-Andrew, ¿en serio crees que esto es buena idea? –preguntó Linda en voz baja, algo preocupada.
-Sí, no te preocupes – respondió el chico –Todo estará bien, sé lo que hago.
-Pero no confío mucho en él. –replicó ella. –Apenas lo conocimos.
-Ya sé, pero me da buena espina, y creo que puedo aprender algo más sobre mí. –dijo Andrew tajante, adelantándose para emparejar a su guía.Caminaban en un sinuoso bosque repleto de frondosos abetos y robles, el suelo, cubierto de maleza muerta y algunas rocas revestidas de musgo daba el aspecto de aquellos lugares desconocidos que todo niño podía imaginarse como una extraordinaria aventura. Los pájaros entonaban melodías suaves y el viento le daba voz a aquellas hojas que colgaban de los árboles, creándose así un hermoso concierto de la hábil naturaleza.
Andrew alcanzó al chico que lo estaba guiando hasta una cueva oculta, llena de inscripciones griegas en las rocosas paredes, hechas, como era supuesto, por exploradores antiguos que viajaron desde el mediterráneo y fueron adentrándose en el Atlántico. Fue así como el basto océano los arrastró con fuerza hasta llegar a las playas norteamericanas, mucho antes que Colón y otros personajes propiamente reconocidos pudieran tocar el piso en el cual hoy muchos habitamos.
Al chico siempre le había interesado conocer un poco más sobre sus raíces griegas, a pesar de ello, aún a sus diecisiete años de vida sus padres nunca habían querido hablarle nada al respecto, siempre que Andrew intentaba saber algo, ellos cambiaban el tema de conversación o simplemente reaccionaban con una negativa y le ordenaban callar. No lo expresaban, no lo decían, pero él siempre notaba una extraña clase de brillo y quietud en su mirada, como si hubiera en ellos temor.
- Evan, ¿aún falta mucho? –le preguntó Andrew.
-Hay una buena razón por la cual aún no la han podido encontrar –le respondió con una sonrisa bastante amable.
-Creo que tienes razón. –dijo Andrew entre risas y haciendo señas a la joven para que los alcanzara.Evan, su guía, se presentó como el recién llegado de Grecia que venía a explorar dicha cueva como ayuda para su padre, quien estaba investigando un caso pero que a causa de problemas de salud no había podido ir él mismo, dejando a su hijo como única opción para impedir que la investigación se retrasara por tiempo prolongado.
Lo encontraron casualmente en una cafetería de la ciudad preguntando por un camino para llegar hasta el río que cruzaba cerca de ahí. Andrew y su amiga se ofrecieron amablemente a llevarlo hasta ahí, puesto que no tenían nada mejor que hacer en esa calurosa tarde de verano, y seguramente aquel ambiente, cercano al río, podría refrescarlo un poco.
En el camino les contó sobre la investigación de su padre y el porqué de su visita. Andrew de inmediato se interesó y le pidió por favor que lo llevara hasta donde estaba la cueva. Evan encantado aceptó pues dijo que no estaba fascinado con la idea de ir solo hasta allá. Linda, la amiga de Andrew por motivos sentimentales decidió acompañarlos también para no perder tiempo que podría pasar junto a él.
De pronto, Evan resbaló con el musgo de las rocas, cayó al suelo y de su pequeño morralito de cuero, que llevaba además de su mochila, saltó un pedazo de tela que envolvía lo que parecían pequeñas piedras blancas. La chica se apresuró por ellas mientras Andrew ayudaba a Evan a levantarse. Ella en cuanto las tuvo en sus manos confirmó que no eran exactamente piedras, eran lo que parecían ser dos colmillos enormes y la punta de un cuerno.
Evan apenas se levantó, ni siquiera agradeció la atención que Andrew le prestó, se abalanzó a arrancarle dichas piezas de las manos a Linda. Ella y el chico se le quedaron viendo fijamente pues les extrañó su reacción tan extrema.
-Ustedes perdonen. –Comenzó Evan. –Estos son mis amuletos de la suerte, mi mamá me los entregó desde que era un niño. Ambos asintieron convencidos.
-Linda ¿qué te pasó? –Preguntó Andrew. –Te ves algo pálida.
-No, no es nada. –Respondió. –Sólo es un mareo.
-Es natural, llevamos tiempo caminando y no has bebido nada. –Dijo Evan tratando de olvidar el tema.
-Toma un poco. –Dijo Andrew tendiéndole una botella con agua.Los tres siguieron caminando por largo rato, a veces en absoluto silencio, y a veces se enfrascaban en una especie de interrogatorio de Andrew hacia Evan, con Linda sólo como mediadora. El guía respondía a todas las interrogantes que el chico le hacía y además lo escuchaba atentamente cuando éste le contaba que sus padres nunca le habían querido contar nada sobre Grecia.
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Quimera: Tu sangre, su vida.
FantasyTodos hemos soñado con la idea de provenir de una familia cuyo pasado sea especial, pero ¿si lo especial que tiene tu sangre no es necesariamente bueno? Ser descendiente de un héroe de la antigüedad no siempre es sinónimo de glorias y alabanzas por...