Sus nalgas tomaron la iniciativa
en un cuarto de hotel cinco estrellas.
La noche se llenaba de espuma
cayendo por el borde del jacuzzi.
La noche carnal estaba ofrecida.
La noche y el espacio carnal
donde cabe un río de obsceno salvajismo.
Yo quería subir a un huracán de pulsiones,
a un barroco concierto de medias y portaligas.
El sudor me cubrió hasta las venas.
Quería entonces beber aquella piel.
Quería tocarla con eléctricos impulsos.
Cargué con la mochila del macho alfa
y le pedí sobando que bailara desnuda.
Me puse a aullar como una bestia
mirándola como un trofeo de mi mente.
La tibia alfombra donde fue mía
se queda ardiendo con llamas de lujuria.
Puse frente a su cara de veinteañera
una flamante erección que palpitaba,
una erección de recia costumbre animal
como un arma nuclear de largo alcance.
Entonces, en un acto de indisciplina,
me robo para siempre sus tetas no autorizadas
que juegan a estrechar el aire de unas manos
cargadas de electricidad.
Ella, como un tornado, se abraza a mi cuerpo
diciendo mis tetas esta noche son tuyas,
fuertes como las luces que inundan la suite,
feroces como las sombras que marcan sus caderas.
Es largo el estudio de su lengua en mi lengua.
Sigue creciendo la carne que me tensa el espíritu
cuando le digo mi hembra,
y la hembra me responde
bajándose los calzones lentamente.
Sus nalgas tomarán la iniciativa,
el sexo liberado resplandecerá.
¿Y cuándo se rompieron las cadenas del pudor?
Me veo con su clítoris entre los dientes
ajeno al reloj mural que llora piedras
y a los espejos que de baba cortan la respiración.
Buscándola me sumergí en las sábanas
donde sembraba estrellas con su vagina.
Fui un barco interestelar en busca de puerto,
donde la inocencia es una orgiástica caricatura.
La saliva comenzó a recuperar su riqueza
abundándome desde sus blancas intimidades.
El gemido de placer rompió su alma
y aquí en el cielo me abrió sus piernas,
la belleza del oeste me abrió sus piernas suspirando.
La cumbre eyaculatoria comenzó a desparramarse
en la punta de su tibia lengua.
