Y corría, no recuerdo desde donde, no recuerdo desde cuando, no recuerdo el porqué, solo que corría. Corrí, corro y correré; es lo único que sé. Sé también, a la perfección, que no puedo parar. Mis piernas adquirieron mente propia y se rebelaron ante mi cerebro, divorciándose de su tiranía y control, desde entonces no puedo parar. Con ello, mis piernas nunca dejaron de correr y tomaron cautivos a mis brazos, que les acompañan aeróbicamente. Empuñando las manos, flexionándose en unos perfectos noventa grados y la firmeza de la pasión poetisa. Pierna derecha adelante, brazo izquierdo adelante, pierna izquierda adelante, brazo derecho adelante.
Correr se ha vuelto parte de mi identidad, tal parece que corro de mi pasado porque todo aquello que creo saber no recuerdo haberlo aprendido. Mis respuestas son inútiles porque voy tan rápido que no puedo pararme a contestar. No puedo parar. Solo correr. Correr, correr, correr. Nunca he filosofado ni escrito nada, porque lo único que he hecho es correr. Si hubo alguien dentro de este torso sumiso, de esta boca entreabierta, de estos brazos rehenes, de esta esclavitud ante el correr; el recordarle es inútil, porque se ha ido corriendo.
Mis zapatos están huecos, mis pies resecos, mis manos sangran por mis uñas, no puedo distinguir nada de mi rostro. El fruncir la nariz, cerrar la boca, levantar las cejas, inflar las mejillas, es todo igual para mí, pero no recuerdo si lo habré intentado. Por el sendero sin vida, sin importarme (importarle) si golpeo al resto de la población, con una fuerza irreconocible hiedras comienzan a salir de entre el pavimento. Se enroscan en mis pies, intentando pararme, pero mis piernas son constantes. Siguen subiendo, comienzan a superar el nivel del talón, comienzan a salir más desde el piso, comienzan a florecer. Pero les ignoran y siguen el movimiento con más fuerza aún. Algunas han sido brutalmente arrancadas, y sus raíces se han transformado en guirnaldas. Más hiedras rompen baldosas, azulejos, y otros materiales duros manufacturados por el hombre, salen y se aferran a mis piernas. Tiñen mis piernas de morado, azul y rojo; pero no siento dolor por la independencia de mis piernas. Los líquidos de mi cuerpo comienzan a evaporarse, pero ellas siguen subiendo, floreciendo, saliendo y tiñendo. Mis piernas sangran, pero no hay dolor, no hay impedimentos, ellas solo quieren seguir corriendo. Ambas fuerzas continúan incrementando, pero el cansancio me invade y lloro. Lloro, lloro, lloro en silencio.
Soy carne, sangre, raíces, flores, hojas y llanto. Soy los colores blanco, verde, rojo, morado, amarillo, azul, rosado. Soy una pose, soy un gesto, soy quietud. Soy eso, esto, porque ya no corro. Tal vez corría porque tenía miedo de ser. Y lloro ahora en silencio porque se han apoderado de mi garganta.
Mil zapatos caminan sobre el pavimento por el que yo alguna vez corrí, mil zapatos que seguramente moleste, mil zapatos que probablemente golpeé por accidente, mil zapatos que no son míos. Mil zapatos que ignoré y ahora me ignoran. Soy estatua de carne y naturaleza voraz que llora en silencio, porque ya no corro.
Comienzan a morir, los colores se rinden ante el marrón, se marchitan, me marchito. Y comienzo a recordar, recuerdo que hice antes de correr. Recuerdo, recuerdo, recuerdo. Recuerdo que no llegué a tomar mi taza de té con limón y lavanda, seguramente ya se haya enfriado, he corrido demasiado. Me marchito, me marchité.