CAPÍTULO TRES

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Pasó un día completo desde aquella noche en vela, apenas le quedaban fuerzas para moverse un poco después de todo lo que vivió. Fue una gran sorpresa para él el ver a la chica con la cabeza recostada sobre la orilla de la cama y su cuerpo sentado en el suelo.

- Estúpida. - Susurró.

Rascó un poco su cabeza al despertar, estaba algo aturdida aún pero en cuanto vio que su compañero estaba despierto no dudo en sonreír. - Ya te miras mejor, ojeras. - Estiro un poco su cuerpo antes de levantarse y acercar la mano hacia el para revisar que su temperatura estuviera bien. - Después de todo tenía razón. -

- ¿De qué hablas? - Cuestionó.

- Tus ojeras, tu rostro, todo indicaba que consumes algo y ayer... lo confirme, realmente debe ser tan seguido como para que en horas ya sientas la abstinencia. -

No dijo nada solo guardó silencio, lo cual la chica tomó como un no tocar más el tema.

- Sabes, ya son dos días que estás aquí y aún no se tú nombre. - Posó los codos sobre la cama y dejó la cabeza sobre las manos mirando atenta en espera de su respuesta. - Vamos, dímelo. -

- No. -

Un puchero se dibujó en los labios rosados de la chica, volvió a insistir pero la respuesta continuaba siendo la misma, incluso llegó a molestarlo mientras picaba su estómago para que accediera pero lo único que terminaba por recibir era un fuerte manotazo que la hacía soltar quejidos.

- Bien, entonces te diré el mío. - Se puso de pie frente a él y extendió su mano. - ¡Suzuki Satori! - Tan solo la ignoró y volteó el rostro hacia la ventana, por lo que ella solo soltó un suspiro y caminó fuera de la habitación. - En ese caso seguirás siendo el chico de las ojeras. -

Fue un día bastante tranquilo para ambos, solo lo vio un par de veces para dejarle la comida y revisar que estuviera bien, sin duda a Sano le sorprendía la escasa presencia de aquella torpe y extraña chica. La noche volvió a caer y ella aún no aparecía, ni siquiera para traerle la cena, estaba muerto de hambre desde hace un rato así que decidió pararse e ir a buscar por su cuenta, para su sorpresa antes de siquiera hacerle el pórtico de la puerta se abrió dejando ver a una Satori con la respiración agitada y un claro cansancio en su rostro. En la mano traía una bolsa con lo que parecía ser un ramen instantáneo, lo dejó sobre la mesita y callo al suelo para recuperar el aliento.

- Dios.. hace tanto.. no corría. - al estar por fin como nueva, sacó el plato y un par de palillos, con los cuales tomó un poco de fideos y los acercó a la boca del chico quien por obviedad los rechazó. - ¿En serio? Bien, seguro no tienes hambre. - Todo lo contrario.

Satori comía gustosa aquellos fideos y en su rostro se notaba lo delicioso que estaban, jadeaba un poco por terminar quemándose más de una vez pero, valía totalmente en su cabeza solo por disfrutar de ese ramen. El chico le miraba solo de reojo intentado evitar su claro apetito, el estómago ya le gruñía y el ver como seguía comiendo hacia que se le hiciera agua a la boca.
Una última vez intentó llevarle un poco a su boca, acepto y volteó el rostro ignorada cualquier mirada torpe de la chica, ella solo le entregó el plato para que continuara comiendo.

- ¿Dónde estabas? - Soltó de pronto.

Quedó sorprendida al ver que era él quien tomaba la iniciativa de la conversación, puesto que siempre era el callado y ella el fiel perico que no cerraba la boca. - ¿Me extrañaste acaso? - Dijo con una sonrisa coqueta.

- Estúpida. - dijo escupiendo hacia ella.

Cubrió con un de sus manos para evitar que le diera en el rostro, musito un pequeño "iugh" y se limpió en las sábanas.

- Estaba entregando un pedido, pensé que iba a tardar poco pero el cliente hizo tantas y tantas preguntas. Temia dejarte tanto tiempo solo... - Estaba asombrado del empeño que ponía en cuidarlo. - Ya sabes.. que tal y te ibas robandote todas mis cosas.. -

El chico se atragantó al escuchar eso último, ¿de verdad había escuchado bien? No encontraba la manera de reaccionar, si sorprendido por las grandes idioteces que su boca podía soltar o con enojo porque después de todo fue ella quien lo trajo.

- ¿Por qué demonios me llevaría algo de esta horrible casa? -

- ¡Hey! ¿¡cómo que horrible!? Es la casa de mi abuela, ten más respeto, niñito. - La chica había arrebatado uno de los palillos y ahora apuntaba con él de una forma desafiante, lo cual hizo que aquel soltara una muy diminuta risa.

- Dime, genia. Si tanto piensas que voy a robar algo de aquí, ¿por qué me trajiste? - Estaba apunto de hablar cuando no encontró como exactamente responder. Sólo arrebató el planto y el otro palillo para sentarse en el suelo y comerse el resto.

- Sabes que, muérete. -

Así pasaron la noche, a diferencia de las anteriores que sus insultos eran con gran enojo esta vez estaban solo era divirtiéndose, o eso parecía. En algún punto de su plática Satori terminó quedándose dormida en el suelo, ya era casi una costumbre para ella eso o más bien según sus palabras "para evitar que él escapara mientras intentaba robar sus cosas. "

A diferencia de ella, Sano estaba tendido sobre la cama viendo hacia la oscuridad tras la ventana, la abstinencia estaba siendo bastante dura con él pero no era algo que en ese momento realmente le fuera de mucha relevancia, después de todo cosas peores había vivido. Empezó a recordar porque al final se dejó caer en las drogas, el principio era una estupidez para él pero con el tiempo se volvía más fácil vivir, el sentimiento de Soledad desaparecía y los rostros de sus seres amados también, así evitaba pensar en todos aquellos a quienes sentía que les falló.

𝐒𝘪 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘢 𝘤𝘶𝘦𝘴𝘵𝘪ó𝘯 𝘥𝘦𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘵𝘪𝘯𝘰. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora