1| Siempre tras de mí

354 60 16
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ella me acompaña desde que tengo memoria

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ella me acompaña desde que tengo memoria. Ha estado tan presente en mi vida que no poseo un solo recuerdo en el que ella no esté.
Sí, así es, desde mis más tiernos momentos de existencia, ella está.

Siempre cerca, siempre acechando, porque ella, casi diría que... vive en mí.

Sí, sí, lo que sea que esa maldita cosa fuere, nunca se ha ido y habita en las paredes de mi casa. Por supuesto que se oculta sigilosamente cuando hay otras personas pero yo sé que está ahí, exhibiendo esa sonrisa espeluznante que me provoca escalofríos de solo imaginarla.

Ay... piel de gallina, solo de pensarla.

Llegamos a esta casa siendo yo un recién nacido, y al inicio, empecé a sentir su presencia a través de mis sueños. Al menos eso creía yo.
A la distancia y ya siendo un adulto, me di cuenta que aquello no eran pesadillas sino que era ella, manifestándose en este plano.

Toda su maligna esencia se exteriorizaba mientras la casa dormía.

Mi energía vital de niño la excitaba a tal punto que me sometía a sus espectrales jadeos en mis oídos.

Fue tomando fuerza a medida que se tragaba mi potencia infantil, día a día, noche a noche.
Creció.
Cuando me dormía boca abajo, la cosa era capaz de sentarse a horcajadas en mi cintura, sujetar mi nuca, presionar mi cara contra la almohada, jadear en mi cuello y con su horripilante voz grave y masculina me amenazaba con "hacerme cosas".

¿Cómo sobreviví a esto? ¿Cómo es que mi niño interior no falleció ante la primera arremetida de la cosa?

Carecí del apoyo de mis padres para enfrentarla, nunca me escucharon ni me creyeron y ella gozaba tras las paredes antes la incredulidad de mi familia. No sólo gozaba, se hacía más fuerte. No recuerdo una sola noche de mi vida en la que no haya llorado de terror hasta generar sacudones convulsivos en mi pecho, de verdad, tenía la sensación que el esternón iba a estallarme en la caja torácica por las contracciones que provocaba mi llanto.

Solo yo podía verla, sonreía para mí con un gesto del averno

—‹Jung~koo~ook› —canturreaba mi nombre sílaba por sílaba en el silencio sepulcral de mi habitación.

El terror que padecí de niño continuó ininterrumpidamente durante años.

La pubertad me arrebató sin previo aviso, mis hormonas jugaban el juego de la vida sobre mi cuerpo contorneando mis muslos, brazos y espalda. Mi mentón y cuello lucían vigorosos. Mi nuez de Adán era algo que parecía fascinar a la cosa.
Cuando estaba recostado, podía sentir cómo ella acariciaba ese tejido que se había hecho prominente en mi cuello, y a continuación daba lugar al ritual de asfixia al que me ha sometido durante años.
Evidentemente su fuerza solo llegaba hasta ahí, no podía avanzar más, porque sé que si hubiera podido me hubiera lastimado seriamente.

De adolescente descubrí que tenía cierto poder sobre ella.

Comencé a no demostrar tanto miedo, me di cuenta que el miedo la alimentaba, había aprendido que cuando el ente presionaba sus manos y me ahorcaba yo solo debía relajarme, contener la respiración y esperar a que me soltara desanimada por no haber podido lograr que tuviera convulsiones espasmódicas ante la falta de aire. Se alejaba, la muy hija de puta volvía a la pared a la espera de que en el próximo ataque, mi miedo la hinchara de pujanza.

—Puedo ver tus ojos de terror —Me decía con su voz inmunda.

Nunca contesté, ella me aterraba, la cosa lo sabía, sentía mi miedo y lo saboreaba.


Nunca contesté, ella me aterraba, la cosa lo sabía, sentía mi miedo y lo saboreaba

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.




















SAAGHAN | Muro MalignoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora