ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 1- ᴇʟ ʙɪɢ ʙᴀɴɢ

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"La verdad puede estar oculta entre papel y lápiz"

Hay gente, como yo, que siempre ha tenido problemas para socializar, que algo tan fácil como era hablar con alguien se convertía en escalar la montaña más alta del mundo. Yo intenté subir esa montaña con todas mis fuerzas, pero cada vez que lo intentaba perdía estrepitosamente, así que terminé dándome por vencido.

Cuándo dejé de intentarlo tenía alrededor de 12 años, acababa de empezar el instituto y aprendí rápidamente lo que era una jerarquía, lo que se sentía intentar ser lo que no eras para no tener que ser aplastado por los gigantes que se encontraban en lo alto de la cima. Además, no tardé en darme cuenta, -con un poco de observación y anotaciones- que esos gigantes que me producían repulsión solo estaban desesperados por encontrar su sitio en un lugar caótico y que quizás, solo algunos pocos, querían escapar de su guarida y sentir que pertenecían a algo, aunque ese algo fuera ser un capullo integral. Así que escribí varios poemas sobre gigantes de piedra que lloraban en la oscuridad de sus cuevas, condenados a vivir solos el resto de sus vidas.

Paula, mi mejor amiga y algo así como la hermana que nunca tuve, suele decir "un bully con sentimientos sigue siendo un bully, no lo olvides", así que cuando escribía sobre ellos intentaba no perdonar sus comportamientos de ninguna manera, manteniéndome firme.

Soy consciente de que tengo un pensamiento algo extremista y que un centro educativo es un sitio hecho específicamente para empaparse de conocimiento, pero tengo mis razones para pensar así. Durante toda mi vida mis únicos amigos fueron el papel, el lápiz y todas las historias y aventuras que podía crear con mi imaginación, que me pertenecían y al final del día formaban parte de mí. En mis planes no entraba la palabra socializar.

El primer año de instituto lo llevé de forma tranquila, nunca me había encontrado cómodo entre la gente de mi edad, era más fácil mantener una conversación con algún profesor, quizás alguna opinión sobre un libro o una buena recomendación de un poemario poco conocido. Así que pase 1º de la ESO sin mantener contacto con mis compañeros, ni con nadie de mi edad, solo entable conversación con la profesora de lengua, Lucía. Ella tenía mucha cultura en cuanto a libros, evidentemente, y era una persona muy jovial para su edad. Mis recreos se llenaron de charlas interesantes, poemas increíbles que nunca había leído y nuevos recursos literarios que no conocía y que corría a calcar en una hoja al llegar a casa, así que las cosas no iban tan mal como pensaba.

Aún no puedo decir el momento exacto en que todo se torció, en el cual me di cuenta de una verdad que tuve en frente toda mi vida, que llevaba encerrada en mis poemas desde que empecé a escribirlos, pero que no quería asimilar e incluso quizás no tenía ni la información necesaria para hacerlo.

Ocurrió en mi segundo curso de instituto, donde conocí a Paula, una chica de mi clase bastante popular. Ella tenía un cabello pelirrojo que parecía fuego y unos ojos verdes claros que llamaban la atención de quien la mirara, no está de más decir que tenía varios pretendientes e incluso, alguna que otra pretendiente. Ella siempre había sido muy sociable, entabló una conversación de una hora conmigo por razones que aún ahora no entiendo y al final de la charla, cuando toco el timbre que avisaba el cambio de clase, me invito al centro comercial sin siquiera haberme conocido lo suficiente, así era ella y yo no perdía nada por intentar hacer una amiga.

En aquel momento Noah no había nacido aún, yo en ese entonces me llamaba Marta y tenía un largo cabello azabache rizado que me llegaba hasta la espalda baja, normalmente recogido en un moño desaliñado debido a lo complicado que resultaba peinarlo. Paula me confesó en aquel entonces que lo primero que le llamó la atención fue ni más ni menos que mi pelo, que a decir verdad para mí nunca fue la gran cosa, solo un trabajo adicional que ocupaba 20 minutos de cada una de mis mañanas.

El día que eligió para ir al centro comercial fue un sábado lluvioso. En aquel entonces estábamos en otoño, los días eran tristes y melancólicos, sin duda mi estación favorita del año, con ese clima los poemas salían solos, sin pensarlos demasiado.

Cuando llegamos, las tiendas estaban repletas de gente y es que solo a Paula se le ocurriría ir a un centro comercial un día de lluvia, donde la gente prefería pasar su día libre cuando no podía salir al exterior. Parados dentro del establecimiento, y al lado de las puertas de entrada, yo me di cuenta de que aquello no era lo mío, que las personas no eran lo mío y que quizás nunca lo serían.

Paula tomó mi mano con una sonrisa.
-No te preocupes Marta, las personas no muerden, eso lo hacen los animales-. Siempre me sorprendió la facilidad que tenía Paula para darse cuenta de lo que le pasaba a la gente.

-Paula, somos animales, mamíferos en concreto- Le dije de forma obvia y ella me miró con una cara pensativa, luego sonrió.

-Oh, es cierto, entonces es mejor que corras, podrías ser su siguiente víctima-.
La miré con evidente molestia y ella tiró de mi mano llevándome hasta la primera tienda de ropa.

Paula se llenó de camisetas y pantalones que quería conjuntar entre sí, y mientras los cogía alegaba que serían la nueva moda porque según ella tenía un sexto sentido para eso. Con las manos llenas se dirigió hacia los probadores, donde tuvo una "pequeña" discusión con la empleada de la tienda porque no se dejaban llevar más de cuatro prendas por persona al probador, así que sin más remedio me dio la mitad y me dijo que me los probara, ya que yo no había cogido absolutamente nada en la hora que llevábamos yendo entre tiendas.

-Prefiero quedarme aquí fuera y esperar a que salgas- Le dije con una media sonrisa que dejaba mucho que desear.

-Venga, no te cortes, seguro te queda todo perfecto, tienes buen cuerpo- Me dio una última sonrisa y se metió al probador dándole una mala mirada a la dependiente, declarando antes de entrar que su comportamiento había sido un ataque directo hacia su persona y hacia su sentido de la moda, algo que no lograba entender muy bien y que casi consigue que nos echen.

En aquel entonces no pude evitar escribirle un poema a Paula, porque ella era como la flor más bonita del jardín, tenía una sonrisa que te derretía por dentro y te hacía suspirar. Porque Paula era una risa contagiosa, ojos llorosos y el dolor de cara de una sonrisa robada. Era más bien un refugio que las personas solían buscar cuando la tristeza las ahogaba, donde ella las estaría esperando con una gran sonrisa y con los brazos abiertos. Paula era, sin lugar a dudas, la calidez de un hogar.

Entonces, pidiéndole disculpas por lo bajo a la dependienta, me dirigí al probador que quedaba libre, que resulto ser uno de los más espaciosos, así que deje la ropa que iba a probar colgada en las perchas y me miré al espejo, que tenía unas luces alrededor que hacía más llamativa mi imagen. Llevaba puesta una sudadera ancha negra y unos pantalones vaqueros claros junto con unos tenis Nike que ni siquiera recordaba haber comprado. En mi casa no acostumbraba a mirarme al espejo, tampoco nunca me gustó hacerlo. Las personas le daban mucha importancia a la imagen, yo nunca se la di a la mía.

Fue allí, justo en aquel probador iluminado de Zara, con Paula quejándose desde el probador de al lado, con mi camiseta a medio quitar y mi mirada clavada en mi cintura que las lágrimas luchaban por salir de mis ojos mientras un fuerte dolor de pecho amenazaba con asfixiarme. Me asusté, pero lo hice porque no entendía lo que estaba sintiendo. ¿Por qué sentía repulsión? ¿Por qué mi pecho estaba tan marcado? ¿En qué momento mi cuerpo había decidido estrechar mi cintura y agrandar mi cadera?
No sabía cuando mi cuerpo había cambiado tanto, nunca me había fijado, ni tampoco podía saberlo porque acostumbraba a usar ropa ancha que no marcaba mi figura.

Me vestí rápidamente con lágrimas amenazando por salir y mientras, le decía a Paula que necesitaba ir al baño con urgencia. Salí corriendo mientras chocaba con varias personas y cuando llegué al servicio, me encerré en el último cubículo y allí vacié mi estómago. Vomite el desayuno hecho con cariño por mi padre y entre eso también eché el dolor y la verdad.

Fue aquel sábado de otoño en el centro comercial, frente a aquel retrete, en que le dije adiós a mi niñez y a mi cuerpo.

Y con esa despedida llegaron las náuseas ante el espejo, los dolores de pecho que intentaban asfixiarme con todas sus fuerzas, las manos curiosas alrededor de mi cuerpo y los sollozos de madrugada.


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⏰ Última actualización: Oct 24, 2021 ⏰

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ᴍɪ ᴍᴜɴᴅᴏ ᴀɴᴛᴇs ᴅᴇ ʟᴀs ᴇsᴛʀᴇʟʟᴀsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora