Capítulo 3

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Danielle

Engatusé a mi padre con una dulce sonrisa y unos ojos de corderito para poder asistir a la quedada con mis amigas. Él solía ser bastante estricto con mis salidas, temía que me pasara algo. Sobre todo desde el día del accidente.

—Te acompañarán dos hombres.

Veinte años recién cumplidos, y aún me trataba como si tuviera solo cinco. En esta ocasión, accedió a que asistiera sin vigilancia solo porque mis amigas y yo estaríamos muy ocupadas acabando un supuesto recado. Debíamos entregarlo a tiempo, si es que queríamos emprender algún día. La pintura no da de comer, por lo que se había convertido en una afición interesante con la que desconectar. Puede que esta vez también fuese en una de las aulas insonorizadas que presta la biblioteca de la ciudad. Lo que mi padre no sabía, era que ninguna de mis amigas había estudiado historia del arte.

La noche prometía. Un paseo, una cena, y de postre... Closer.

No era la primera vez que salía con ellas hasta altas horas de la noche, pero sí la primera que visitaría ese club nocturno. Closer era la comidilla de todo el país y eso había llegado a los oídos de todo el mundo. Decían que se había ganado a pulso estar en el pódium de los tres mejores, por eso viajaban desde muy lejos. Sé que mi padre jamás hubiera permitido que fuera, dice que esa discoteca incumple el reglamento de seguridad, y desde que murió mamá, eso le preocupa por encima de todo. Fuera como fuese iba a ir. Así que me preparé a conciencia.

Escogí un bodi verde oscuro con transparencias y escote atrás, que conjunté con una preciosa falda del mismo tono. Eso resaltaría el color de mis ojos. A mi cuello até un collar de espalda para resaltar las vistas.

«Un poco de maquillaje y listo».

En un abrir y cerrar de ojos me encontraría a punto de atravesar la majestuosa entrada de esa discoteca, acompañada de mis chicas y alguno de sus ligues. 

Aquella noche acudían un par de celebridades y se había corrido la voz tan rápido como la pólvora. Una muchedumbre se congregaba a la entrada, desde donde sonaba una atronadora música de ambiente que animaba a entrar. Oí a uno de los hombres de seguridad hablar con el responsable del local.

—No doy abasto —y eso que estaba acostumbrado a las noches repletas de gente. 

Alcé la vista por encima de sus cabezas y divisé la silueta de un chico asomándose en el lateral de una de las ventanas del último piso. Parpadeé y cuando volví a mirar, no había nadie. Supuse que se trataba de alguien que tendrían en plantilla.

Recortamos distancia y asomé la cabecita entre los huecos de la gente, la fila solo se reducía por delante.

Otra ligera ojeada al edificio y achiné la mirada.

«Interesante».

Reconozco unas puertas de granero antiguo en cuanto las veo, sobre todo si han sido talladas a mano. Los delicados grabados de la madera maciza suelen albergar detalles intrincados que representan diferentes motivos, estos en concreto escondían la figura de un animal entre los arcos. Por su aspecto envejecido debían superar varios cientos de años, sin embargo, estas tenían algo en particular que las diferencian del resto. Eran de metal. Lo que solo podía significar una cosa.

«Una falsificación».

Algo así debía costar un pastizal.

—Somos los siguientes.

Asentí a mi amiga y una ráfaga de viento llegó hasta mí acompañada de una extraña sensación, como si alguien me observara a lo lejos. Entrecerré los ojos al mirar. Nada, salvo una larga fila de coches aparcados. 

—Danielle, vamos...

En el grupito seré la paranoica, tengo mis razones. Un último vistazo y cruzamos el punto de acceso.

Cuando por fin conseguimos entrar al vestíbulo nos atendió un hombre con camisa blanca, chaleco azul marino, y pantalones a juego. El pinganillo colgaba de su oreja derecha. Un coordinador. Se encarga de supervisar la actividad de los de la puerta, por lo que para poder acceder pasas un doble control.

—A partir de aquí solo una regla. Nada de fotos —Después vi las cinco cámaras del techo, uno en cada esquina con forma de pentágono. Serían tres controles —. Por lo demás, haced lo que os dé la gana.

Así que dejamos nuestros abrigos y bolsos, liberándonos de los móviles y de cualquier otra cosa que nos distrajera de la diversión.

«Ahora sí. ¡A bailar!».

La música en el interior sonaba tan alta que era capaz de captar las vibraciones proyectadas a través de mis zapatos de tacón. El cegador parpadeo de las luces de neón y el suelo de mármol pulido se convertían en una pista de baile perfecta en la que muchos jóvenes se movían, algunos de forma sensual y desinhibida, dejándose arrastrar por las alturas de la madrugada. Tras un par de horas bailando y otro par de copas, necesitaba ir al retrete. Mis amigas estaban ocupadas y no era capaz de esperar a ir en manada. Así que avisé y fui sola.

El aspecto del baño de una discoteca en esa etapa de la noche es mejor no describirla, ni mucho menos recordarla. Tan solo pensarlo me dan escalofríos.

Me acerqué al lavabo para limpiar mis manos. Un poco de jabón, un poco de agua, y el crujido de la cremallera de mi falda justo cuando estaba a punto de salir de aquella pocilga.

Miré al frente y tomé todo el aire que cabía en mis pulmones.

—No, no, no. ¡Mierda! Esto no ha pasado.

En cambio el espejo no podía ser más claro. Traté de solucionar el problemita, pero lo único que conseguí fue que empeorara. Ya no tenía falda, eso ya era un trapito para limpiar el polvo.

—Genial, Dani —me protesté, estas cosas solo podían ocurrirme a mí.

Asomé ligeramente mi cuerpo y eché un ojo desde el marco de la puerta. Estaba claro que no podía quedarme eternamente ahí metida, pero salir entre tantas personas semidesnuda no me pareció agradable. A medio metro, el servicio para hombres. Negué para mí, eso no solucionaría nada. Al fondo, una barra repleta de gente y chicas bailando sobre la tarima. En sentido contrario, hacia la derecha, una puerta del mismo color de la pared que no parecía conducir a ningún sitio. Un almacén, quizás. Era eso, o hacerme pasar por una vedette. Tal vez, y con un poco de suerte, pudiera encontrar algo con lo que taparme. Dada mi desesperación, me valía una bolsa de basura. Agarré lo que quedaba de aquella falda, si a esas alturas podía seguir considerándola como tal, y entré.

Nada. Absolutamente nada, tan solo oscuridad. En aquel momento me pareció buena idea caminar a tientas y con sigilo, una de las manos a la cadera sujetando el trapo y otra palpando la pared. A penas di unos pasos, cuando choqué de lleno contra algo que se movió.

Todo por amor🌹 (+18)© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora