CAPÍTULO CINCO

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El de las ojeras descansaba sobre el sofá, distrayendo su mente en la televisión. Satori por el contrario preparaba unas cosas en la cocina. Ninguno de los dos había dicho palabra alguna desde lo que sucedió hace un par de horas, ella entendía que no era un tema que debe tocarse por eso después de haberlo abrazado se alejó diciendo que estaría en la cocina si necesitaba algo.

– ¿Qué se supone que haces? – La voz del chico sonó en la habitación pero no fue escuchada por ella, tenía puestos sus auriculares que lograban hacerla concentrarse por completo. Sintió algo golpear su frente, al parecer fue una bola de papel.

– ¿En serio? –

– No me escuchabas. – La miraba por encima del respaldo del sofá, intentando entender que es lo que llevaba tanto tiempo haciendo. – ¿Qué se supone que haces? –

– Galletas. – Levantó a charola mostrando unas galletas en distintas formas sin aún cocinar. – Una persona pidió unas para que sus hijos las decorarán. –

– Entonces vendes comida. – Negó. – ¿De qué se supone que trabajas? –

– De todo. Si puedo hacerlo lo hago, cuando debía escoger a que dedicarme surgieron muchas dudas y cosas que me hacían sentir que jamás lograría nada... así que mejor no elegí algo. – Satori hablaba con una sonrisa dibujada en los labios, ¿por qué es que siempre esta sonriendo? ¿Acaso es idiota? Se preguntaba el muchacho. – Mi abuela me enseñó de todo lo que sabía, comida, repostería, manualidades, costura, incluso enfermería. –

Eso último despertó la curiosidad del muchacho. – ¿Tú.. me curaste? –

– Algo así. – Metió en el horno la charola con las galletas y caminó hacia él para sentarse a su lado. – Necesitabas muchas cosas, sacarte las balas, antibióticos pero sobre todo sangre. Mi abuela... ella era enfermera y déjame decirte que era toda una belleza,  en su juventud muchos pandilleros venían aquí a buscar que los tratara y a buscarla igual , por eso tenía conocidos por donde fuera... ya sabes, no precisamente legales, así fue como conseguí la sangre. –

El chico estaba incrédulo de todo eso, cuando hablaba de su abuela imaginaba la clásica historia de una anciana que se dedicaba a tejer y llenar a sus nietos de caramelos, nunca imagino que esta era una enfermera privada para delincuentes.

– Primero saque tus balas... o bueno, eso intenté, tal vez hice más mal que bien. Luego te hice una transfusión, puede que eso debió ir primero, como dije solo se lo que mi abuela me enseñó... cuando termine estaba más segura que hice un peor desastre que el de las balas, ¡PERO DESPERTASTE! así que algo debió salir bien. – Así es, ella contaba esa anécdota como si fuera lo más común en su vida.

Después de unos minutos las galletas estaban listas y era momento de entregarlas, por lo que las envolvió para poder irse; sus palabras antes de marcharse fueron que ahora confiaba un poco más en él y que no robaría sus cosas, o bueno, no todas.

Manjiro estaba de nuevo solo en la casa, no tenía otra cosa que hacer más que dedicarse a ver la televisión. Su mirada fue al teléfono que estaba en una mesa cercana al sofá, con cuidado se paró y caminó hacia él, tomándolo para marcar un número. La voz de un hombre sonó al otro lado de la línea, este amenazaba con matarlo si no respondía quien era.

– ¿Mikey?.. – Finalmente dijo la voz al otro lado de la línea, en ese instante colgó el teléfono.

Tuvo la oportunidad de al fin marcharse de ese lugar, pero ¿por qué? ¿Por qué no pudo decir nada? ¿Es que acaso una parte suya desea permanecer en aquel sitio, aún si eso fuera cierto era algo imposible. Estaba seguro de una cosa, aún cuando tuviera la más mínima esperanza de que pudiera salvarlo, él terminaría por destruirla.

𝐒𝘪 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘢 𝘤𝘶𝘦𝘴𝘵𝘪ó𝘯 𝘥𝘦𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘵𝘪𝘯𝘰. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora