Prólogo
Las clases de Madam Jeffers eran muy estrictas. Ella no andaba con juegos, todo tenía que salir perfecto. Todo debía estar en su lugar o a la más mínima te expulsaban.
Maddie ya estaba acostumbrada a escuchar a aquellos llantos de súplica por parte de los pobres jóvenes que le imploraban a Madam Jeffers. Ella sabía muy bien que estaba siendo injusta con ellos, pero no quedaba otra que mantener la cabeza gacha.
En unos días tendría que dar un gran show, y para ello debe esforzarse más para que salga perfecto según lo desea Madam Jeffers, su madre.
Desde que su padre murió a sus doce años, Maddie hacía todo lo posible para que su madre le de aunque sea una mínima vista de aprobación.
Sería más fácil que un Koala corriera antes de poder verle esa cara a mi madre- pensó ella.
Hacía la misma rutina desde que tenía cinco años. Llegar a las tres y media de la tarde, saludar a todos con una sutil sonrisa y dirigirse al vestidor para cambiarse de ropa e ir al salón para ensayar.
Ya habían pasado cuatro horas desde que comenzó a practicar. Podía sentir el sudor impregnado por todo su cuerpo, signo de un gran esfuerzo.
Asqueada por su mal olor, se dirigió hacia los baños y se dio una relajante y merecida ducha.
Al salir volvió a cambiarse con una ropa más decente y se dirigió hacia la dirección donde se encontraba su madre, Madam Jeffers.
Cuando entró ella estaba al teléfono. Le hizo a Maddie una señal con su dedo para que aguarde un segundo y ella asintió.
Todo en este lugar era pulcro, minimalista. La oficina de su madre al igual que todo el lugar era hermoso.
En silencio se sentó en el sofá que estaba en frente del escritorio de su madre, y aguardó a que ella terminara.
Mientras tanto se puso a contemplar las fotografías que tenía en su escritorio. La mayoría era de ella a su edad vestida como bailarina y luciendo orgullosa con una gran sonrisa frente a la lente de la cámara. Otras con personas que Maddie desconocía, aunque seguro eran algunos colegas.
No había ninguna imagen de ella o de su padre. Pensar en eso la entristeció. Decidió dejar de mirar aquellas imágenes y comenzó a observar las hermosas flores que había en un rincón del despacho.
-¿Necesitas algo? -se sobresaltó al escuchar la voz de su madre. Como siempre sonaba fría y distante.
-Ya estoy lista para irnos, madre. -se incorporó en su asiento con el mentón en alto, tal como le había enseñado ella.
-Tendrás que esperar o pedirle a Bernard que te lleve. -Ni siquiera la miraba, solo mantenía su vista en unos papeles.
Suspiró. Aquel hombre lo conocía prácticamente de siempre, era el chofer de su familia. Era un gran hombre, pero los años pasan y ya nada se puede hacer. El pobre ya tenía sesenta y tres años, y aunque aveces se le olvidaban algunas pequeñas cosas, todavía era un gran conductor. Al igual que un gran amigo y abuelo postizo.
Por desgracia a Madam Jeffers no le agradaba nada esto último. Ella tenía la idea fija en que a los empleados debían tratarse como tal. Así que mantenían en secreto su relación abuelo-nieta.
-Madre, será mejor que no molestemos a Bernard, él necesita unas merecidas vacaciones ¿no crees?
Por un momento despegó su vista de aquellos papeles y la miró – Las vacaciones se las daré cuando me parezca conveniente. Y si no necesitas nada más, hazme el favor de largarte. -volvió a mirar los papeles- Puedes irte caminando, deberías bajar algo de peso.
¿Acaso le estaba insinuando que estaba gorda? Tenía un montón de insultos dentro de su cabeza para decirle pero decidió callar.
-De acuerdo.
Tomó su bolso y se dirigió a la salida. Por suerte la academia no estaba tan lejos de su casa, eran quince minutos caminando y cinco en coche.
Caminaba distraída por la acera, tarareando una canción que había escuchado en una publicidad de la televisión.
Cuando dobló en la esquina, sin querer tropezó con una persona, haciendo que cayera y se desparramaran sus cosas por el suelo. Mentalmente soltó una maldición por haber olvidado asegurar el cierre de su bolso.
-Lo siento. -susurró avergonzada. No tenía que subir la mirada para darse cuenta que había tropezado con un muchacho.
Con tan solo pensarlo, se sonrojaba.
Había tenido dos novios en su corta vida -aprobados por su madre, claro-. Pero se volvía algo insegura en el momento de coquetear con alguno.
Caitlyn, su mejor amiga, aún le reprochaba que siga conservando su Tarjeta V. En cambio Maddie no se quejaba, no es que estaría desesperada por perderla.
Sin decir otra palabra, tomó nuevamente sus cosas, asegurándolas bien entre sus manos y se dirigió a su casa, rogando no perder nada por el camino.
Hunter se encontraba tendido en su cama en la habitación del piso que alquilaba en un hotel. Había pasado una increíble noche con una hermosa rubia, y aunque fue fantástico, la corrió de allí una vez que terminaron. Él nunca dejaba que las chicas con las que se acostaba se quedasen a dormir.
A él no le interesan las inútiles súplicas que le dicen sus acompañantes, como que viven demasiado lejos, por ejemplo.
Si tienes dinero para beber, tendrás para regresar a casa. -dice él con una sonrisa cínica, haciendo que las muchachas lo mandasen al diablo.
Se levantó y se dirigió hacia el balcón. Le encantaba sentir la brisa en su cuerpo cuando se despertaba.
Encendió un cigarro y comenzó a fumar mientras contemplaba la maravillosa vista que le daba la ciudad de Londres.
Sintió su celular sonar indicándole que le había llegado un nuevo mensaje, así que volvió a entrar y lo leyó. Era Ben, el mejor amigo de Hunter, avisándole que pronto habría una nueva pelea y que quería que él participara ya que al ganador siempre le daban una gran suma de dinero.
A Hunter le encantaba las peleas, sentía que descargaba cada frustración en cada saco de boxeo o persona.
En el gimnasio nadie quiere pelear con él, ya que piensan que eso sería una muerte segura, y a eso Hunter le divierte.
Se acordó que iba a ser ya casi la hora de cenar y él todavía no había ido a hacer las compras. No es que le importase, en absoluto. Pero no le gusta hacer enojar a su abuela.
Ella, Ben y su hermanita Sammy, eran los únicos capaces de retar y ordenar a Hunter. Él refunfuñaba cansado cada vez que alguno de ellos le mandaba un sermón.
Rápidamente tomó una ducha y se vistió con una camiseta negra, unos jeans gastados grises y unas deportivas negras. Agarró su billetera, su celular y las llaves y salió de allí sin antes haber cerrado bien.
El Súper quedaba cerca de su hotel, así que fue caminando un poco deprisa. Ya que a ese piso sólo lo usaba para sus conquistas de una noche. Nadie, excepto Ben lo sabían.
Giró y accidentalmente había chocado con una muchacha, haciendo que el contenido de su bolso se desparramara por el suelo. La sintió maldecir y se agachó a volver a meter sus cosas. Era rubia, con unos bonitos ojos azules y llevaba puesta una remera holgada roja con unas calzas negras y unas vans rojas. Era realmente hermosa.
Cuando se decidió a volver a la realidad para poder ayudarla, ella ya había terminado. Y con un “Lo siento” se despidió de él sonrojada. A Hunter más que gracia le pareció tierno ese gesto.
Él la contemplaba mientras ella se marchaba, podía sentir que no sería la única vez que se verían.
Multimedia: Maddie (Cara Delevingne)

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Wrist (PAUSADA)
Novela JuvenilMaddie Bardsley es una chica normal. -según se denomina ella-. Ser la hija de Madam Jeffers es todo un reto. Y peor si al ser su única hija debes ser mejor que los demás. Porque a Madam Jeffers no le interesaba si estaba "bien", ella quiere la per...