A través del tiempo

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Aún quedaban cinco horas para la erupción de la montaña Torchfire, que destruiría la aldea que estaba construida a sus pies. Jay tenía tiempo antes de tener que saltar a otro apocalipsis.

Así había estado el último tiempo, saltando de apocalipsis en apocalipsis con el tempad que había robado de K-13.

Había huido, pero a cada lugar al que él llegaba generaba un evento nexus, por lo que la AVT se le aparecía cada vez para intentar atraparlo. Y estuvo huyendo de ellos, saltando en el tiempo.

Sin querer cayó en su primer apocalipsis, un terremoto que azotó la isla y destruyó asentamientos, dejando muchos damnificados y víctimas. Ahí notó que la AVT no se apareció.

Luego volvió a saltar a otro tiempo y la AVT apareció otra vez. Y no fue hasta su segundo apocalipsis que comprendió que en esos lugares la AVT no lo detectaba.

La línea no se ramificaría si estaba destinada a ser destruida. Podía hacer lo que quisiera y jamás generaría un evento nexus.

Con ese conocimiento, pudo desplazarse mejor en la línea temporal, mientras seguía buscando la manera de regresar. Aún no encontraba el lugar del cuál fue sacado.

En sus tantos viajes a los apocalipsis, logró hacerse con ropa nueva para sacarse el feo traje de la AVT. Ahora estaba vestido completamente de negro, pantalones, botas, una chaqueta y una bufanda que usaba para cubrirse la cabeza.

Luego de conseguir algo de comida en uno de los puestos de la aldea, Jay se sentó a solas a comer, mientras revisaba el tempad. Se apartó lo más posible ya que sus ropas no eran nada similares a las que se usaban en ese tiempo.

Estaba siglos atrás en Ninjago, se veía distinto, anacrónico.

El tempad tenía varias locaciones y tiempos registrados, pero Jay seguía sin descifrar qué era cada uno, todos estaban nombrados con códigos alfanuméricos. Uno de ellos debía ser el suyo, pero aún no sabía cuál.

Terminó de comer y cerró el tempad, para luego guardarlo en su bolsillo. Se puso de pie y fue hasta una de las casas que estaba a las afueras de la aldea, para hablar con el dueño de dicho domicilio: un anciano de nombre Laertes.

Jay se paró afuera, viendo al anciano acomodar unas jarras en la entrada. Este se volteó, notando la presencia de Jay y sonrió.

-¿A qué debo la visita, joven?

-Solo estoy de paso -responde Jay.

En realidad, Jay ya conocía al anciano, no era su primera vez en ese apocalipsis. Pero cada vez que volvía, debía volver a presentarse a él. Eso no le importaba, siempre era recibido de vuelta con amabilidad y aprendía una que otra cosa.

Magia. El anciano era hechicero.

-Hay gente especial aquí, ¿sabes? -empieza Laertes.

-¿Sí? -pregunta Jay.

-Sí, tienen la habilidad de manipular elementos... Hay personas que mueven la tierra, el agua, el fuego.

-Suena asombroso -dice con una sonrisa, haciéndose el fascinado, aunque bien sabía que él mismo era una de esas personas.

-Lo es, son personas poco comunes... Pero no me quedo atrás.

-¿Usted tiene poderes?

-Magia... Es algo que cualquiera puede dominar teniendo los hechizos correctos.

Ese fue el segundo encuentro con él, cuando ya no estaba tan asustado y pudo quedarse a conversar por primera vez con alguien.

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