Érase una vez... la villana más temida del imperio

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—¡Suelta a mi esposo de una maldita vez, bastarda asquerosa! 

Su grito fue tan estruendoso, que los músicos dejaron de tocar y todas las parejas en medio de la pista se detuvieron. Su cabello largo, se ondeó como la brisa que se colaba por el ventanal de su castillo y alzó el mentón, demostrando el orgullo que llevaba impregnado hasta en la médula. 

Daphne la miró con ojos de cordero, pareciendo tremendamente asustada por su comportamiento.

—Hermana mayor, ¡todo es un malentendido, nosotros no estábamos haciendo nada malo!

Anne Marie bufó. Se encontraban en medio de la celebración del cumpleaños de su esposo, el duque de Prestion, por lo que todos los aristócratas importantes del imperio fueron invitados a celebrar el gran banquete que se organizaría por honor. Todos eran conscientes que los protagonistas de aquella fiesta tenían que ser el duque y su esposa, y como anfitriones, tenían el deber de abrir el primer baile para los demás. Pero en el momento en que Anne Marie se descuidó, su hermanastra Daphne ya estaba en medio de la pista, balanceándose con su marido como una mariposa enamorada.

La boca se le secó del disgusto y comenzó a ver borroso. La copa de vino tembló bajo su fuerte agarre, y en cuestión de segundos, terminó rota en miles de fragmentos, asegurándole un profundo corte en la palma.

—¡¿Duquesa?! —espetó espantada Levony, su única aliada, hija de la antigua nodriza de su fallecida madre. 

La sangre continuó corriendo por su extravagante vestido color amarillo, pero poco le importó su herida, puesto que el dolor de mirar a su esposo de aquella manera tan íntima con Daphne Vermillion, era mucho mayor.

Los susurros maliciosos no se hicieron esperar y la gente que hasta el momento no se percató de la escena que estaba sucediendo, volteó.

La duquesa Anne Marie Prestion, mejor conocida en sus días de soltera como Anne Marie Vermillion, era siempre el mejor espectáculo de la noche. 

Siempre incontrolable, siempre enojada, siempre malvada.

Era la villana más infame y conocida en todo el imperio Relois, la primogénita del marqués Vermillion y la esposa del duque Prestion.

En su época más dulce y exitosa, todos los aristócratas habían esperado que heredara el título de su padre, debido a la sangre real que corría por sus venas. Fue educada para convertirse en el pilar más fuerte de la sociedad y la mujer más noble del imperio, pero todo comenzó a derrumbarse cuando Daphne regresó a su familia, luego de ser educada por la baronesa Lens lejos de la capital.

Aquella pequeña, que era un ser inocente y sin estudios, sufrió de un terrible acoso y desprecio por parte de su elegante hermanastra. Y fue debido a lo cruel que se volvió, que la belleza de Daphne terminó embaucando a todos sus aliados, dejándola sin protección.

Esto es todo culpa de esa bastarda... pensó con coraje mientras la escena de su amado esposo sosteniendo la mano de Daphne, se postró frente a ella.

—¿Qué es un malentendido dices? —Anne comenzó a reírse a carcajadas—. ¡¿Cómo te atreves a decir eso cuándo están cometiendo adulterio en mi cara?!

Los invitados soltaron un gemido de sorpresa, pues declarar algo como eso en público, solo dañaba el honor de los Prestion y la castidad de la hija menor de los Vermillion.

—¡Duquesa, contrólese! —la profunda y fuerte voz de Alden Prestion, resonó como una trompeta por el salón de baile.

Todos eran conscientes de la relación miserable que existía entre Anne Marie y Alden, dos pobres jóvenes que fueron obligados por sus padres a unirse en matrimonio.

—Entiendo que me detestes tanto —ella apretó el puño, controlando su impulso de destrozarle el rostro a Daphne—, pero no creí que fueras capaz de ridiculizarme en mi propia casa.

El duque Prestion intentó excusarse, pero Anne Marie alzó su mano ensangrentada y lo abofeteó con todas sus fuerzas, como solía hacer con plebeyos y nobles de bajo rango.

Hizo una pequeña reverencia  a los presentes y volvió a erguir su espalda. Se tragó sus lágrimas y puso su característica mirada despectiva, como si nadie en el mundo se mereciera dirigirse a ella.

—Si me disculpan, que disfruten la velada.

Y como si nada hubiera sucedido, abandonó el lugar.

La duquesa Prestion era brutal y pocas veces sabía controlarse. Era mimada, egocéntrica y narcisista. Todos los nobles del imperio, incluido su propio esposo, la detestaban y la juzgaban. Era la paria más grande de todas, y por infortunado que les parecía, nadie de ellos podía deshacerse de ella, pues su linaje era demasiado puro como para que se atrevieran a hacer algo directo en su contra.

O eso creía Anne Marie.

Pero en cuanto salió al jardín trasero, sintió una extraña presencia detrás de ella y antes de poder voltear a ver quién era, una espada la atravesó.

Anne Marie esbozó un chillido de sorpresa y abrió mucho los ojos. Dándose cuenta de como la vida se le escapaba. Cayó de rodillas sin poder hacer nada y se llevó una mano al pecho, encontrándose en plena soledad. 

Nunca nadie iría a buscarle, nunca nadie se preocuparía de que ella abandonara ese mundo. Nadie la quería, nadie la anhelaba.

Esbozó una sonrisa de tristeza, mientras la vida se le escapa del cuerpo y se relajó.

Tal vez era mejor morir de una vez y dejar de sufrir porque su padre y su esposo preferían a su media hermana.  Ya no quería continuar resintiéndolos, ni tampoco buscaba seguir atormentando gente que no tenía la culpa de nada. Quería ser libre.

Sí, es hora de descansar.

Y cuando estuvo a punto de cerrar los ojos para siempre, miró una silueta conocida llegar hasta ella, con la tez pálida y el rostro desencajado. Ella frunció el ceño, sin entender porque su marido parecía tan abatido.

—Alden... —musitó sin brío, llamándole por su nombre por primera vez.

El duque habló pero ella no le escuchó. Sus ojos comenzaron a cerrarse rápidamente, y pensó durante ese último suspiro, que estaba satisfecha de no irse del mundo en completa soledad.

Los secretos de una villanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora