PRÓLOGO

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Un sonoro portazo embozó por unos escasos segundos y de manera cómplice el ensordecedor crepitar de un aguacero que parecía que jamás cesaría. Olvidándose del amparo que podía ofrecerle una vivienda con aquel diluvio, una figura alta se precipitó al exterior desafiando las inclemencias del tiempo.

Valen Lemacks, cubierto únicamente con un pantalón oscuro, dio la bienvenida a la lluvia que en apenas un santiamén lo mojó por completo. Necesitaba sofocar el crudo fuego que lo hacía arder por dentro cada vez que tenía al objeto de su condenada obsesión cerca.

Hacía verdaderos esfuerzos para poner autocontrol a sus deseos más ávidos, pero las emociones que lo embargaban lo hacían tambalearse en el precipicio de la preocupación, el temor y sobre todo de pasión insatisfecha. Y por primera vez en su vida sentía vértigo de caer.

A sus espaldas, un nuevo golpe irrumpió en medio del embravecido repiquetear de la lluvia, quedando acallado de inmediato, cuando un trueno bramó indignado; encolerizado por cualquier infame ruido que no viniese de su poderoso eco al estallar.

 Ni siquiera tenía que voltearse para saber de quién se trataba, pero cuando lo hizo y la vio, soltó entre dientes unas cuantas imprecaciones.

Escasamente vestida, tan solo con una camisa de color marfil y de unas tallas mayores de la que llevaba realmente, Alejandra se apresuró a atravesar el zaguán de la entrada, corriendo hacía él. En el mismo momento que puso un pie en el patio ajardinado que tanto le encantaba de su hogar, quedó empapada por entero.

«¡Maldición!»

El agua incesante la bañaba y dejaba muy poco a la imaginación. Estaba casi o igual de desnuda que esa misma tarde cuando él la había despojado de la ropa. Cuando estuvo a punto de tomarla en la cocina o cuando más tarde la llevó en brazos hasta su dormitorio…

Ese era el motivo precisamente por el que había acabado allí mismo. Tras dejarla acomodada en su habitación huyó despavorido. Con Alejandra cerca, su dominio resultaba precario.

—¡Val, espera! –La voz de la joven luchó por sobresalir en mitad de aquella fragorosa tormenta.

—¡¿Qué diablos estás haciendo aquí fuera, Alejandra?! –le gritó él, con severidad—. ¡Regresa dentro!

Quiso censurarla de nuevo, pero los brazos de su pequeña obstinada se cerraron alrededor de su cuello cuando llegó hasta él, abrazándolo con impaciencia, como sí no lo hubiese visto en semanas. Y aquel gesto, de alguna manera, lo ablandó.

La estrechó más fuertemente en sus brazos, intentando ignorar la poca ropa que la tapaba y que apenas escondía las formas de sus curvas.

—Eres una imprudente. —Con engañosa tranquilidad, volvió a preguntar—: ¿Qué estás haciendo aquí, chiquita?

—Yo… yo simplemente quería estar contigo.

—Estoy contigo.

Debía sacarla de allí y ponerla bajo cubierto o enfermaría. Separándose un poco la tomó de la mano y la apremió a seguirlo.

—Venga. Volvamos dentro.

—¡No, no me has entendido! –Ale se desasió de su amarre y mirándolo a los ojos, dijo—Quiero estar contigo, pero de verdad. Por completo.

Y dicho esto, Valen observó hipnotizado e incrédulo, como tiraba de la camisa que llevaba y quedaba ante sus ojos totalmente desnuda.

—Valen…

Dejándose caer con sensual lentitud en el suelo, sobre la superficie verde y cuidada que abundaba en esa especie de pasmoso vergel, se recostó en el césped y abriendo ligeramente las piernas lo instó a acompañarla:

—Val… hazme tuya. –Llevó algunos dedos a uno de sus pechos y lo acarició, luego descendió aquel provocador toque hasta su entrepierna—. Por favor…

La lujuria y el dolor físico por poseerla se intensificaron mientras sus ojos azul grisáceos, revoloteaban por cada centímetro de aquella silueta femenina que lo incitaba a tomarla de la manera más primitiva y con la única comodidad de sus cuerpos enlazados.

Alejandra había firmado con esa acción su bendita sentencia.

Cuando se arrodilló junto a ella, se deleitó en el hermoso efecto que creaba la lluvia sobre ese cuerpo inmaculado. Las gotas, las malditas gotas caídas del cielo, parecían ocultar en su inocente danza pretensiones de amante, y aunque le hubiese encantado seguir recreándose con esa magnífica imagen, su ávida excitación no aceptaba más demora.

Llevando las manos a la cremallera de los pantalones, advirtió:

—Reza por mi perdón, Alejandra. Reza para que no te arrepientas de lo que acabas de ofrecerme, porque por Dios bendito, que no me detendré hasta tomar todo de ti.

Sin ningún tipo de sutilizas, ni mucho menos ternura, se colocó encima de la joven y la instó a abrir más las piernas. Imponiéndole su dominio y poder y sin detenerse en preliminares siquiera, colocó su miembro en el portal del sexo femenino.

Los ojos de la mujer se dilataron de horror al comprender lo que pretendía hacer. Era virgen y su cuerpo no podría recibirlo sin sufrir sí no estaba preparado previamente para la invasión.

—Val, no… ¿Q-qué estás haciendo?

—Lo que me acabas de pedirme, pequeña –respondió él, en un tono truculento mientras la obligaba a doblar un poco una rodilla para aferrarla mejor por el muslo—. ¿Acaso no era esto por lo que has venido a buscarme aquí fuera? No sabes el error que has cometido. Nunca seré bueno para ti Alejandra, nunca. Estoy corrompido. Soy un maldito cáncer.

Y mirando esos enormes ojos de un marrón almendrado, que ingenuos, aún parecían creer en él, la penetró sin miramientos.

Los gritos lastimeros no se hicieron esperar, pero al parecer, no fueron suficientes para frenarlo, ya que continúo clavándose en ella una y otra vez con brutal salvajismo.

En ningún instante unieron sus bocas, ni hubo caricias. La trató como una vulgar prostituta, como sí hubiese pagado por adelantado para poder violar y mancillar ese delicado cuerpo de la forma que quisiera. Las veces que quisiera.

—Me haces… daño —Ale lloraba abatida por la pena y el dolor—. Para… por favor…

Lejos de conseguir el acatamiento de aquellas súplicas, logró todo lo contrario, porque las arremetidas de Valen fueron mucho más duras, haciendo que la figura que en un principio se revolvía bajo él con frenesí y lo golpeaba, fuera marchitándose, disminuyendo su resistencia, permitiéndole tomar de ella todo lo que deseara hasta quedar prácticamente inerte y sin moverse, en el mismo momento que él alcanzaba el clímax.

Tras el éxtasis, se topó con la cruda realidad de sus actos y aquello fue como un certero golpe mortal.

Había enloquecido y las consecuencias las tenía ante él.

Alejandra enlodaba el agua de la lluvia a su alrededor de un rojo intenso, con el color de la sangre… y su cuerpo no reaccionaba.

Las lágrimas se agolparon en su garganta luchando por salir. No recordaba haber llorado jamás, pero cuando sacudió con dulce esperanza a su pequeña y sus párpados permanecieron sellados y sus miembros inactivos, sintió que lloraría eternamente.

—Chiquita, despierta…

La abrazó, desconsolado, rogando porque volviera junto a él o al menos lo llevara con ella. No le importaba adónde ni cómo, tan solo quería permanecer a su lado.

—Ale, no… Lo siento tanto…  —Y el alarido desgarrador que soltó, enlutó el ambiente—. ¡¡Alejandra!!

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ENLAZADOS (Conectados #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora