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Megan se levantó de un salto cuando sintió la espada atravesarla. Sudó frío mientras se acurrucaba en la manta en busca de consuelo y cerró los ojos para negar la realidad en la que se encontraba atrapada. Odiaba sus pesadillas recurrentes y su nueva vida. Y, sobre todo, odiaba ser Anne Marie Prestion.

Megan reencarnó. O si así podía llamarle. La última vez que estuvo en su verdadero cuerpo estaba siendo trasladada de emergencia al hospital por un ataque al corazón. Desde niña había sido enfermiza, volviéndola incapaz de llevar una vida normal. Pensó en su padre y su hermano mayor y comenzó a deprimirse otra vez. Los extrañaba demasiado. Y más aún cuando pensaba en lo ariscos que eran todos con la antigua duquesa.

Aquello la llevó a rememorar el día que se convirtió en otra persona.

Abrió los ojos y lo primero que notó fue el hermoso candelabro que reposaba sobre ella. Pensó en lo hermoso que era el color dorado el que lo recubría, asemejándose al oro. Se percató de pequeños diamantes decorando las cadenas y como brillaban con la luz del día. Era demasiado hermoso para ser verdad. Parpadeó varias veces, intentando conectar sus ideas, algo andaba mal.

¿Un candelabro? ¿Cómo es posible que tenga eso en mi cuarto?

Entonces se levantó de un salto.

Se sintió mareada por el repentino esfuerzo y cuando por fin su cabeza dejó de dar vueltas, reparó en lo que estaba sucediendo. Ese no era el hospital. Megan estaba demasiado anonadada como para emitir un sonido, así que se llevó las manos a la boca y observó con incredulidad el lugar. Grandes ventanales adornando el precioso y espacioso cuarto en el que estaba, los cuales le daban la bienvenida a los rayos del sol que se colaban por ellos. Parecía la habitación de una princesa. Palpó con extremo cuidado las sábanas y se dio cuenta de su suavidad. Se dejó caer de nuevo en la almohada y cerró los ojos.

Cada vez tengo sueños mejores. Pensó.

Hasta que el peso de la realidad al fin la golpeó sin descaro. Ella había muerto.

Megan había sido una niña enfermiza desde siempre. Se perdió de mil experiencias a lo largo de su vida por su mala salud y eso fue lo único que le carcomía la cabeza en su lecho de muerte. Eran sus únicos remordimientos. Sólo deseó poder correr con todas sus fuerzas sin que eso significara pasar todo un mes internada en cuidados intensivos. Mientras estaba sumida en sus propios pensamientos abrieron la puerta.

— ¡Duquesa! —chilló una joven vestida de sirvienta. — ¡Ha despertado!

Parpadeó varias veces sin entender a quién le hablaba. Volteó en todas direcciones pensando que tal vez su confusión no le permitió observar a otra persona en el lugar, pero al corroborar de nuevo, no había nadie más que ella. Aquella chica no dejaba de verla con alivio y eso la alarmó aún más.

— ¿Me hablas a mí?

Megan se sorprendió al escuchar su propia voz. ¿Por qué sonaba tan diferente? La sirvienta se quedó helada.

— ¿Duquesa Prestion? ¿Se encuentra... bien?

¿De qué demonios está hablando?

Comenzaba a entrar en pánico. Bajo la vista y miró sus manos. Era tan blanca que parecía mentira y sus palmas eran aún más hermosas, como las de una persona que nunca ha tenido que trabajar por nada en su vida. Megan siempre fue una persona pálida. Pero no porque fuese una chica de tez extremadamente clara, solo se debía a que su apariencia fue el resultado de su mala vida. De cómo pasaba encerrada en casa todo el tiempo porque no podía hacer nada que los otros niños o adolescentes sí.

Con dificultad intentó ponerse de pie. La sirvienta se acercó corriendo y la tomó del brazo, con sumo respeto.

—Permítame que le ayude.

Seguía sintiéndose abrumada por la forma en que actuaba pero decidió no decir nada. Se encontraba demasiado débil como para incorporarse por sí misma de todas maneras. Caminó con lentitud apoyada en la chica y se acercó al enorme espejo situado al otro lado de la habitación. Y lo que le esperaba la hizo caer repentinamente al suelo.

Un hermoso cabello rubio platinado y unos imponentes ojos grises le regresaron la mirada. Era una chica completamente hermosa. Se palpó la cara y se dio cuenta que se trataba de ella.

Era su propio reflejo, aunque ya no se reconocía.

Esto tiene que ser una broma de mal gusto.

Volvió a pasarse las manos por su tersa piel, cuando la chica que estaba a su lado exclamó:

—¿Cómo es que ya no tiene ninguna herida?

Megan se quedó estática y no supo cómo responderle. ¿Acaso la situación que estaba viviendo tenía algún tipo de sentido? No lo creía.

No reconocía ni el idioma, ni la ropa, ni la arquitectura, ni a la mujer, ni siquiera a ella misma. Parecía como si Megan Smith nunca hubiera existido y ella era solo otra esquizofrénica que olvidó tomar su medicamento. Sus piernas cedieron en un momento inesperado y la mujer corrió a ayudarle.

—¡Oh, señora! —la levantó como pudo, utilizando toda su fuerza y la colocó en el sofá de terciopelo más cercano de la habitación.

Megan sitió un pinchazo en su espalda y frunció la frente. Cuando observó a que le debía tremendo disgusto, se percató que hasta los cojines tenían incrustaciones de diamantes.

—Espéreme en este sitio, traeré al médico y a su esposo enseguida.

¡¿Esposo?!

Quiso detenerla y exigirle una explicación, pero salió tan deprisa de la habitación y ella estaba tan agotada, que no le alcanzó el oxígeno para hacer lo que deseaba. Se encontraba asustada y muy confundida. Se llevó el pulgar a la mano y se lo mordió. Observó cada esquina del lujoso cuarto en busca de una salida y cuando no encontró nada, decidió acercarse a uno de los ventanales. Volteó hacia abajo y analizó la altura a la que se encontraba, concluyendo que no era suficiente como para terminar con su vida, así que obligó a su cuerpo a responderle e intentó pasarse del otro lado de la barandilla del balcón. Sin embargo, la hermosa vista delante de ella la hizo quedarse quieta un segundo y contemplarla.

Parecía la escenografía de un cuento de hadas. Todo era hermoso, verde, antiguo. Era como la mansión de los reyes en las películas de fantasía. A Megan se le erizó la piel cuando el aire la rozó y un momento antes de tirarse escuchó otro grito: —¡¿Anne?!

Megan volteó por inercia y el hermoso rostro del hombre frente a ella la hizo trastabillar.

Cerró los ojos esperando el golpe pero nada llegó puesto que aquella persona tan bella que le asustó, la sostuvo en el momento justo.

—¿En serio pensabas que iba a dejar que sucediera de nuevo?

Los secretos de una villanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora