Amantes del café

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Aquella tarde, Victoria había quedado con sus amigas para ir de compras. Cuando su hija, Ana, se hubo marchado, subió las escaleras y entró en su dormitorio. Después de vestirse con el traje apropiado, fue al tocador, se sentó y se pintó los labios en ese tono rosa al que siempre había sido fiel, y que siempre le había gustado. Cuando estuvo totalmente preparada salió de su dormitorio y bajó las escaleras. En el recibidor estaba Lady, su asistenta. Era ecuatoriana y llevaba en la casa ya cinco años. La contrataron Ana, Martina y Adrià tras ponerse de acuerdo en que su madre ya no se valía por sí misma para controlar la casa y sus empleados, incluyendo el jardinero, las limpiadoras que venían una vez por semana y las cocineras.

Aunque delante de sus hijas Victoria siempre aparentaba llevarse bien con Lady, nuca había tenido una buena relación con ella, ni siquiera una cordial. Por esa razón, cuando Victoria se dirigió a la puerta para salir, y Lady la dijo amablemente que el chofer la esperaba fuera, y se dispuso a abrirla la puerta, ella llevo rápidamente su mano al picaporte antes que Lady lo hiciera y abrió la puerta con expresión orgullosa, para después salir, cruzar el jardín y montarse en el coche que la esperaba.

Durante el trayecto estuvo pensando en que se les habría pasado por la cabeza a sus hijos para firmar un contrato con esa latina inútil. "Si yo me valgo por mí misma perfectamente", se decía para sí. También pensó en Bernat; en todo lo que habían vivido, en los viajes que habían hecho alrededor del mundo y en lo que siempre se quisieron. Victoria y Bernat estaban muy unidos. La magia del matrimonio no se había perdido en tantos años, y la llama del amor perduró en sus corazones hasta que el de Bernat, dejó de funcionar.

-Señora Bellpuig, ya hemos llegado. -dijo Antonio, su chofer, sacando de sus pensamientos a Victoria- Sus amigas la esperan frente al escaparate de aquella tienda.

-Ah, sí, gracias Antoni. -respondió ella.

Victoria siempre llamaba a Antonio, Antoni. A ella la gustaban los nombres verdaderamente catalanes. Pero Antonio, que ya llevaba unos cuantos años trabajando para la familia, no era precisamente catalán, sino que era malagueño, o al menos así se sentía, porque de allí, de Málaga, eran sus padres. Habían emigrado a Barcelona, como media Andalucía, en los años 40 y siguientes.

Victoria bajo del coche anduvo unos pocos metros y se reunió con sus amigas. A la cita habían acudido Rosalía, Carmen y Cayetana. Antes de que Victoria llegara, ellas ya estaban hablando de los jóvenes en la actualidad. Al parecer, un adolescente acababa de pasar con la bicicleta por delante de ellas y las había asustado. Victoria intervino en esta conversación diciendo:

-Si es que son unos maleducados estos jóvenes de ahora.

Pronto se dieron cuenta de que su amiga había llegado y la saludaron.

-Buenas tardes Victoria -dijo Cayetana, con una leve sonrisa en la boca.

-Hola Cayetana -dijo Victoria para inmediatamente después darla dos besos.

Lo mismo hizo con sus otras dos amigas. Tras algún comentario sobre las joyas que llevaban o el nuevo peinado de rizos de Carmen, las cuatro amigas empezaron a andar a la vez. Pasaron algunos minutos hasta que el grupo se organizó en dos parejas Cayetana y Rosalía, que iban delante, y Carmen y Victoria que iban detrás.

-¿Qué tal está tu marido? -preguntó Victoria- He oído que tuvieron que operarle hace poco.

-Gracias a Dios la operación no tuvo complicaciones. Mira que los médicos me dijeron que era una intervención sencilla y que había muchas posibilidades de éxito, pero no sé, nunca me quedo tranquila. -respondió Carmen.

-Haces bien Carmen, a estas edades no se puede pasar nada por alto, sea un resfriado o una enfermedad del corazón. -dijo Victoria, recordando a su marido, que había fallecido a causa de un infarto.

El chico de la piscinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora