PRÓLOGO

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Corría el año 3052. Una sociedad muy evolucionada, o eso decían. En los 2000 todo el mundo pensaba que con el tiempo los desperfectos de la sociedad se arreglarían, que todos los valores atados a la religión o a la falta de respeto por aquellos que eran diferentes iban a desaparecer. Pero no fue así, para nada. En momentos de crisis, sufrimiento y hambre en el pueblo, fue la iglesia quien pudo recobrar la estabilidad del país, y casi del mundo entero.

La tercera guerra mundial provocó desperfectos. Como en toda guerra países enteros quedaron casi destruidos. Ahora la sociedad contaba con avances tecnológicos extremos que en tiempos pasados nunca se habrían imaginado. Pero nada fue porque sí. La iglesia tomó un papel crucial durante la guerra, abasteciendo a pueblos enteros con las necesidades básicas. En muchos países ahora, la iglesia había tomado el control.

Inglaterra no era la excepción. A muchos les molestaba, por supuesto. Era molesto sobre todo para aquellos cuyas creencias religiosas distaban de las de la iglesia católica. Pero existían leyes, muchas leyes que debían ser cumplidas sin importar si estabas o no de acuerdo con ellas. Algunas se calificaban como absurdas, inservibles o carecientes de empatía. Otras se consideraban necesarias, según el estatus social claro, y otras eran leyes básicas para la supervivencia y convivencia de la sociedad.

Pero la ley que estaba por encima de todas, la ley a la que todos temían, la ley por la que se regía el mundo era la ley de los 7 pecados capitales. Lujuria, ira, soberbia, gula, pereza, envidia y avaricia; cada uno peor que él anterior. Cometer cualquiera de estos pecados era completamente inimaginable, igual que lo castigos que se daban por ellos.

Poca gente pecaba de ellos, pero aun así existían. Los llamaban amartíes, a aquellos pocos que se atrevían a desafiar el nombre de Dios e incumplir las leyes de la iglesia. Realizar uno de los pecados era lo más común. Gula o puede que pereza, pero no mucho más.

Los amartíes no siempre eran conocidos por las autoridades. No es como si fuesen gritando sus pecados a los cuatro vientos, para nada. Si cometían uno, lo más normal era una condena de muerte. Si cometías dos podían llegar a torturarte y si cometías tres nadie era capaz de pasar esa línea.

¿Pero que pasaría si una persona fuese corrompido por alguien que haya realizado no uno, ni dos pecados capitales, sino los siete?

FRAGMENTADO - L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora