𝐗𝐕

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Nakamura Akari; Tiempo: principio de los años 90; Número de vida: desconocida

Quitar las manchas de sangre de la ropa no es nada sencillo. Muchos optan por tirar la prenda, pues ya no tendrá uso después. Yo la quemo. Una vez que quedo desnuda, quemo la ropa dentro de un bote de basura, tal y como se ve en las películas. Al quedar frente al espejo del baño, observo mi figura cubierta de sangre que, como siempre, no es mía. 

Llené la tina con agua. Una vez que esta llegó al tope, me sumergí dejando que mi piel se extasiara por el cálido tacto del agua. Pronto se tornó rosada, adaptando cada vez un color más oscuro a medida que la sangre se desprende de mi piel. Pensé que sería algo divertido el asesinar a alguien que es considerado "malo" dentro de esta sociedad. No sentí nada. Justo como lo pensaba, ya nada me trae placer ni emoción.

Estoy completamente vacía. Paso una vida más deseando estar muerta y odiando a quien me maldijo. Espero que, sea donde sea que Sukuna esté, la pase peor que yo. Jurabas amor y terminaste por darme el peor regalo de todos. Lo único que debías hacer era vivir y ni siquiera eso pudiste hacer. Idiota. El Rey de las Maldiciones: que buen chiste. Si eres tan fácil de derrotar, se podría decir que ya eres inferior a mí.

¿Hasta cuándo viviré? ¿Será que hasta el fin de los tiempos? Incluso si es así, ¿qué haré después? Nada me asegura que Sukuna volverá ni que algún día su maldición se romperá. Me he suicidado tantas veces, que me ha quedado claro que no puedo dejar de nacer. Sin importar la edad a la que lo haga o el método que utilice, el ciclo no se rompe.

Cuando intenté cambiar aunque sea una cosa, realmente no lo hice. En una de mis vidas, previne el accidente en el que mis padres iban a morir. Tenía catorce, la edad a la que se supone que morirían. Creí tener éxito sobre salvarlos, pero, un día antes de cumplir quince, ellos murieron. 

Pasé cuatro vidas o más esperando por Sukuna. Quería volver a estar entre sus brazos, asesinar a su lado, sentir su piel contra la mía, recordar lo que es la adrenalina y el placer. Conforme el tiempo fue pasando, busqué formas de traerlo de vuelta. Nunca encontré un recipiente lo suficientemente bueno. Siempre morían luego de ingerir un dedo. Solo encontré dos. Y, así como los encontré, los perdí.

Devastada por la soledad que me generaba estar sin mi amante, maté por rencor contra esta estúpida humanidad. Contra ellos y contra los hechiceros. Fue satisfactorio hacerlo, incluso sabiendo que eso no me traería a mi amado de vuelta. Solo quería que sintieran lo que yo el resto de mi primera vida: un sinfín de tortura hasta que mi cuerpo ya no pudo con ello y murió.

Las cadenas que representa esta maldición se hacían más pesadas con el paso del tiempo. Mi amor se convirtió en rencor, mis sentimientos quedaron entumidos, mi propósito en el mundo se resumió a la nada y matar ya no se sentía como el juego divertido que era. 

Luego de lavar mi cuerpo, salí de la tina. Me puse un pantalón, una playera blanca, unas botas negras y, con el cabello atado en una coleta despeinada, salí de mi departamento. Si quiero sentir algo, necesito hacer que mi garganta arda con licor.

Entré a un bar que no había visitado con anterioridad. Suelo ir a uno diferente cada vez, para, de esa manera, pasar desapercibida. No quiero convertirme en cliente frecuente cuando existen miles de bares en Japón donde puedo alcoholizarme. 

Es extrañamente modero. Aunque no tengo derecho de quejarme si, luego de esta vez, no volveré a pisar este lugar. Aunque tal vez lo haga en otra de mis vidas. Nunca sé lo que podrá pasar.

Tomé asiento en la barra, a unos cuantos asientos de otras personas. Detesto la interacción con otros. Quiero mi espacio.

—Dame lo más fuerte que tengas— pedí al barista.

C U R S E D||SukunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora