atrás y el rueda los ojos.

—la contraseña era "Williams es un hombre precioso" y no te iba a abrir pero tengo que comer y si no lo hacía moría de hambre. —me dice y me hace una seña que no entiendo. Me señala una habitación y yo entro a pasos dudosos.

Un chico atrás de un libro.
La bailarina de Auschwitz.
Jamás lo he leído, no leo mucho, no me gusta y ahorita no es de mis preocupaciones su interior. Tan solo quiero ver el cuerpo tras el libro.

El hombre cierra el libro en un sumo silencio mientras me observa, el silencio se extiende hasta que el señor que creo se llama Williams estornuda.

—salud—le digo por educación.

—salud es la que me falta ¿eh? —me dice riendo y el chico se acomoda en su silla, carraspeando.

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⏰ Última actualización: Dec 31, 2021 ⏰

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