Muchas veces me encuentro llorando entre cuatro paredes, encerrada en una melancolía interna cuyo único fin es inconcluso, irrefutable y desconocido. Melancolía dulce, de olor a mar y gorro de lana. El conocimiento de la propia ineptitud para la basta mayoría de cosas, exceptuando escribir algunas palabras y recolectar caracolas en la orilla de la playa; es la tercera espada. Con el dolor y calor de aquellos pueblos herejes, con olor a menta y manzanilla he soñado tantas veces sobre mi engollamiento oscuro y mi mortalidad finita que el enfrentarles ya no me parece tan satisfactorio. Por alguna razón desconocida, los amantes se mienten y uno es su propio peor enemigo.
La ropa me pica, pisar la calle me lastima, las paredes me gritan, los zapatos me muerden y mi humanidad me incomoda. Pero el pensar en escapar es lo más humano en mí, el ser un mediador entre bestia y máquina, el ser mi peor enemigo. Pero el pensar es lo más humano en mí, por cuenta propia. Mis palabras son mediocres, pero está bien, porque la mediocridad es lo más humano en mí.