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Creerás que mi primer día de universidad fue lo típico: un encontronazo con alguien que estaba destinado a conocer, carpetas y papeles volando por los aires, o caídas delante de mucha gente. Pero no, fue algo más cliché; de esos sucesos reales que a lo mejor tú has vivido. No pasó algo extraordinario, o bueno, eso creo.

Los horarios que había hecho, y que pretendía seguir como una guía de vida, me los aprendí al cabo de unas horas, pues los admiraba tanto como si de una pintura renacentista se tratase. Te digo esto porque la noche previa antes de mi primer día como chico universitario, no dormí por culpa de esos resaltadores que brillaban aún después de haber cerrado mis párpados. Generalmente, y esto es un hecho que sostengo con firmeza, no puedo conciliar muy bien el sueño cuando un acontecimiento fuera de lo acostumbrado, o de mi rutina, me ocurrirá al día siguiente. Es algo que no puedo dominar, y tampoco sé por que me pasa.

Sin embargo, cuando faltaba solo una hora para que sonara mi despertador, llegó mi sueño de una manera inoportuna; ocasionando que se me hiciera tarde para mi primera clase. Esto le ha pasado a todo el mundo al menos un par de veces, y tal vez concuerdes conmigo en describirlo como algo estresante.

Salí corriendo de casa, con mis ojeras más oscuras de lo normal, mal afeitado y con un pequeño corte en la barbilla. Tomé un taxi, ya que coger el metro o el autobús no eran las opciones más oportunas. Mi estómago gruñía por los nervios del primer día y porque no me dio tiempo a desayunar. Recuerdo que, disimulando, peiné mi cabello con la mano antes de bajar del taxi con celeridad, cerrando la puerta del mismo con fuerza.

-¡Oye, niño! -gritó la taxista a mis espaldas-. ¡¿Estás loco?!

-Lo siento -dí media vuelta, apenado y mordiéndome el labio inferior-; llevo prisa.

-¡Idiota! -exclamó antes de salir disparada, zigzagueando sobre el asfalto, aún sabiendo que habían muchos peatones por el lugar.

Aquella mañana me pareció que el mundo entero estaba alborotado, como cuando, no sé si lo haz hecho alguna vez, lanzas agua sobre un hormiguero. Las hormigas, tratando de salvarse, corren de un lado al otro sin saber a dónde ir. Ahora solo pienso que yo iba a mil por hora, y que el mundo en realidad, era un lugar pacifico.

Cuando crucé el campus central, que une a varias escuelas de humanidades, pude notar a muchas hormigas desorientadas como yo. Era fácil entrever quienes estaban ahí por primera vez y quienes no. Varios chicos veían a su alrededor, algunos curiosos y otros bostezando. Me dispuse a buscar la facultad de literatura, y después de vagar un rato por el campus, la logré encontrar.

El segundo reto era hallar el aula de mi clase, y no entiendo la razón mística de que, cada vez que uno está con tales urgencias, el universo, burlándose de ti, hace que te topes con una persona que camina como si el alma tuviese el peso del plomo. Comencé a desviar personas, obstáculos vivos que me parecieron conos naranjas. Me di cuenta que parecería un demente si seguía haciéndolo; así que me dispuse a caminar, inhalando y exhalando, buscando la calma en el proceso. Fue en vano.

Extraviado y ciego por la cólera de haberme quedado dormido, di vueltas dentro del edificio buscando con inquietud el salón. Luego le pregunté a una chica de aspecto arisco, quién estaba recostada en el barandal de unas escaleras, y que parecía estar rumiando una goma de mascar, por dónde estaban las aulas de primero de literatura. Recuerdo que le di las gracias, y ella me respondió algo entre dientes, después de observar mi corte en la barbilla.

Creo que solo dos veces en mi vida he caminado con una necesidad tan apremiante. Iba por un pasillo casi silencioso, deduje que ya todos estaban en sus aulas correspondientes. Solo se escuchaban las voces amortiguadas de profesores impartiendo las clases, y el eco de mis pisadas golpear el suelo. No obstante, tras pasar unos segundos, me percaté de que un chico me seguía los pasos con la misma intensidad que yo daba mis zancadas. Era muy alto y robusto, impecable, con camisa dentro de los pantalones y un cinturón marrón brillante.

Las curiosas citas de Elliot BécquerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora