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— 𝐂𝐀𝐍𝐒𝐀𝐍𝐂𝐈𝐎 —
Sirius Black esto, Sirius Black aquello.Eso era lo único que se escuchaba últimamente en cada rincón del mundo mágico. Las noticias sobre el fugitivo llenaban los periódicos, las conversaciones en las tiendas, los susurros en los callejones. Para Annie, la situación había comenzado a rozar lo absurdo. El nombre de Black resonaba tanto en su mente que incluso había empezado a soñar con él. Y no de una manera agradable.
Annie suspiró mientras caminaba de la mano de su hija, Charlotte, por el húmedo adoquinado que llevaba al Caldero Chorreante. La pequeña, ajena a las preocupaciones de los adultos, saltaba con energía entre los charcos, salpicando a todo el que se cruzaba en su camino. Annie se vio obligada a disculparse repetidamente con los transeúntes irritados, sus mejillas ardiendo de vergüenza.
—Lo siento muchísimo —decía, una y otra vez, forzando una sonrisa mientras tiraba suavemente de la mano de su hija.
Charlotte se detuvo un momento, tomando un respiro entre saltos.
—Mamá —la llamó con su voz infantil, aún marcada por la torpeza de las palabras recién aprendidas.
—¿Sí, cariño? —respondió Annie, pasando una mano cansada por su frente, el agotamiento del trabajo pesaba sobre sus hombros.
—¿Cuándo podré ir a Hogwarts co-como los primos? —preguntó Charlotte, tropezando ligeramente con su propia emoción mientras continuaban su lento avance.
Annie sonrió ligeramente. La pregunta había surgido muchas veces en los últimos meses.
—Cuando seas mayor —contestó, su tono suave pero decidido.
—¡Ya soy mayor! —exclamó Charlotte, poniéndose de puntillas con una expresión resuelta, casi perdiendo el equilibrio en el proceso.
—Te falta un poquito más —respondió Annie, sonriendo mientras ajustaba la bufanda de Charlotte.
Finalmente, el Caldero Chorreante apareció a la vista, su cartel ligeramente gastado balanceándose bajo la brisa. El bullicio de la ciudad se desvaneció mientras cruzaban el umbral, el calor acogedor del bar reemplazando el frío del exterior. Al entrar, Annie notó a Arthur Weasley sentado en una esquina, perdido en su lectura.
—¡Tito Arthur! —gritó Charlotte con alegría antes de correr hacia él, sus pequeñas piernas moviéndose lo más rápido que podían.
Arthur dejó de lado el periódico con una sonrisa cálida y extendió los brazos para abrazarla.
—Pero mira cuánto has crecido, Lotte —dijo, levantándola ligeramente en el aire antes de colocarla suavemente en la silla junto a él—. ¿Ya has descubierto para qué sirve el patito de goma?
