Cassie cerró los ojos con el relajante ritmo de la leche impactando en el cubo situado en el suelo junto a su banquillo de ordeño. Le gustaba ordeñar a las vacas antes de que saliera el sol. A algunos les parecía una tarea terrible, pero para Cassie era un momento que podía tener para sí misma, para pensar y reflexionar sobre el día que le esperaba.
Llevaba despertándose varias horas antes del amanecer desde que tenía uso de razón.
—¿Ya has terminado con eso, perezosa? —Su hermano, Gilbert, asomó la cabeza encima de la caseta, alargando la mano y tirando suavemente de un mechón de pelo que se había escapado de su confinamiento en la nuca.
Cassie sonrió con ironía. Había dejado de llevar trenzas porque sus hermanos gemelos no paraban de tirar de ellas cada vez que podían. Todavía encontraban momentos para tirarle del pelo, pero ya no era tan constante como cuando era más joven.
—Ya casi he terminado, y sabes que ordeño más rápido que tú cuando quiero —Cassie puso los ojos en blanco. Gilbert y Leroy siempre suponían que cuando ella tardaba en ordeñar las vacas era porque se estaba quedando atrás. En realidad, era porque era un momento para sentarse y disfrutar de la mañana antes de que todo se convirtiera en una carrera.
—Bueno, te tomaré la palabra. Quedan dos vacas por ordeñar. El último en terminar corta la leña —Gilbert levantó las cejas hacia arriba y hacia abajo en forma de burla.
—Eso no es justo. Sabes que no me gusta cortar leña y es una tarea que lleva horas. ¿Qué tal si el último en terminar ayuda a mamá a recoger la mesa y lavar los platos?
Gilbert parecía un poco menos seguro de su apuesta.
—Esa es tu tarea, y tienes que hacerla de todos modos. ¿Cómo es eso un castigo?
—Viendo que soy yo quien va a ganar, eres tú quien necesita ser castigado, y es un trabajo muy corto. No te llevará más de veinte minutos si te lo propones.
—Bien, lo haré, pero hoy serás tú quien lave los platos, no yo —Gilbert sonrió juguetonamente.
Cassie soltó una risita.
—Tienes demasiada confianza para alguien que siempre pierde.
—Puede que pierda de vez en cuando, pero hoy no voy a perder —Gilbert se apresuró a salir y volvió con un cubo de ordeño nuevo. Cassie estaba segura de que estaba más emocionado por esta apuesta de lo que debería. A los diecisiete años, tanto Gilbert como Leroy eran hermanos traviesos. Siempre tenían bromas bajo la manga y retos en los que querían intentar ganarse el uno al otro o a ella, o alguna otra cosa que aligerara el ambiente.
Eran imanes automáticos para la mayoría de los habitantes del pueblo, especialmente para las jóvenes que empezaban a considerar sus opciones de marido. Cassie estaba segura de que, si fuera un poco más joven, podría dejarse arrastrar por sus juegos. En ocasiones, no podía evitarlo, como ahora.
—Muy bien, déjame ir a vaciar este cubo y ahora vuelvo —Cassie se puso de pie con su cubo de leche lleno hasta los topes, se dirigió al gran barril donde depositaban toda la leche y lo vertió antes de apresurarse a acercarse a la vaca que aún debía ser ordeñada.
—¿Estás lista? —preguntó Gilbert desde el otro lado del pasillo, en el otro puesto.
—Cuando quieras —Cassie se preparó las manos. No iba a lavar los platos esa mañana, se iba a asegurar de ello. Si había una tarea que sus dos hermanos gemelos odiaban, era limpiar o fregar los platos. Era algo que habían desarrollado desde muy temprano, no queriendo tener nada que ver con las tareas que consideraban un trabajo de mujeres.
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Un corazón en búsqueda
Historical FictionDespués de que le rompieran el corazón una vez, Cassie May es totalmente reacia a confiar su corazón al amor de nuevo. Por eso, su vida se ve alterada cuando sus padres le organizan un compromiso sorpresa con un hombre al que ni siquiera conoce. Sin...