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O P H É L I E


— Limpii lis pisis —susurré mojando el trapeador—, ni piidis sir tin miligridicidi.

— Te escucharán —dijo Oliver pasando a mi lado. Un chico de no mínimo 1.70, cabello castaño, ojos oscuros y un sentido del humor algo roto. Es mi compañero de trabajo desde que llegué a lo que parece ser los 60.

Ti iscuchirin. Que lo hagan —bufé.

— Deberías, buenas tardes —saludó a una señora que iba entrando al lugar—, deberías agradecer que te dan dinero.

— ¿Y también debería agradecer que me griten?

— Ophelia —gritó el encargado—, los suelos no se limpian solos.

— Ya voy, ya voy —murmuré.

— Y tú, Mateo.

— Me llamo Oliver.

— Ve y saca la basura.

— Espero que no te coman las ratas —dije.

— Te las enviaré.

La puerta principal se abrió, haciendo sonar la campanilla sobre de ella.

— Bienvenido, ¿le puedo ayudar? —levanté la mirada. Viendo a Cinco con las cejas arqueadas y de brazos cruzados— Por Dios, ojalá hubieras muerto.

— También es lindo verte.

— Siéntate y no estorbes —señalé una mesa cerca de la puerta—, si quieres algo pídeselo a alguien más.

— Parece que el viaje te hizo más amargada, y más joven.

— Es tú culpa —recalqué.

— Yo les dije sobre las consecuencias y aún así aceptaron.

— Bueno, creí que ya no cometerías el mismo error.

— ¡Ophelia! —volvió a gritar el encargado.

— ¡Mi nombre es Ophélie!

— Te descontaré dos horas.

— ¿Ahora trabajas en este basurero? —inquirió Cinco, levantando una ceja.

— ¿Y qué opción me quedaba? ¿Quedarme una semana en la calle? No quiero ni imaginarme lo que me hubiera pasado.

— ¿Tenías miedo?

— Lo único que quería era encontrar a mis hermanos, y tratar de irnos. Sin ti.

— Ouch. Eso es cruel hasta para ti.

— Tú solo puedes volver, no nos necesitas, como siempre lo has demostrado, dicho y fracasado.

— No vine a pelear. Quiero que me acompañes a un lugar.

— ¿Y yo por qué?

— Otro apocalipsis se acerca, uno diferente, yo lo vi. Y no creo que quieras quedarte a limpiar pisos y que te paguen un salario mínimo.

— ¿No estás un poco cucú —llevé mis dedos a la cabeza— de la cabeza? Digo, supongo que estás de paranoico.

— Tuve razón la última vez.

— ¿Y luego qué? ¿Terminaremos siendo bebés en 1580?

— Phelie —dijo con voz serena.

— No me digas así —dije entre dientes—. Cinco, arréglalo tú solo. Sinceramente ya no me importa morir.

60-taletDonde viven las historias. Descúbrelo ahora